Conocรญ a Jorge Edwards a comienzos de los aรฑos sesenta, cuando acababa de llegar a Parรญs como tercer secretario de la embajada chilena. Habรญa publicado ya dos volรบmenes de cuentos (El patio y Gente de la ciudad) y comenzaba a escribir su primera novela, El peso de la noche. Nos hicimos muy amigos. Nos veรญamos casi a diario, para infligirnos noticias sobre nuestras novelas a medio hacer, y hablar, incansablemente, de literatura.
Jorge Edwards era un joven tรญmido, educadรญsimo y tan futre โun pije, dicen los chilenosโ que daba la impresiรณn de conservar el saco y la corbata hasta en el excusado y la cama. Habรญa que intimar mucho con รฉl para tirarle la lengua y descubrir lo mucho que habรญa leรญdo, su buen humor, la sutileza de su inteligencia y su inconmensurable pasiรณn literaria. Sin embargo, de pronto, en el lugar menos aparente y dos whiskies mediante, se trepaba a una mesa e interpretaba una danza hindรบ de su invenciรณn, elaboradรญsima y frenรฉtica, en la que movรญa a la vez manos, pies, ojos, orejas, nariz y, estoy seguro, otras cosas mรกs. Despuรฉs, no se acordaba de nada. Pablo Neruda, que le tenรญa mucho aprecio y le pronosticaba un gran porvenir literario, juraba que, una vez, รฉl y Matilde habรญan entrado a una sala de fiestas mal afamada, en Valparaรญso, y que, petrificados de sorpresa, descubrieron a Jorge Edwards, el exalumno jesuita, el joven modelo, ยฟhaciendo quรฉ? Trepado en un balcรณn y arengando asรญ a la concurrencia: โยกBasta de hipocresรญas! ยกEmpelotรฉmonos todos!โ รl lo niega, pero yo meto mis manos al fuego de que, en su juventud, Jorge fue capaz de eso y de espectรกculos aun mรกs excesivos.
Antes de ingresar a la carrera diplomรกtica, habรญa estudiado derecho, practicado el periodismo e intentado ser agricultor. Sus experiencias en el trabajo de la tierra fueron tan cรณmicas y catastrรณficas como las de Bouvard y Pรฉcuchet. Asรญ las recuerda รฉl:
Se me pudrieron las cosechas. Me asociรฉ con un amigo y alquilamos unas tierras. Hicimos un anรกlisis quรญmico de la tierra que nos parecรญa la cosa mรกs moderna del mundo y el anรกlisis dio unos resultados fenomenales. Pero resulta que la tierra aquรฉlla tenรญa aguas subterrรกneas, y nos tocรณ el aรฑo mรกs lluvioso de la historia de Chile. Recuerdo que hasta se ahogรณ un potrillo, porque todo nuestro campo se habรญa convertido en una especie de laguna. Habรญamos plantado cebollas, que crecรญan muy bien y con mucha fuerza porque, en efecto, la tierra era muy buena; pero en cuanto la raรญz tocaba el agua, la cebolla se doblaba y crecรญa para adentro. Y las zanahorias crecรญan como รกrboles.
A menudo discrepรกbamos sobre libros y autores, lo que hacรญa mรกs excitante nuestro diรกlogo, pero tambiรฉn tenรญamos muchos puntos de coincidencia. Uno era nuestro fetichismo literario, el placer que a los dos nos producรญa visitar casas y museos de escritores, olfatear sus prendas, objetos, manuscritos, con la curiosidad y reverencia con que otros tocan las reliquias de los santos. Solรญamos dedicar los domingos a estas peregrinaciones que nos llevaban a la casa de Balzac en Passy, a la tumba de Rousseau en Ermenonville, a la casa de Proust en Illiers y del pabellรณn flaubertiano de Croisset a los vestigios de la ascรฉtica abadรญa de Port Royal de Pascal.
Otra coincidencia era Cuba. Nuestra adhesiรณn a la Revoluciรณn era ilimitada e intratable, poco menos que religiosa. En mi caso se ejercรญa con impunidad, pero en el suyo implicaba riesgos. Recuerdo haberle preguntado algรบn 1o de enero o 26 de julio, mientras remontรกbamos la Avenue Foch hacia la embajada cubana, dispuestos a soportar un coctel revolucionario (tan enervante como los reaccionarios) si no lo inquietaba quedarse de pronto sin trabajo. Porque en esos momentos Chile no tenรญa relaciones con La Habana y Fidel lanzaba รกcidos denuestos contra el presidente Eduardo Frei. Edwards admitรญa el peligro con una frase distraรญda, pero no cambiaba de idea, y con esa misma elegante flema, que, sumada a su apellido y a la urbanidad de su prosa, le dan un aire vagamente inglรฉs, lo vi, en esos aรฑos, pese a su cargo, firmar manifiestos en Le Monde a favor de Cuba, trabajar pรบblicamente por la tercera candidatura de Salvador Allende recabando el apoyo de artistas y escritores europeos, ser jurado de la Casa de las Amรฉricas, y, tiempo despuรฉs, lo escuchรฉ en un Congreso literario en Viรฑa del Mar defender la necesidad de que el escritor conserve su independencia frente al poder y de que el poder la respete, con motivo de una apariciรณn en el Congreso del canciller chileno (su jefe inmediato), a cuya intervenciรณn dedicรณ incluso alguna ironรญa.
No se piense, sin embargo, que era un mal diplomรกtico. Todo lo contrario. Su โcarreraโ, hasta que la dictadura de Pinochet lo cesรณ y echรณ de ella de un plumazo, fue muy rรกpida y es posible que su eficacia profesional hiciera que sus jefes cerraran piadosamente los ojos por esa รฉpoca ante las libertades que se tomaba y ante una vocaciรณn literaria que, segรบn confesiรณn propia, no constituรญa una buena credencial entre sus colegas. Simplemente, era un escritor que se ganaba la vida como diplomรกtico y no un diplomรกtico que escribรญa. La diferencia no es acadรฉmica, sino real, pues esa prelaciรณn, esa jerarquรญa clara y nรญtida de uno sobre el otro de los dos personajes, hizo posible que Jorge Edwards fuera capaz de vivir, primero, y luego escribir y publicar las experiencias que narra Persona non grata, el libro que lo dio a conocer ante un vasto pรบblico y que provocรณ en Amรฉrica Latina una de las mรกs intensas y envenenadas polรฉmicas literario-polรญticas que yo recuerde.
El Jorge Edwards de los cuentos de El patio (1952), Gente de la ciudad (1961) y de su primera novela El peso de la noche (1964) habรญa sido, segรบn opiniรณn propia, un aprovechado lector de Azorรญn, Unamuno y la Generaciรณn del 98, de Lรฉon Bloy y de Paul Claudel, de los cuentos y las novelas de Joyce, y tenรญa ya, como escritor, una personalidad bien definida, que, con los aรฑos, se irรญa afirmando y ampliando pero sin apartarse nunca de una direcciรณn central: la de un escritor realista, apasionado por la historia, la ciudad, los recuerdos, dueรฑo de una prosa clara, de andar lento, a ratos quieta, repetitiva, memoriosa, elegante y medida, en la que curiosamente coexisten la tradiciรณn y la modernidad, la invenciรณn y la memoria, vacunada contra los desbordes sentimentales, la cursilerรญa y la truculencia. Esta prosa tan personal eclipsa las fronteras entre los varios gรฉneros que ha cultivado a lo largo de su vida y da un aire de familia a sus obras de ficciรณn, sus libros de crรณnicas y memorias y sus artรญculos y comentarios de actualidad.
A Jorge le debo haber descubierto y leรญdo a muchos autores chilenos, como Blest Gana, por ejemplo, cuyas novelas El loco estero y Durante la reconquista, me prestรณ, y a la magnรญfica y misteriosa Marรญa Luisa Bombal. Durante un buen tiempo, Jorge fue contertulio de un programa semanal que yo dirigรญa en la Radio Televisiรณn Francesa, โLa literatura en debateโ, en el que participaban tambiรฉn a menudo, entre otros, Jean Supervielle, Carlos Semprรบn y Julio Ramรณn Ribeyro. Comentรกbamos la actualidad literaria francesa y luego de grabar el programa proseguรญamos la discusiรณn en algรบn bistrot de los alrededores del estudio. Recuerdo con nostalgia aquellos intensos intercambios en los que Jorge hacรญa de valedor de Dostoievski contra Tolstรณi que era mi preferido, de Proust contra Flaubert, o de Faulkner contra Dos Passos, y de los autores latinoamericanos que รฉl y yo descubrรญamos al mismo tiempo que los franceses.
Nuestro desencanto con el socialismo, al que ambos habรญamos defendido en nuestros aรฑos mozos, fue simultรกneo, y siguiรณ un proceso parecido, a medida que รญbamos conociendo los testimonios de los disidentes soviรฉticos que traspasaban la cortina de hierro y eran divulgados en Europa occidental, las revelaciones sobre el gulag, y, sobre todo, el desplome de las ilusiones que ambos habรญamos tenido con la Revoluciรณn cubana y que Jorge, con tanto coraje como talento, documentรณ en Persona non grata, aparecido en 1973.
Se necesitaba mรกs valor para publicar el libro que para escribirlo, por ser lo que era y por el momento polรญtico en que saliรณ. Persona non grata rompiรณ un tabรบ sacrosanto en Amรฉrica Latina de los aรฑos sesenta para un intelectual de izquierda: el de que la Revoluciรณn cubana era intocable, y no podรญa ser criticada en alta voz sin que quien lo hiciera se convirtiera automรกticamente en cรณmplice de la reacciรณn. El relato de Jorge Edwards constituyรณ una crรญtica seria a aspectos importantes de la Revoluciรณn, hecha desde una perspectiva progresista. El tรฉrmino โizquierdaโ estaba bastante prostituido y designaba ya cualquier cosa en esos aรฑos. La crรญtica de Persona non grata, aunque profunda, partรญa de una adhesiรณn a la Revoluciรณn y al socialismo democrรกtico, de un reconocimiento de que los beneficios que habรญa traรญdo a Cuba eran mayores que los perjuicios, y de una recusaciรณn explรญcita e inequรญvoca del imperialismo. Obviamente, el libro no gustรณ a la derecha (el gobierno de Pinochet se apresurรณ a prohibir la circulaciรณn de Persona non grata en Chile) ni a la izquierda beata, que, en la Amรฉrica Latina de entonces, era mayoritaria. Pero tal vez, en el fondo, la amenaza de una cierta marginalidad no fastidiaba demasiado a ese francotirador tranquilo que ha sido siempre Edwards. En cambio, era una decisiรณn atrevida publicar el libro en momentos en que la democracia sufrรญa un rudo revรฉs en el continente con el golpe fascista chileno y la consolidaciรณn de regรญmenes totalitarios de derecha por todas partes: Brasil, Bolivia, Uruguay. El contexto polรญtico latinoamericano podรญa provocar malentendidos serios sobre las intenciones del libro y prestar argumentos abundantes a la mala fe. ยฟUn relato de esta naturaleza destinado a la polรฉmica, no iba a fomentar la divisiรณn de la izquierda cuando era mรกs necesaria que nunca la unidad contra el enemigo comรบn?
Fue un gran mรฉrito que Jorge Edwards decidiera correr ese riesgo. La sola existencia de su libro formulaba una propuesta audaz: que la izquierda latinoamericana rompiera el cรญrculo del secreto, su clima confesional de verdades rituales y dogmas solapados, y cotejara de manera civilizada las diferencias que albergaba en su seno. En otras palabras, que desacatara ese chantaje que le impedรญa ser ideolรณgicamente original y tocar ciertos temas para no dar โarmasโ a un enemigo a quien, precisamente, nada podรญa convenir mรกs que la fosilizaciรณn intelectual de la izquierda. El libro de Edwards se situaba en la mejor tradiciรณn socialista, la de la libertad de crรญtica, a la que el estalinismo cancelรณ.
La forma elegida por Edwards para su exposiciรณn se hallaba a medio camino entre el relato autobiogrรกfico y el ensayo. Pertenecรญa a un gรฉnero que otrora floreciรณ con esplendor en nuestra lengua y que รฉl resucitรณ y enriqueciรณ: el memorialista. Un gรฉnero que, aรฑos despuรฉs, darรญa esos esplรฉndidos libros de Jorge dedicados a Pablo Neruda: Adiรณs poeta (1990) y a Joaquรญn Edwards Bello, El inรบtil de la familia (2004). Edwards en Persona non grataexponรญa sus reparos, anรฉcdotas, alarmas en una prosa lรญmpida y sugestiva, de soltura clรกsica, sin eufemismos, con una sinceridad refrescante, sin escamotear los hechos y circunstancias que podรญan relativizar e incluso impugnar sus opiniones. El libro era, a la vez, un testimonio y una meditaciรณn, mรกs esto รบltimo que lo primero. La libertad irrestricta con que reflexionaba sobre las cosas que le sucedieron en su estadรญa en Cuba, como enviado diplomรกtico del gobierno chileno (o creรญa que le sucedรญan) era reconfortante y del todo insรณlita en los escritos polรญticos latinoamericanos, en los que habรญan sido prรกcticamente abolidos el matiz, el tono personal y la duda. En el libro de Edwards todo lo que se dice estรก ligado a la experiencia concreta de quien narra y es esta peripecia personal la que fundamenta sus ideas o las hace discutibles. De otro lado, se halla totalmente exento de ese carรกcter tรณpico y esquemรกtico al que buena parte de la literatura polรญtica contemporรกnea debe su aire abstracto, verboso e indiferenciable. Lo curioso, y tambiรฉn sano, tratรกndose de un libro eminentemente polรญtico, era que hubiera en รฉl mรกs dudas que afirmaciones. Edwards dudaba sobre lo que ocurriรณ a su alrededor, especulaba sin tregua y dudaba de sus propias dudas, lo que llevรณ a alguno de sus detractores a afirmar que Persona non grata era un documento clรญnico. Sรญ, en cierto modo lo era, y en ello estaba quizรก el peso mayor de la crรญtica que el libro hacรญa al rรฉgimen cubano: haber provocado en su autor un estado de รกnimo semejante y haberlo llevado, en el corto plazo de tres meses y medio y sin que mediara un plan premeditado, a bordear la neurosis.
Luego de Persona non grata, Jorge Edwards pasรณ a ser vรญctima de la inquisiciรณn internacional de la izquierda, que se las arreglรณ por algunos aรฑos para negarle la admiraciรณn y los elogios โno se diga los premiosโ que su obra literaria habrรญa merecido en Amรฉrica Latina y Espaรฑa si hubiera sido un intelectual menos independiente y menos libre.
Ni siquiera el haber sido expulsado de la diplomacia por el rรฉgimen de Pinochet y su militancia contra la dictadura, a favor de la democratizaciรณn de su paรญs, levantaron del todo, hasta muchos aรฑos despuรฉs, esta cuarentena literaria, que restรณ difusiรณn y rodeรณ de reticencias y mezquindad crรญtica a una obra que Jorge continuรณ edificando en los aรฑos setenta y ochenta perfectamente indiferente al vacรญo de que los modernos inquisidores pretendรญan cercarla.
Ya desde entonces la historia, el sexo y la polรญtica, junto con la memoria y la invenciรณn, eran la materia prima de las novelas de Edwards, como mostraron los libros de ficciรณn que escribiรณ luego de Persona non grata: Los convidados de piedra (1978), ambientada en los dรญas del golpe de Estado de 1973 en Chile y, mรกs todavรญa, en El museo de cera, una acerada alegorรญa de entraรฑa polรญtica, de 1981.
El Marquรฉs de Villa Rica sorprende un dรญa a su bella esposa Gertrudis en una travesura galante con su profesor de piano. La literatura nos ha acostumbrado a pensar que los marqueses estรกn condenados a que les pasen estas cosas. Lo que resulta menos usual es la reacciรณn de este marquรฉs ante lo sucedido. Luego de expulsar a la esposa infiel y a su amante, encarga a un escultor que reproduzca la escena adรบltera, con figuras de tamaรฑo natural e idรฉnticas a los protagonistas y que lo esculpa tambiรฉn a รฉl mismo, en el instante en que sorprende su deshonra. Asรญ queda esta eternizada, en una residencia que el Marquรฉs tiene en las afueras.
El museo de cera, una historia breve y astuta, como esas parรกbolas que estuvieron de moda en el siglo XVIII, dice menos de lo mucho que sugiere. ยฟPor quรฉ hace eso el Marquรฉs? Nunca queda claro. La razรณn mรกs obvia es sexual: el aristรณcrata es un voyeur, aquel episodio a la vez que lo humilla lo inflama.
Pero no es tan simple. Tambiรฉn cabe la posibilidad de que, con este gesto, pretenda detener el tiempo, impedir el futuro. Porque el Marquรฉs de Villa Rica es un hombre del pasado. Ha sido jefe muchas veces del partido de la Tradiciรณn y defensor de ritos, intereses, costumbres y personas que, como รฉl, son anacronismos vivientes. No se puede descartar que, intuyendo la catรกstrofe que se cierne sobre su mundo, intente, con una operaciรณn inconsciente y simbรณlica, que petrifica el momento, demorar su ruina.
Los tiempos en que ocurre esta historia son arduos y revueltos: cunde el caos y se habla de expropiaciones. ยฟQuรฉ tiempos son estos? Un tiempo tan ambiguo como los caprichos del Marquรฉs, porque en รฉl coexisten las carrozas tiradas por caballos y la televisiรณn, las levitas coloniales y los electrodomรฉsticos japoneses, los bastones cortesanos y los caรฑones modernos. De pronto, descubrimos que las incongruencias no son tales. En el territorio donde vive el Marquรฉs, como en el mito y en la magia, el pasado y el futuro desaparecen confundidos en un fantรกstico presente. Y algo semejante pasa con el lugar de la acciรณn, que podrรญa ser Espaรฑa, Chile o cualquier paรญs de historia convulsa, con ricos y pobres, donde se hable espaรฑol.
Pero que el espacio y el tiempo en El museo de cera sean imaginarios no quiere decir que la novela sea una ficciรณn abstracta, un juego del espรญritu. Tiene raรญces en una realidad concreta y prรณxima. El paรญs del Marquรฉs de Villa Rica vive dos cataclismos: la revoluciรณn y la contrarrevoluciรณn. Durante la primera, el desorden se apodera de las calles, y tierras e industrias son arrebatadas a sus propietarios para transferirlas al pueblo. Unos jรณvenes barbudos, vestidos de guerrilleros, toman posesiรณn de la casa campestre que alberga las estatuas erรณticas y muchachos sin sensibilidad para la fantasรญa las mutilan. Se vive en el desbarajuste, la demagogia y la inseguridad. La respuesta a este estado de cosas es una Reacciรณn con mayรบsculas: una violencia frรญa y uniformada, escarmientos que deben ser terribles a juzgar por los despojos que arrastra el rรญo, y el restablecimiento del viejo orden.
La novela estรก escrita en ese estilo de crรณnica o memoria personal en el que Jorge Edwards se mueve con mรกs desenvoltura. Quien refiere la historia no es un individuo sino un narrador colectivo, el grupo de amigos con quienes el Marquรฉs solรญa reunirse en el Club y que, pasados los aรฑos, recuerda sus extravagancias y desgracias con sentimientos ambivalentes de nostalgia, conmiseraciรณn y desprecio. Pero es este รบltimo sentimiento el que prevalece y determina que la visiรณn รบltima que conserva el lector sea la de una caricatura feroz.
En este sentido hay continuidad entre El museo de cera y Los convidados de piedra. Tambiรฉn en ella, lo que suele llamarse โel alto mundoโ resultaba maltratado sin misericordia, descrito como una comunidad de pobres diablos egoรญstas, vacuos y ventrales, que viven al borde del abismo y no lo advierten, y que dilapidan sus energรญas en actividades masturbatorias y ritualรญsticas que solo sirven para aturdirse y negar el mundo. Los destellos de simpatรญa que brotan a veces por ese medio que fue tambiรฉn suyo โen รฉl naciรณ y se educรณโ no amortiguan la destemplada dureza con que, en ambas historias, Jorge Edwards ridiculiza a una clase social que, si tomรกramos ambas novelas a la letra, parecerรญa irse disolviendo en la abyecciรณn moral, intelectual y hasta fรญsica, como el vejete de El museo de cera, โcadรกver seco o enjutoโ que se transforma โen aserrรญn o en polvo, sin entrar en un proceso de licuefacciรณn ni despedir oloresโ. A diferencia de Buรฑuel, Edwards no vislumbra en la burguesรญa encanto alguno.
Pero la literatura es la patria de las trampas y tomar lo que las ficciones nos cuentan en un sentido literal induce siempre al error. Es probable que en estas novelas suyas, esa burguesรญa grotesca y putrefacta sea sรญmbolo de algo mรกs sutil. ยฟQuรฉ pueden querer representar en su ignominia y decadencia semejantes fantoches? Acaso, simplemente, la impotencia humana para hacer la vida vivible. Porque si hay algo unรกnimemente compartido en ambas novelas es que nadie es feliz. Nadie tiene un destino que el lector pudiera envidiar. Por doquier se detecta una incapacidad esencial para encontrar fรณrmulas de vida que de alguna manera encaucen y aprovechen las virtudes y el talento de cada cual. Los ricos del Club son tan desdichados como los miserables de la otra ribera, aunque las razones por las cuales sufren sean distintas. Tal vez โsufrenโ no sea la palabra exacta. El sufrimiento compromete รญntimamente al ser y lo estremece, es un estado del que pueden resultar grandes acciones. Los personajes de las novelas de Edwards suelen vegetar y agonizar delicadamente, incapaces de sufrir de veras, resignados de antemano a esa cosa chata, sรณrdida, ritualรญstica, que es la vida en la que estรกn sumidos. Su รบnica escapatoria es embriagarse con quimeras, soรฑar, y, como el Marquรฉs de Villa Rica, buscar algรบn subterfugio que simule rectificar una realidad que presienten todopoderosa e inmodificable.
En los aรฑos ochenta y noventa, por la fuerza de su propio valor, y tambiรฉn, acaso, por una cierta apertura ideolรณgica que fue haciendo retroceder el dogmatismo y el extremismo intelectuales en Espaรฑa y Amรฉrica Latina, Jorge Edwards fue ganando, dirรญamos, derecho de ciudad. Se multiplicaron las ediciones de sus libros, se tradujeron, y empezรณ a recibir reconocimientos aquรญ y allรก, como el Premio Comillas, el Premio Nacional de Literatura en Chile y, finalmente el Premio Cervantes, el mรกs importante de la lengua, en 1991.
Su obra continuรณ creciendo, sin prisa y sin pausa: La mujer imaginaria (1985), El anfitriรณn (1988) y El origen del mundo (1996). Todas son muy buenas novelas, pero si yo tuviera que quedarme con una sola de ellas, sin vacilar me quedarรญa con la รบltima: El origen del mundo, aunque tiene la apariencia de un divertimento lightes, en verdad, una alegorรญa del fracaso, de la pรฉrdida de las ilusiones polรญticas, y, tambiรฉn, del demonio del sexo y de la ficciรณn como ingredientes indispensables de la vida.
De todas las historias que ha escrito Edwards, esta es una de las mรกs divertidas e inesperadas, la de mรกs astuta construcciรณn y tambiรฉn la que mejor representa esa personalidad suya de caballero a primera vista tan formal, tan anglรณfilo, tan controlado y serio, que, sin embargo, lleva consigo siempre, oculto, a su contrario y antรญpoda, un desmelenado, un inconforme, un incorregible capaz de todas las locuras, al que, de cuando en cuando, saca de la jaula y exhibe, como demostraciรณn de aquel aserto segรบn el cual las personas no son nunca lo que parecen.
El doctor Patricio Illanes, Patito, mรฉdico setentรณn, protagonista de El origen del mundo, espoleado por celos retrospectivos, trata de averiguar, en los medios de chilenos exiliados en Parรญs, si su joven mujer, Silvia, fue tambiรฉn amante de Felipe Dรญaz, amigo, compaรฑero de destierro, dipsรณmano y don Juan, cuyo suicidio inaugura la historia y crea la circunstancia propicia para desatar los recelos matrimoniales del mรฉdico. El doctor Illanes es un hombre de doble fondo, como todos los seres humanos, y la novela lo muestra, de manera vรญvida, en esa pesquisa disparatada y patรฉtica, en la que, a la vez que hace el ridรญculo y se desintegra moralmente, va revelando sus fantasmas, miedos y complejos.
El gran acierto de la novela es que, al final, lo que el lector descubre, gracias a la neurรณtica correrรญa de Patito Illanes en pos de un fuego fatuo โlos supuestos cuernos que le habrรญan puesto Felipe y su mujerโ, es algo mรกs general y menos deprimente que la peripecia tragicรณmica de un vejete. Que, sin el aderezo de esos embauques y fantasรญas, languidecerรญa el amor, se atrofiarรญa el deseo y la vida serรญa una rutina empobrecedora y animal. Presa de su obsesionante ficciรณn, el doctor Illanes sufre y se cubre de ridรญculo, sรญ, pero, tambiรฉn tiene su recompensa: revive el amor-pasiรณn en sus aรฑos maduros, redescubre el milagro del placer y su dormido sexo se reanima, en ese sorprendente final, el crรกter de la historia, en que vemos resucitar carnalmente al mรฉdico y hacer el amor con su mujer como un apasionado adolescente.
El tono amable y zumbรณn, el humor que sazona todos los episodios de la novela, es engaรฑoso, pues parece que El origen del mundo fuera una intrascendente y amena farsa. En realidad, la recorre una poderosa carga erรณtica y una preocupaciรณn clรกsica: ยฟpara quรฉ sirven las ficciones? Su anรฉcdota es una metรกfora de aquellos โfantasmas de carne y huesoโ, de que estรก hecha la vida del deseo, y que Jorge Edwards habรญa explorado ya en su libro de cuentos de aquel tรญtulo en 1992. Todo ello estรก aludido en el pรณrtico de la novela, un cuadro cรฉlebre de Gustave Courbet, de 1866, que le encargรณ un rijoso bey de Turquรญa y que, al parecer, inflamรณ tambiรฉn con su provocadora imagen la casa de Jacques Lacan, antes de exhibirse al gran pรบblico, ya sin escandalizar a nadie, en estos tiempos permisivos, en el Museo de Orsay. Este cuadro desasosiega la memoria del doctor Illanes y es el dispositivo que pone en marcha sus celos. Al final, entendemos que el sensible Patito no descubre ni asocia nada; que todo lo inventa, para llenarse de emociones y sentimientos y para vivir otra vez. Porque sufrir y atormentarse es tambiรฉn una forma heroica de resistir a la vejez, de oponer una ilusiรณn de vida al implacable avance de la muerte.
Estoy seguro de que Jorge, que acaba de llegar a la noble edad de ochenta aรฑos, no necesita para nada de los enrevesados sucedรกneos de Patito Illanes a fin de entretener eso que llaman la tercera edad. Para eso รฉl tiene la literatura, hermosa vocaciรณn que permite suplir y condimentar las deficiencias y humillaciones de la vida con todas las aventuras que la imaginaciรณn y los deseos son capaces de inventar y con la serenidad y risueรฑa sabidurรญa que ha ido mostrando en los รบltimos tiempos en las cosas que escribe. De todo ello da testimonio su รบltimo libro: La muerte de Montaigne (2011).
No se trata de una novela, ni de un ensayo, sino de una crรณnica que se vale tambiรฉn de aquellos gรฉneros, e incluso de la historia, para recrear, con comentarios personales y, a ratos, pinceladas de fantasรญa, la vida, la obra y, sobre todo, la sabia templanza con que supo encarar la vida y los desรณrdenes de la polรญtica el Seรฑor de la Montaรฑa.
El gran clรกsico francรฉs, modelo y maestro de Azorรญn, que lo leyรณ y releyรณ toda su vida y de quien aprendiรณ tal vez esa calmosa y casi inmรณvil manera de escribir que fue la suya, es la columna vertebral del libro de Edwards, el tronco alrededor del cual se despliega su frondoso ramaje, los datos sobre su familia, su tiempo, sus peligrosos viajes a caballo por media Europa, las guerras de religiรณn que desangraban a Francia, los reyes asesinados a puรฑaladas, las intrigas polรญticas. De pronto, en medio de toda esa rica materia, surge la ficciรณn, en pequeรฑas escenas y episodios que aรฑaden una orla imaginaria y pรญcara a la intensa recreaciรณn histรณrica. Los comentarios del autor son personales, astutos, inteligentes, y atestiguan una recรณndita identificaciรณn con la psicologรญa de Montaigne, el maestro que, con perfecto dominio de sรญ mismo y sin dejarse nunca arrebatar por los tumultos y riesgos que lo cercan, escudriรฑa su entorno y lo comenta, a la vez que relee a sus amados clรกsicos helenos y latinos, con citas de los cuales ha pintarrajeado todas las vigas de la torre bordelesa donde se ha confinado a escribir y meditar.
Los largos intervalos sobre las conspiraciones, matanzas, odios y enredos en la corte ganan a veces el protagonismo y la figura de Montaigne se desvanece en ese fresco animado de las peripecias militares, sociales y polรญticas, pero luego reaparece y sus lรบcidas y penetrantes reflexiones arrojan una luz que vuelve racional e inteligible lo que parecรญa caos, barbarie, incomprensible trifulca de gentes รกvidas de poder. La fuente histรณrica principal de Jorge Edwards es Michelet, prosista eximio, pero relator parcial y a veces inexacto de las peripecias e intervenciones de Montaigne en la vida polรญtica, quien fue alcalde de Burdeos y amigo y consejero de Enrique III de Navarra antes de que llegara al trono francรฉs.
El libro se lee con el mismo placer que ha sido escrito y el lector queda, al final, tan prendado del Seรฑor de la Montaรฑa como el propio Jorge Edwards o como lo estuvo Azorรญn. Edwards, eximio cronista, acaso el รบltimo cultor de un gรฉnero poco menos que extinguido, en este libro, uno de los mejores que ha escrito, retorna al tema complejo de la vocaciรณn literaria, la manera como la literatura nace de la vida vivida y vuelve a ella a travรฉs de quien, inspirado en sus propias experiencias, fantasea, inventa una vida de sueรฑos y palabras, y mediante lo que escribe impregna y sutilmente altera la vida verdadera, a veces para mejor, pero tambiรฉn algunas veces para peor.
En las pรกginas finales de La muerte de Montaigne hay unas reflexiones de autor sobre la muerte y el cementerio del balneario chileno de Zapallar que ponen una nota melancรณlica y triste en un libro que es un canto de amor a quien encarnรณ mejor que nadie la vida tranquila, la serenidad, la domesticaciรณn de los instintos y la pasiรณn por la razรณn y las buenas lecturas.
ยฟCรณmo pudo Montaigne sobrevivir al salvajismo de la vida polรญtica, del fanatismo religioso, del mundillo de intrigas de codiciosos, envidiosos y desalmados con quienes tuvo que codearse en los aรฑos de su quehacer cรญvico y en las relaciones con los poderosos de su tiempo a quienes frecuentรณ, a la vez que los observaba como un entomรณlogo para autopsiarlos en sus ensayos? Gracias a su extraordinaria prudencia, a su implacable serenidad. Nunca se dejรณ llevar por las emociones y es posible incluso que hasta refrenara su amor por la joven Marie de Gournay, que serรญa su devota editora, luego de hacer un ponderado balance de las conveniencias e inconveniencias de contraer una pasiรณn senil (en su รฉpoca la cincuentena era ya la vejez), guiado siempre por la inteligencia y la razรณn. Confieso que, a mรญ, tanta serenidad en una persona me impacienta y me aburre un poco, pero no hay duda de que, en un campo especรญfico, el de la polรญtica, si prevaleciera la juiciosa actitud de Montaigne, habrรญa menos estragos en la sociedad y la vida de las naciones habrรญa sido mรกs civilizada de lo que fue y es todavรญa.
Quisiera terminar esta charla con un elogio de la consecuencia y gallardรญa con que, a lo largo de toda su vida, ha defendido Jorge Edwards sus posiciones polรญticas democrรกticas, a veces mรกs inclinadas a la izquierda y a veces a la derecha, sin importarle las consecuencias, sin temor a ir contra la corriente, jamรกs guiado por la conveniencia personal y siempre por la convicciรณn y los principios. Y, siempre tambiรฉn, con la civilizada tranquilidad, como dice el refrรกn, de โquien no la debe, no la temeโ. En todos los muchos aรฑos de amistad que nos unen, he aprendido muchas cosas de รฉl, y estoy seguro de que en los que tenemos por delante โque ojalรก sean muchos tambiรฉnโ seguirรฉ aprendiendo de su ejemplo.
Gracias y feliz cumpleaรฑos, querido Jorge. ~
Lima, marzo de 2012
ยฉ Estudios Pรบblicos 125 (verano 2012)
Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perรบ, 1936) es escritor. En 2010 obtuvo el premio Nobel de Literatura. En 2022, Alfaguara publicรณ 'El fuego de la imaginaciรณn: Libros, escenarios, pantallas y museos', el primer tomo de su obra periodรญstica reunida.