Y entonces se fueron, sobrevivientes del corazรณn de las tinieblas, y Nueva York dejรณ de contener el aliento. En los cuatro dรญas que durรณ la reediciรณn de la reuniรณn republicana en el Madison Square Garden no se realizรณ ninguna conversiรณn entre los pecadores de Nueva York. Pero no hubo ningรบn disturbio teรฑido de sangre que recordara a los fieles congregados de los desรณrdenes de la dรฉcada de 1960. No hubo atentados terroristas. Por lo que sabemos de los informes policiacos, no hubo ni un solo delegado que hubiera sido atacado. Incluso los malos modales โtan esenciales para algunos neoyorquinos en sus mejores รฉpocasโ fueron mรญnimos.
Es posible que la razรณn sea sencilla: la convenciรณn careciรณ de dramatismo, vale decir, de conflicto visible. En las calles, los oficiales de policรญa de Nueva York en general se comportaron con su profesionalismo habitual. Pero la propia convenciรณn no despertรณ ninguna furia polรญtica que inflamara a los cientos de miles de manifestantes que se habรญan reunido para protestar en la ciudad el dรญa anterior a que sesionara el ritual.
“Todos los delegados tienen sus รณrdenes fundamentales”, me dijo un operador polรญtico del alcalde Michael Bloomberg: “Ser aburridos.”
Antes, tanto demรณcratas como republicanos aรบn creรญan que la polรญtica podrรญa contener algรบn elemento de sorpresa, o de espontaneidad. Ya no es asรญ. En estos dรญas, las convenciones de los dos partidos importantes son espectรกculos televisivos. Se basan en guiones que se siguen con tanta rigidez como los reglamentos para estacionar automรณviles. Cada partido presenta su espectรกculo televisivo para los electores indecisos, y eso significa que evitan casi todo lo que pueda crear divisiones, incluso remotas. La retรณrica es insulsa, melosa. Y, por supuesto, patriรณtica. Las ideas inquietantes se suprimen. La personalidad lo es todo. En Boston los demรณcratas sostuvieron un romance. Los republicanos querรญan un acto similar en Nueva York. Y para la mayorรญa de los neoyorquinos, incluso los manifestantes, el resultado fue un bostezo.
Miles de neoyorquinos salieron de la ciudad, a la playa o al campo. No tenรญan miedo; sencillamente querรญan evitar la incomodidad de las calles cerradas y la multitud de policรญas. Quienes se quedaron esperaban que no sucediera nada que favoreciera a George W. Bush y a su congregaciรณn. Pero cuando los fieles a Bush habรญan desaparecido para volver a cualesquiera que fuesen sus sitios de residencia, algo habรญa sucedido. Lo tranquilo de los acontecimientos (con unos pocos momentos excepcionales) aparentemente habรญa dado la seguridad a muchos estadounidenses de que Bush no era lo que de hecho era: un ignorante peligroso. Las cifras de sus encuestas se elevaron y tomรณ una ventaja significativa en las encuestas sobre su adversario demรณcrata, John Kerry. En el momento en que escribo, esa ventaja persiste.
Desde que las encuestas anunciaron primero el “rebote” de Bush, toda la gente que conozco en Nueva York se habรญa hundido en un profundo desasosiego. Y no porque sean adalides de los viejos ideales de izquierda, ni meros liberales intransigentes del New Deal. Ninguno es anarquista. Ninguno es opositor acรฉrrimo de la globalizaciรณn. Algunos son conservadores genuinos. Los conservadores (tanto demรณcratas como republicanos) son tal vez los mรกs abatidos de todos. Durante dรฉcadas, han insistido en polรญticas fiscales sรณlidas, en cuanto a reducir el gasto federal, extremar la cautela sobre las intervenciones en el extranjero y sobre los esfuerzos de la creaciรณn de naciones. Sobre todo, combatieron la nociรณn wilsoniana de que Estados Unidos tenรญa una “misiรณn sagrada”, dirigida por Dios, para llevar la “libertad” al mundo. Hoy avizoran un futuro de agotamiento econรณmico, de nuevas guerras en todo el planeta, de deterioros adicionales de las libertades individuales. Puede que tengan razรณn.
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Esos viejos conservadores eran bรกsicamente seculares y tradicionalistas en el mejor de los sentidos. Dirigieron el Partido Republicano desde la รฉpoca de Abraham Lincoln hasta la dรฉcada de 1960. Muchos eran descendientes de viejas familias del Noreste, criados con un sentido de comportamiento honorable. Muchos eran episcopalistas y presbiterianos, y aunque destilaban un tufillo de la antigua intolerancia anticatรณlica y antisemita, la mayorรญa habรญa aprendido a sacudirse ese feo legado. Sus lรญderes eran personas como Nelson Rockefeller y el senador Jacob Javits de Nueva York e incluรญan a la familia Bush de Connecticut. No tenรญan paciencia con los radicales de derecha, ni con los palurdos fundamentalistas.
Hoy, su Partido Republicano estรก dominado por los palurdos. Los episcopalistas y presbiterianos han sido desplazados por los bautistas, la mayorรญa de ellos del Sur. El dinero de antaรฑo ha cedido el camino al nuevo dinero del Oeste. Ese dinero se ha utilizado para hinchar las filas del partido con el poder del rechazo al populismo. A menudo, el resentimiento es la emociรณn impulsora que une a muchos de ellos: aficionados a las armas, enemigos del aborto, cristianos evangรฉlicos, la gente que vive en campamentos de remolques, todos los estadounidenses que viven en pueblos donde no se compran libros. Desde hace veinte aรฑos, mientras conducen en las carreteras de la Repรบblica, los propagandistas de derecha de la radio hablada les han enseรฑado a culpar a los liberales de su difรญcil situaciรณn, es decir, al Partido Demรณcrata. Con frecuencia se definen a sรญ mismos por aquello a lo que se oponen: afabilidad, ambigรผedad, cautela, compromiso. Muchos de ellos, que he conocido en mis viajes por el paรญs, son dรฉbiles en lo individual y quieren sentirse fuertes. George W. Bush les ha concedido esa ilusiรณn. Quieren un discurso moral que sea tan simple como una vieja pelรญcula de John Wayne. Incluso sus mujeres hablan como machos.
“Si por mรญ fuera”, me dijo el aรฑo pasado en Nashville una mujer treintona, “mandarรญa al carajo a toda esa gente, esos musulmanes, esos malditos bastardos terroristas. Si se murieran todos, el mundo serรญa mejor”. Luego me sonriรณ gentilmente y me deseรณ un buen dรญa. Pensรฉ en ella cuando vi por primera vez las fotografรญas de Abu Ghraib, en las que una joven estadounidense humillaba a unos hombres desnudos. La trivialidad y la crueldad pueden convivir en la misma psique estadounidense.
“George Bush es nuestro defensor”, me dijo una delegada una noche en las afueras del Hotel Sheraton del Midtown neoyorquino (cuya entrada estรก custodiada por trece oficiales de policรญa). “No veo por quรฉ todos los estadounidenses no pueden aceptarlo. รl es fuerte. Nadie le toma el pelo, ni los franceses, ni los alemanes, nadie. No espera que la onu actรบe. Si lo hiciera, la Catedral de San Patricio hoy serรญa una mezquita.” Ella se riรณ y yo tambiรฉn. “ยฟSabe usted? No bromeo. Esa gente nos quiere muertos. Y John Kerry los ayudarรญa.”
La triste verdad es que de donde vienen, mรกs allรก del rรญo Hudson, en lo que se ha dado en llamar los “estados rojos” republicanos (ยกironรญa, nunca tendrรกs fin!), la razรณn serena y los modales decentes no pueden seguir dirigiendo el descontento personal y polรญtico de los miembros del partido. Pero los delegados republicanos tambiรฉn creen que deben ser dirigidos por lรญderes fuertes. Y asรญ, en el Madison Square Garden, se disciplinaron.
“Tengo mis propias ideas sobre muchas cosas”, admitiรณ un delegado de Alabama, “pero รฉste no es el lugar para expresarlas”.
Esas ideas no expresadas estรกn llenas de religiรณn. En la convenciรณn se exhibieron seรฑales sutiles de la Fe Verdadera. Por ejemplo, estaba dispuesto que la tarima del orador tuviera una cruz como efecto principal. Estaba hecha con dos tonos de madera, y uno no se darรญa cuenta a menos que la buscara. Ningรบn Jesรบs de yeso pendรญa de la Cruz. Pero era una cruz en realidad. En la noche final, cuando el escenario se rediseรฑรณ para que Bush pudiera parecer el รบnico, el hombre valeroso, el habitante de lo que alguna vez Theodore Roosevelt llamรณ “la arena”, la cruz seguรญa ahรญ. En la intersecciรณn de las barras horizontal y vertical del diseรฑo estaba el sello presidencial.
No hubo ninguna peticiรณn directa a los cristianos evangรฉlicos (Bush ya tiene sus votos), pero la plataforma oficial del partido enviรณ menajes a los palurdos. Sobre el aborto. Sobre los peligros de los matrimonios entre homosexuales. Sobre las amenazas a la familia. Eran consuelos impresos para los fieles. Los dos partidos construyen plataformas, declaraciones pรบblicas de lo que creen, muchas de las cuales son banales, y la mayorรญa de los elementos polรฉmicos se desdeรฑan alegremente. Pero los verdaderos creyentes querรญan creer que la plataforma era una especie de evangelio. No importaba que, con la legislaciรณn actual, casi ninguno de estos temas “sociales” pudiera ser modificado por el presidente de Estados Unidos. Eran declaraciones de principios. Elijan a Bush, susurraban, y designarรก jueces en la Corte Suprema que nos darรกn las leyes que queremos y necesitamos, salvรกndonos de los infieles sin Dios. El aborto ya no serรก mรกs legal. Se abolirรก la Acciรณn Afirmativa. Todos podremos tener un ak-47 en nuestros hogares. Sรณlo esperen. Dios estรก de nuestra parte. Pocas semanas antes de la convenciรณn, en una concentraciรณn de Bush, un creyente dijo a un reportero: “Por primera vez en mi vida, creo que Dios estรก en la Casa Blanca.”
Hasta su propio discurso de aceptaciรณn de la candidatura en el Madison Square Garden estuvo condimentado con Dios. Bush hablรณ sobre los derechos de los niรฑos nonatos (el cรณdigo para el movimiento antiabortista), la necesidad de apoyar a las instituciones religiosas y su oposiciรณn a los matrimonios entre homosexuales. Mรกs tarde, explicรณ su creencia de que Estados Unidos estaba destinado a “dirigir la causa de la libertad en el nuevo siglo”. Luego aรฑadiรณ: “Creo todas estas cosas porque la libertad no es un don de Estados Unidos al mundo, es el don de Dios Todopoderoso para cada hombre y mujer en este mundo.” No explicรณ por quรฉ el Dios Todopoderoso, con todos Sus temibles poderes, sencillamente no cambiรณ al mundo en los siguientes diez minutos. Cerca del final del discurso, agregรณ: “Como las generaciones que nos antecedieron, tenemos un llamado desde mรกs allรก de las estrellas para representar la libertad.” Y concluyรณ: “Que Dios los bendiga, y que Dios continรบe bendiciendo a nuestro gran paรญs.”
Nada de este lenguaje parece asustar a muchos estadounidenses. Los terroristas islรกmicos afirman que su propia autoridad proviene de Dios. ยฟY cuรกl es la soluciรณn de la derecha estadounidense? Presentar otra versiรณn, incluso mรกs combativa, de Dios, “desde mรกs allรก de las estrellas”. Es decir, crear un modelo que contraste la versiรณn fundamentalista islรกmica de Dios con la versiรณn fundamentalista cristiana de la misma presencia invisible. En los primeros dรญas despuรฉs del 11 de septiembre de 2001, un Bush sin libreto prometiรณ una “cruzada” en contra de los islamistas. Todo el mundo musulmรกn reparรณ en la palabra, y rรกpidamente fue eliminada del vocabulario de Bush. Pero eso no ha hecho que deje de proclamar los valores cristianos, no laicos, en la lucha, un triunfo de lo sobrenatural sobre lo real. Eso provocarรญa muchas risas swiftianas si no hubiera gente que muere cada dรญa, por todo el planeta, vรญctima de las certezas religiosas. Sin duda, la religiรณn organizada ha dado mucho consuelo a millones de personas a lo largo de los siglos, pero tambiรฉn ha causado masacres sin fin. Como no hay nada mรกs peligroso que un verdadero creyente con una espada, la gente seria en Estados Unidos ha tratado, desde el principio, de mantener un muro de separaciรณn entre la Iglesia y el Estado. En forma sistemรกtica, Bush ha estado desmantelando ese muro.
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En la convenciรณn hubo algunos momentos de alta comedia. Las hijas gemelas de Bush pronunciaron la clase de “diรกlogo” ensayado que suele darse en los Premios de la Academia, y fue un fiasco total. “Deberรญan enviarlas a Australia hasta el 3 de septiembre”, me dijo un republicano de Nueva York. Otro momento cรณmico fue la vehemencia incendiaria de un demรณcrata renegado, de nombre Zell Miller. Su contrahecha y furiosa cara expresรณ cierta oscura molestia que los fieles aplaudieron con gran vigor. Atacรณ a John Kerry. Dijo que sรณlo George W. Bush podrรญa mantener a salvo a “Amรฉrica”. Sรณlo George W. Bush podrรญa proteger a la propia familia de Miller. Miller estaba tan furibundo que sin proponรฉrselo fue gracioso. De alguna manera, este demรณcrata enojado era mรกs representativo de las bases del Partido Republicano que los mismos republicanos. En su juventud, fue uno de los partidarios del comisario “Bull” Connor, de Georgia, quien disfrutaba rompiendo las cabezas de los manifestantes negros que exigรญan los derechos civiles. Pero despuรฉs de 1965, cuando Lyndon B. Johnson firmรณ las leyes de los Derechos Civiles, hubo un รฉxodo masivo de los demรณcratas sureรฑos al Partido Republicano, todos impulsados a su refugio por la raza. Los republicanos llegaron a los racistas en lo que polรญticamente se etiquetรณ “la Estrategia Sureรฑa”. Aquella gente se convirtiรณ en la nueva infanterรญa del actual Partido Republicano. Miller, quien siguiรณ siendo demรณcrata (todavรญa lo es), no dijo nada de ello. Pero conmoviรณ a la audiencia de quince mil creyentes verdaderos en una forma como no lo hicieron los oradores mรกs moderados. Mรกs tarde, interrogado por Chris Matthews de la MSNBC, gritรณ, “ยกQuรญtese de mi vista!”, y dijo que anhelaba los dรญas en que un Hombre de Verdad pudiera eliminar a otro en un duelo.
Pero el otro momento maravilloso involucrรณ a Arnold Schwarzenegger, asesino de miles en pelรญculas de acciรณn, hoy gobernador de California. Puesto que es un actor, su discurso estuvo lleno de sinceridad. Se presentรณ a sรญ mismo como un inmigrante, y la audiencia aullรณ. Despuรฉs de todo, es la clase de inmigrante que los republicanos aman: un europeo blanco.
Ademรกs, sin embargo, les dio una versiรณn de su propia vida, que estaba llena de las verdades ocultas de la ficciรณn. Nunca mencionรณ el hecho incรณmodo de que su padre era un nazi. Les dijo que habรญa visto los tanques soviรฉticos en la Austria de su juventud. “Vi al comunismo con mis propios ojos.” Agregรณ que “de niรฑo, vi al paรญs socialista en que Austria se convirtiรณ despuรฉs de la retirada soviรฉtica” en 1955. Unos dรญas despuรฉs, la Associated Press enviรณ un artรญculo desde Viena, que explicaba que la memoria de Arnold debรญa fallar. Naciรณ en 1947, en Estiria, la cual estaba en la zona britรกnica de la Austria ocupada, lejos de cualquier riesgo. No hubo tanques soviรฉticos en Viena. Y entre 1945 y 1970, todos los primeros ministros austriacos eran conservadores, no socialistas (algunos socialistas habรญan sido elegidos, por supuesto, para estar en el gobierno). Cuando Arnold se fue de Austria en 1968, un conservador catรณlico duro estaba en el poder.
Arnold tambiรฉn afirmรณ que cuando estuvo a salvo en Estados Unidos, trabajando como un fisicoculturista profesional, vio a Richard Nixon en la televisiรณn; preguntรณ de quรฉ partido polรญtico era y le dijeron que del Republicano. Bien, dijo, soy republicano. Despuรฉs de todo, Nixon no era un socialista como Hubert Humphrey (quien tampoco era socialista). Esta evocaciรณn es casi tan fidedigna como la recordada por Rudolph Giuliani en su propio discurso a los creyentes. El ex alcalde de Nueva York afirmรณ que en la maรฑana del 11 de septiembre de 2001, mientras รฉl y su comisionado de policรญa escapaban de la destrucciรณn, el humo y el polvo, dijo “Gracias a Dios que George W. Bush es el presidente de Estados Unidos”. Este recuerdo puede haber sido cierto, y si asรญ fue, Giuliani debe haber estado muy conmocionado.
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Alrededor del Madison Square Garden, entre un pequeรฑo nรบmero de manifestantes, habรญa varias teorรญas paranoicas. La mรกs persistente era que el 11 de septiembre habรญa sido planeado por el gobierno de Bush, quien querรญa que eso sucediera para asรญ poder ir a la guerra contra su objetivo mรกs anhelado, Iraq. Esto habรญa requerido una conspiraciรณn tan amplia que tendrรญa que salir a la superficie en algunos dรญas.
Pero algo no estaba claro: los ataques del 11 de septiembre podrรญan haberse evitado. El 6 de agosto de 2001, mientras Bush estaba en sus seis semanas de vacaciones en Texas, exhausto por sus trabajos para impedir la investigaciรณn de las cรฉlulas madre y la necesidad de crear una defensa del tipo de la Guerra de las Galaxias, se le entregรณ un memorando. Era parte del Informe Presidencial Diario. El tรญtulo era “Bin Laden estรก decidido a golpear a Estados Unidos”. Un pรกrrafo se referรญa a la posibilidad en 1998 del secuestro de una aeronave por parte de Al Qaeda, algo que nunca ocurriรณ. Pero el pรกrrafo crรญtico es el siguiente (tal como fue reproducido en la p. 262 de “El Informe de la Comisiรณn 9/11”):
No obstante, la informaciรณn del FBI desde entonces indica patrones de actividad sospechosa en este paรญs, que son consistentes con las preparaciones de secuestros o de otros tipos de ataques, incluida la reciente vigilancia de edificios federales en Nueva York.
Cualquier ser humano medianamente inteligente que leyera ese pรกrrafo habrรญa actuado. Llamen a las autoridades respectivas, habrรญa dicho, y exijan una mayor seguridad en todos los aeropuertos. Bush no hizo nada. Treinta y seis dรญas despuรฉs, esos diecinueve secuestradores traspasaron la seguridad de los aeropuertos armados con cutters de bolsillo. Unos aรฑos despuรฉs, al pedirle una explicaciรณn, Bush y los miembros de su camarilla dijeron que el memorando era bรกsicamente “histรณrico” y que, de cualquier manera, no mencionaba que podrรญa haber aeronaves que se convertirรญan en misiles dirigidos contra edificios. Sin embargo, el grupo de edificios federales en Nueva York estรก a sรณlo cinco calles de las Torres Gemelas, en uno de los cuales los terroristas islรกmicos habรญan hecho detonar una bomba en 1993. ยฟAcaso era imposible que volvieran a constituir blancos de ataque? Ademรกs, muchas oficinas federales estaban ubicadas dentro del World Trade Center. La gente de Bush podrรญa haber exigido mรกs informaciรณn en agosto sobre objetivos potenciales. No lo hicieron. Y la suposiciรณn tรกcita fue que esos secuestros estaban bien, hombre, no habรญa nada de quรฉ preocuparse.
Para ser breves, Bush no planeรณ la calamidad del 11 de septiembre, pero fue responsable de ella. Despuรฉs de todo, los ataques ocurrieron en su mandato. En agosto, estaba en el octavo mes de su presidencia. Era el comandante en jefe, cargo que incluรญa proteger la seguridad de todos los ciudadanos. No hizo nada. Quizรกs ni siquiera รฉl mismo sepa por quรฉ. Probablemente fue una mezcla de indiferencia, ignorancia y una falla de la imaginaciรณn. Ni modo. Al final, en agosto no hizo nada, y en septiembre miles de personas murieron. Ahora ha convencido a los fieles de su partido y a muchos otros estadounidenses de que es el รบnico hombre que puede mantener el paรญs a salvo de los terroristas. Hizo esta declaraciรณn despuรฉs de presidir el mayor error de inteligencia estadounidense desde el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Esto equivale a lo que los neoyorquinos llamarรญan chutzpah. En efecto, George W. Bush estรก corriendo contra sรญ mismo, y va ganando.
Muchos apoyamos la guerra en Afganistรกn. Sencillamente uno no puede permitir que cualquiera mate a miles de tus compatriotas y luego mostrar la otra mejilla. Pero un dรญa despuรฉs del 11 de septiembre (como informรณ Richard Clarke y otras personas enteradas), Bush y los halcones neoconservadores ya se estaban alistando para una guerra en Iraq. Estaban obsesionados con Iraq y Saddam Hussein, y con la posibilidad de que poseรญa armas de destrucciรณn masiva. Querรญan valerse del 11 de septiembre para perseguirlo como parte de una “guerra contra el terrorismo” en todo el mundo. Esto seguirรญa a la nueva doctrina de Bush sobre la “guerra preventiva”, una tรกctica, por supuesto, practicada por los japoneses en Pearl Harbor. Mientras el humo y las llamas todavรญa se elevaban del World Trade Center, aquรฉllos se alistaban para ir a Iraq. No importรณ que quince de los diecinueve secuestradores fueran de Arabia Saudita.
Lo que sucediรณ en Iraq serรก examinado por los historiadores en los aรฑos por venir. Pero Clarke, quien querรญa que Estados Unidos concentrara sus energรญas en Al Qaeda, estaba alarmado por lo que escuchรณ dentro del cรญrculo central de los halcones de Bush. El dรญa 11 de septiembre, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, el consejero Paul Wolfowitz y otros demandaban ataques inmediatos sobre Iraq, que tenรญa “mejores blancos” que Afganistรกn. Clarke se encontrรณ con el secretario de Estado Colin Powell, el รบnico miembro de jerarquรญa del gobierno de Bush que alguna vez habรญa estado en combate en una guerra, y por lo tanto fue mรกs cauteloso.
“Pensรฉ que me estaba perdiendo de algo”, Clarke dijo a Powell: “Ser atacados por Al Qaeda, y ahora nosotros en respuesta vamos a bombardear Iraq, serรญa igual que si invadiรฉramos Mรฉxico despuรฉs de los ataques japoneses a Pearl Harbor.”
Powell moviรณ su cabeza y dijo: “Todavรญa no ha terminado.”
Pero en efecto habรญa terminado. Bush y los halcones obtuvieron su esplรฉndida guerrita en Iraq, y los horrores cotidianos todavรญa continuaban cuando los republicanos se reunieron para la coronaciรณn de George W. Bush. Habรญa algunos delegados descontentos con esa guerra. En las elecciones de 2000, Bush dijo varias veces que se oponรญa a la “construcciรณn de naciones” y ahora Estados Unidos estaba intentando construir dos naciones: Iraq y Afganistรกn. Los dรฉficit iban en aumento cada hora que pasaba. Los nรบmeros de soldados estadounidenses muertos se acercaban a los mil, y la mayorรญa de los iraquรญes โincluso los miembros del equipo de futbol soccer de los Juegos Olรญmpicosโ manifestaba que querรญa que los estadounidenses se fueran. Varias encuestas de opiniรณn muestran que Estados Unidos se ha convertido en la naciรณn mรกs odiada del planeta.
“No me gusta cรณmo se estรกn desarrollando las cosas”, me dijo un delegado neoyorquino. “Pero no hay alternativa. No puedo votar por un demรณcrata.”
El sรกbado 11 de septiembre [2004], despuรฉs de que los republicanos se habรญan ido de Nueva York, regresรฉ con mi esposa al lugar donde habรญamos estado en la maรฑana terrible del 11 de septiembre de 2001. Nos paramos ahรญ, tres aรฑos despuรฉs, mientras un bombero en uniforme de gala hizo sonar una campana y los parientes de los muertos hicieron varios recorridos en la Zona Cero, que ahora es un polvoriento sitio de construcciรณn. Durante casi un minuto, nos abrazamos, como lo hicimos tres aรฑos antes. Luego, empezamos a caminar entre el gentรญo. Una familia de origen latino andaba por ahรญ; eran ocho, de todas las edades, la madre vestรญa de negro, llorando inconsolablemente. Ella era uno de los familiares que habรญan leรญdo los nombres de cada uno de los muertos, los muertos judรญos y los muertos irlandeses, los muertos mexicanos, y los muertos ecuatorianos y los muertos puertorriqueรฑos y los muertos dominicanos, los muertos rusos, los muertos afroestadounidenses, los muertos catรณlicos y protestantes y musulmanes, y los muertos republicanos y los muertos demรณcratas. La lectura de los nombres durรณ mรกs de tres horas.
Pero este aรฑo, en las calles aledaรฑas habรญa menos gente que en 2003, y asรญ es como la vida sigue, en particular en Nueva York. La policรญa habรญa cerrado un carril de trรกfico en la calle Church para dar cabida a las multitudes esperadas. El carril estaba vacรญo. Nos introdujimos en la capilla de Saint Paul en Broadway, la iglesia mรกs antigua de Nueva York, y que fue uno de los centros de rescate despuรฉs del 11 de septiembre. Se estaba llevando a cabo un oficio conmemorativo. Luego salimos juntos a la luz del dรญa. Era como si hubieran pasado diez aรฑos, y como si toda esa emociรณn tambiรฉn hubiera sido atacada. Sigo diciendo a mis amigos que somos un paรญs mejor de lo que parece, pero no todos me creen. O piensan que soy un tonto sentimental. Y tal vez tengan razรณn. Tres aรฑos despuรฉs, seguimos furiosos y tristes. Tres aรฑos despuรฉs, parece que George W. Bush estรก a punto de lograr cuatro aรฑos mรกs en el poder. Tres aรฑos despuรฉs, nuestros propios fundamentalistas estรกn emprendiendo una yijad polรญtica en contra de otros estadounidenses. Tres aรฑos despuรฉs, Iraq ha tenido que tragarse la simplicidad de nuestra pena y nuestra ira. –
โ Traducciรณn de Marcela Pimentel
(1935-2020) fue un periodista, novelista, ensayista, editor y educador estadounidense.