La life trumpera

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Siento hablar de Trump (mientras se pueda). Este hombre letal, salido del averno de nuestras pesadillas, obliga a que cada persona sea mejor. Para compensar las acciones y las malas palabras de ese ciclón cada cual tendrá que forzar al máximo su bondad, su trabajo (o su no trabajo), su honradez, su amabilidad. La nueva life trumpera nos obliga a mejorar por todos lados. El desafío es brutal.

Si te gusta el imperio USA este presidente es una amenaza para el sistema. Y al revés: si ves el imperio como una lacra que ya declina pero que aún puede pegar algún zarpazo, el trumpismo es un esperpento de lo peor, el inicio de la decadencia y el caos; podrías reafirmarte en tus opiniones y disfrutar del derrumbe si no fuera porque es demasiado grande y nos arrastraría a todos. Por eso, en cualquier caso, hay que militar en la democracia (quizá este desafío sirva para resucitarla). Como ha reiterado Enrique Krauze en CNN, “a los tiranos no se les apacigua, se les enfrenta”.

La life trumpera no se puede esquivar. De Obama se podía pasar, era casi invisible (al menos era delgado) y sus modales se ajustaban a la etiqueta del buen fingimiento básico universal. Te espiaba, te crackeaba la conexión, pero en buen plan. La life trumpera te mata con un tuit. Si la misión de los gobiernos ya inútiles es colocar cuñados y producir contenidos para retuitear, hemos alcanzado el clímax. Releer a Tony Judt, aquello de que Algo va mal.

La life trumpera coincide con la explosión del big data y la Inteligencia Artificial. Paradigma Snowden. Gran Bretaña ha estrenado una legislación para vigilar más aún a sus ciudadanos. Orwell ha resucitado otra vez (nombrarlo te convierte en sospechoso: comprar sus libros te pone en la lista negra del big data). Estamos en plena life trumpera, donde un tuit puede retener a alguien en seco, parar su vida: la historia sobre ti. Un tuit de Trump: pío pío, bang bang.

Trump ha sido construido con big data a última hora y ese método nos lo vamos a ir aplicando los demás. La entrevista a Martin Hilbert en la revista chilena The Clinic (19-1-17), citada por Arcadi Espada, desvela muy bien estos manejos de algoritmos y mensajes íntimos que nos dosifica y nos enchufa la IA en vena. El propio Trump tendrá que lidiar con el big data que le ha encumbrado. La misma tecnología que le ha llevado a los corazoncitos de los votantes decisivos va a ser su rival, su clon, su bot y su remix. Los humanos ya somos colecciones de datos, ya podemos verlos, editarlos, remixearlos (nos editan por nuestro bien). La mezcla de la era trumpiana con estas disrupciones es imprevisible. Quizá es mejor que decida la IA.

Trump (quizá un replicante de los Simpson) apenas tendrá vida cárnica: pertenece ya a la era de los datos. Quizá es un holograma alimentado con bits. Qbits. Cuando empezó Los Simpson los colores de los moñacos eran inverosímiles: se impusieron por los hechos, por el hiperrealismo surreal (Los Simpson actualiza lo salvable de las vanguardias hoy en demolición: Estudios del malestar, de José Luis Pardo, y el apasionante Los árboles portátiles, de Jon Juaristi, les ajustan las cuentas).

Trump tuitea las leyes. Un tuit y te retienen en un aeropuerto, te ocurren cosas. El tuit letal ya convive con el dron de la era Obama. El imperio actúa en directo. Un tuit y se cierra una fábrica, o se deja de abrir. Es la legislación en tiempo real. Obama, hombre de otro siglo, representaba su papel de presidente sin nada que hacer posando cada día. No le dejaron cerrar Guantánamo, pero él mantenía el tipo, era un actor ideal para ese momento cero cero: cero mando, top presencia. Ahora ha llegado un personaje que maneja el Twitter como un Colt en tarantinolandia. Legisla por tuits. La esperanza es que no le dejen, que tampoco le dejen. Le dejemos.

Esta velocidad de ejecución la han valorado bien los mercados porque ellos son los primeros que entienden y viven de la milésima, del nanosegundo loco. La primera subida de las bolsas ante Trump responde a un criterio poético (el único que mueve los mercados) que identifica esa velocidad absurda con sus propios microtiempos. Es como decir: ey, Donald, estamos en la onda, en la misma época. Welcome home. La IA nos lleva en volandas.

Esta eclosión del big data, la IA y el tuiteo legislativo es lo que puede lixiviar o enloquecer la life trumpera. Obama tuiteaba por cumplir; dt tuitea para ahorrarse la frase, el pensamiento. Ocurrencias, insultos, exabruptos, wey way out. La life trumpera es el tiempo ya ido, lo que está y no está y a la vez está y no está. O sea, la cuántica (la metáfora de lo líquido es analógica, anterior: la life trumpera se corresponde con lo cuántico).

Tocqueville escribió que “es peligroso someter a los hombres, sobre todo en los detalles” (lo cita Lipovetsky en De la ligereza, quizá lo único recordable de ese libro). Cada cual debería tener derecho a pensar por sí mismo, a crear su burbuja ideal, irreal. Ya que de momento no hay posibilidad de tener una realidad. La irrupción de esta tromba de sinsentido y brutalidad es peligrosa también porque se apodera de lo más íntimo, aspira a mandar en el último reducto de cada conciencia. Allí donde se incrusta el tuit.

Cada cual debería poder soñarse y habitar una burbuja de sentido, un mundo ideal, irreal o surreal. También esa burbuja del instante (Concheiro) que se hace cada día cada persona para sobrellevar el malestar y la aspereza del mundo está amenazada por Trump. ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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