Quรฉ distintos son los homosexuales de las tres recientes pelรญculas de gran รฉxito en las que aparecen: tan distintos como los seres humanos lo somos unos de otros, con la particularidad de que estos hombres unificados por su deseo son del pasado, cuando la historia les ponรญa un estigma y les daba un plus de peligrosidad. La vida de Oliver y Elio en el verano de 1983 plasmada en Call me by your name es de โcalme, luxe et voluptรฉโ, y el peligro, que los padres de Elio o la cocinera de la mansiรณn campestre italiana del siglo XVII adviertan que el adolescente que toca el piano y el estudiante posgraduado en visita acadรฉmica no solo se intercambian libros y pasean en bicicleta; las ganas de consumar fรญsicamente su mutua atracciรณn se realizan, y no hay escรกndalo, aunque antes las solventa Elio, solo en su dormitorio, penetrando con el miembro viril un melocotรณn de la huerta familiar, en una escena a la que Luca Guadagnino, director de gran habilidad, sorprendentemente no le saca, valga la paradoja chistosa, el jugo que tal episodio tiene en la obra homรณnima de Andrรฉ Aciman. Y eso a pesar de que, por lo demรกs, la pelรญcula supera en gracia espiritosa, en el trazo de los personajes, en la creaciรณn de una atmรณsfera lรกnguida y sensual, al libro, novela rosa de un buen profesor y ensayista highbrow como es Aciman, muy bien trasladada a la pantalla por dos cineastas middlebrow, James Ivory, autor del guion, y Guadagnino, que lo rueda muy atento a que la belleza de los interiores naturales y los paisajes de la Lombardรญa no desmerezcan junto a la rotunda apostura de Armie Hammer (un Oliver de escasa relevancia interpretativa) y la hermosura radiante de Elio, llena de inteligencia en los ojos y poderosa imantaciรณn en los gestos del nuevo wonderboy de Hollywood Timothรฉe Chalamet.
Call me by your name se ve con agrado, como se veรญan en su dรญa las sรณlidas adaptaciones de mejores novelas hechas por Ivory, Oriente y Occidente, Una habitaciรณn con vistas, Lo que queda del dรญa, de Ruth Prawer Jhabvala, E. M. Forster y Kazuo Ishiguro, respectivamente. Por su parte, Guadagnino, un director que pasa de lo pretencioso a lo superficial con innata facilidad, sabe en este caso sacar buen partido dramรกtico de personajes episรณdicos, como son la madre de Elio, Annella, interpretada por la siempre solvente actriz francesa Amira Casar, o Marzia, la chica con la que el indeciso muchacho flirtea, que encuentra en Esther Garrel el aplomo y el talento de una familia de casta en el cine europeo. Y hay en el final una gran escena, tomada fielmente de la novela, que aborda con emotividad sutil la historia fantasmรกtica de la desgracia homosexual, cuando el padre de Elio โilustre arqueรณlogo al que en ese placentero verano ha ayudado en sus investigaciones Oliver, ya de regreso en los Estados Unidosโ nota en su hijo la carencia del amor que allรญ en la mansiรณn ha tenido lugar, y le insinรบa al chico que tambiรฉn รฉl viviรณ cuando era joven una historia โprohibidaโ que quedรณ irrealizada. La misma frustraciรณn, en otro contexto pero aรฑos coinci- dentes de la Guerra Frรญa, en torno a 1963, la sufre Giles (Richard Jenkins), el amigo y cรณmplice de la protagonista de La forma del agua, rechazado por su diferencia sexual, no tan aparatosa como la de la muda Elisa y el monstruoso hombre anfibio, pero igual de demonizada en un pelรญcula, brillante como todas las de Guillermo del Toro, lastrada a mi juicio por los subrayados en la metรกfora de la rareza.
En los primeros aรฑos 1980 los propios homosexuales estadounidenses, los mรกs radicales, cambiaron de apelativo; gay les parecรญa demasiado optimista, o demasiado inocuo, prefiriendo asumir, con el tรฉrmino queer (raro), la dimensiรณn de su extraรฑeza anรณmala dentro del tejido social de las mayorรญas dominantes. Era, naturalmente, un desafรญo, que en parte quedรณ truncado por la eclosiรณn y devastador crecimiento del sida, que mantuvo al menos dos dรฉcadas el baldรณn ignominioso de ser una enfermedad (o condena) reservada a esa minorรญa sexual. 120 pulsaciones por minuto es la crรณnica de unos humillados que combaten con orgullo la mortalidad de su dolencia y la ofensa del castigo adherido a su condiciรณn privada. Act-Up fue fundada en Francia en junio de 1989 por activistas infectados por el vih, que reclamaban, con acciones llamativas, un tratamiento sanitario eficaz, no discriminado, y denunciaban los abusos de las empresas farmacรฉuticas; una de las secuencias mรกs logradas de la pelรญcula reproduce el asalto a la sede de una de aquellas, Melton Pharm, con bolsas de falsa sangre contaminada arrojadas en despachos y oficinas.
El director Robin Campillo hace un filme histรณrico documental, incurriendo en sus 140 minutos de duraciรณn en debates interminables que evocan los de La clase, la pelรญcula de Laurent Cantet de la que fue coguionista, sin el poder de sรญntesis y la ligereza que tenรญa aquella psicocomedia escolar. Combativa, bien interpretada, 120 pulsaciones por minuto cuenta la valerosa historia de unos hombres y algunas mujeres (lesbianas, madres de afectados) que fueron fundamentales en la consideraciรณn de una grave epidemia mundial y la toma de conciencia que fraguarรญa en el reconocimiento de derechos sociales y personales antes negados a los โrarosโ. No llega en ningรบn momento a la contundente y a la vez refinada altura patรฉtica que tenรญan, por no salir del รกmbito francรฉs, las รบltimas novelas de Hervรฉ Guibert, que muriรณ de sida, o El hombre herido de Patrice Chรฉreau, pero abre pรกginas de una historia que no debe olvidarse, en todas sus facetas. Por ejemplo, la persistencia del deseo aun en momentos de extremo dolor o aflicciรณn, como reflejan la escena de Sean (Nahuel Pรฉrez Biscayart) disfrutando, ya moribundo, de la masturbaciรณn que le hace su compaรฑero en el hospital, y, tras la velada fรบnebre, la normalidad de los que sobreviven al ejercer su voluptuosidad. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).