La mentira como arma del poder

La mentira usada abierta y sistemáticamente como arma del poder para dividir y confundir a la sociedad será parte central del agrio legado del populismo.
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“Nos robaron la elección de 2006.” “Nos hicieron fraude en 2012.” “Regresaré al Ejército a sus cuarteles.” “Cancelamos el aeropuerto de Texcoco porque había mucha corrupción.” “Hay escasez de gasolina porque estamos combatiendo el huachicol.” “El gabinete de seguridad fue quien decidió liberar a Ovidio Guzmán.” “Se han ahorrado 1.5 billones de pesos gracias a la lucha contra la corrupción.” “Ya tenemos comprador para el avión presidencial.” “Nuestra estrategia de seguridad está funcionando.” “Había corrupción en las estancias infantiles, por eso las cancelamos.” “No se talará un solo árbol por el Tren Maya.” “La próxima semana tendremos medicamentos para los niños con cáncer.” “El aifa es el mejor aeropuerto de América Latina.” “Salgan, abrácense, no pasa nada, no es tan fatal ese coronavirus.” “Ya no hay corrupción.” “Se acabaron las masacres.” “Ya domamos la pandemia.” “La maestra Delfina es una mujer honesta.” “Calumnian a Salgado Macedonio.” “López-Gatell merece reconocimiento mundial.” “Que se aplique la ley, aunque se trate de mi hermano.” “El récord en remesas es un logro para presumir.” “Soy el presidente más atacado en cien años.” “Tendremos un sistema de salud como el de Dinamarca.” “No hay militarización.” “El ine hace fraudes electorales.” “No hay un país donde se estén aplicando tantas vacunas.” “Este es el gobierno que más ha apoyado a las mujeres.” “No somos iguales.” “Vamos muy bien.”

Se podrían llenar muchas páginas con las mentiras y las afirmaciones engañosas que a diario dice el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero él no ha pagado ningún costo jurídico, administrativo, político, social o diplomático por ello. Los medios siguen difundiendo lo que dice a diario, incluso cuando se ha demostrado su falta de veracidad. Los líderes empresariales aún dan crédito a lo que el presidente asegura. Los enviados de gobiernos extranjeros dicen en público que confían en su palabra. Y, en promedio, seis de cada diez ciudadanos siguen teniendo una opinión favorable de él, como muestran las encuestas. Al presidente no le interesa la verdad, pero esta tampoco parece tener muchos aliados.

Pregunte usted a cualquier ciudadano qué opina de que el presidente diga tantas mentiras y muy probablemente le responderá –con una mezcla de cinismo y resignación– que todos los políticos mienten. Pero hay tres factores que hacen diferentes y mucho más peligrosas las mentiras de López Obrador: su inmensa cantidad, la gravedad de sus efectos y, sobre todo, su motivación para mentir.

Comencemos por la cantidad. El conteo de la empresa SPIN-Taller de Comunicación Política registra que AMLO ha hecho casi 87 mil afirmaciones falsas, engañosas o que no están respaldadas por información pública hasta agosto de 2022, es decir, en poco más de tres años y medio de gobierno. Para comparar, el Washington Post contabilizó poco más de 30 mil 500 afirmaciones falsas y engañosas de Donald Trump durante sus cuatro años en la Casa Blanca. Más allá de comprobar con espanto que AMLO supera al presidente más mendaz de la historia de Estados Unidos, lo importante es que entendamos la naturaleza y magnitud del problema. No estamos solamente ante un político mentiroso, estamos ante una estrategia deliberada de desinformación que busca imponer dos ideas falsas: uno, que López Obrador es un líder infalible y el único con legitimidad –él le llama “autoridad moral”– para gobernar; y dos, que toda persona que critique, cuestione o se oponga al presidente vive en un estado permanente de inferioridad moral y por eso no tiene legitimidad para participar en la vida pública. López Obrador usa la mentira para ponerse a sí mismo por encima de toda la sociedad a fin de blindar sus decisiones del escrutinio público, eludiendo por completo la rendición de cuentas.

Esto nos lleva al segundo punto, la gravedad de las mentiras y sus efectos. Cuando se usa el poder del Estado para desinformar, se daña la capacidad de la sociedad para entender la situación real del país. Las mentiras del presidente no sustituyen a la verdad, pero sí la vuelven irrelevante a los ojos de millones. Y aquí no debemos pensar que todos sus seguidores son incautos que creen literalmente cada afirmación falsa. Muchos saben que son mentiras o frases engañosas, pero saben también que son útiles como arma para defenderlo de sus críticos, porque les evitan el esfuerzo de aportar evidencia y argumentos para sostener sus posturas políticas. Falsedades flagrantes como “salvamos el lago de Texcoco”, “se está reduciendo como nunca antes la pobreza” o “a México no le fue tan mal en la pandemia” se vuelven mantras que, al repetirse una y otra vez, protegen al creyente de la realidad, sustituyen la razón con la emoción y refuerzan el control de López Obrador sobre sus seguidores. Esto es muy bueno para el presidente, pero muy malo para el país, porque la mentira es un pantano en el que es imposible construir soluciones a nuestros problemas colectivos.

Las mentiras del presidente han tenido enormes costos en términos financieros, institucionales y sociales. Pero hay algunas cuyo costo es irreparable, pues se mide en vidas perdidas o dañadas. Ese es el caso del cruel engaño en torno a la pandemia de covid-19. Desde el inicio de la crisis, el presidente –con ayuda de un vocero envilecido y sin escrúpulos– le dio la espalda a la verdad y se dedicó a confundir y saturar a la sociedad con afirmaciones destinadas a negar la gravedad del problema, minimizar su impacto real y eludir toda responsabilidad. La prioridad siempre fue cuidar su imagen, no la salud y la vida de la gente. La falta de una comunicación profesional de riesgo sanitario de parte del Estado para proteger a la población le costó a México decenas de miles de vidas que no tenían que perderse.

Emparentadas con todas las mentiras sobre la pandemia están las que el presidente ha dicho para ocultar el brutal desmantelamiento del sistema público de salud. Esa otra tragedia se ha manifestado en situaciones límite de falta de presupuesto para equipar hospitales, así como en un desabasto crónico de medicamentos, lo que también ha costado sufrimiento, dolor y vidas. “Salgan, abrácense, no es tan fatal este coronavirus, no es ni siquiera como la influenza”, “ya domamos la pandemia”, “la próxima semana habrá medicamentos para los niños enfermos de cáncer” y “en este sexenio tendremos un sistema de salud como el de Dinamarca” son mentiras que nunca habrían sido aceptadas por una sociedad con valores cívicos más sólidos.

En tercer lugar, lo que hace diferentes a las mentiras de López Obrador es su motivación. Debajo de la máscara de aspiraciones compartidas –como la honestidad en el gobierno o una sociedad más justa– el presidente oculta la destrucción del Estado con el fin de centralizar el poder en su persona y garantizar el dominio de su movimiento populista durante las próximas décadas. Su discurso tóxico y falaz es el ariete con el que va destruyendo a instituciones clave para la república y para la democracia. A algunas, como el ine, las destruye desde fuera, quitándoles recursos, desprestigiando su trabajo y poniendo en su contra a parte de la sociedad con afirmaciones falsas. A otras, como a las fuerzas armadas, las destruye desde dentro, pervirtiendo sus funciones, deformando su estructura y convirtiéndolas en instrumento político, mientras dice actuar por la seguridad ciudadana. A base de mentiras, el presidente va alejando las urnas y acercando las bayonetas.

Al final, tenemos que entender que el presidente miente porque puede hacerlo con impunidad. Miente porque está rodeado de incondicionales que le ayudan a corroer la verdad para amasar más poder, más dinero y más capacidad para inspirar temor. Miente porque no hay Congreso o poder judicial que realmente le exijan cuentas. Miente porque buena parte de las élites cree que es más costoso defender la verdad que tolerar la mentira. Miente porque tiene como aliadas a la ignorancia y la apatía de millones. Y miente porque sabe que la mentira es muy útil para encender a los creyentes, ofuscar a los críticos, engañar a los incautos e intimidar a sus opositores.

La mentira usada abierta y sistemáticamente como arma del poder para dividir y confundir a la sociedad será parte central del agrio legado del populismo. Nos guste o no, en algún momento tendremos que darnos cuenta de que, para reconciliarnos entre nosotros, los mexicanos debemos primero reconciliarnos con la verdad. ~

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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