“Teología negativa: El sol negro”. Imagen cortesía de Geandy Pavón.

La mitología pandémica de Geandy Pavón

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El 20 de enero de 2020 se diagnosticó el primer caso de covid-19 en Estados Unidos, procedente de China. Poco más de un mes después se confirmó el primer caso de transmisión doméstica del virus. El 16 de marzo, los gobernadores de Nueva Jersey y de Nueva York decretaron toque de queda a partir de las 8 de la noche y el cierre de escuelas públicas y negocios no esenciales.

Mientras todo esto sucedía, el fotógrafo Geandy Pavón (Las Tunas, 1974), residente en la localidad de West New York, en Nueva Jersey, se encontraba en la ciudad de Búfalo, Nueva York, visitando a su novia, Imara López Boada (La Habana, 1979). Su visita de unos pocos días se convirtió en una estadía de casi dos meses que dio origen a uno de los binomios artista-musa más prolíferos de la fotografía cubana contemporánea.

Dos días después de que las autoridades estatales impusieran el toque de queda, el 18 de marzo Pavón publicó en su cuenta de Instagram una fotografía de él y López Boada en la cocina de ella. La tituló “Quarantine / photo series of 40 days & 40 nights / day 1 / Imara Lopez & Geandy Pavon”. En la instantánea, vemos al artista parado de cabeza. Agachada a su lado, su pareja lo sostiene. Entre ambos, sobre el piso, reposa una botella de tequila Espolón. Pavón viste un pantalón de color oscuro, y tiene el pecho descubierto; López Boada lleva un traje de baño con estampado animal y calza sandalias de tacón de color fucsia brillante –esta foto sería después sustituida por una donde ella posa de pie junto a Pavón, sosteniendo en una mano la botella de tequila–.

La vida, tal como la conocíamos hasta entonces, estaba, al igual que el artista, de cabeza. A lo largo cuarenta días, fotógrafo y musa publicaron en sus redes sociales una nueva imagen con la que transmitieron su particular experiencia y visión de la pandemia. Poco después de concluida la serie, la obra se exhibió en el Art Museum of the Americas (ama), en cuyo sitio de internet aún puede verse. Y de diciembre a febrero fue expuesta en el Coral Gables Museum de la ciudad de Miami.

En el texto que acompaña la exposición del ama, la historiadora del arte Lynette M. F. Bosch examina la naturaleza y los significados de los mitos con los que dialoga la serie de Pavón. En el cosmos por ella develado solo cabría lamentar la ausencia de referencias a la tradición artística y literaria que posiciona a la mulata como elemento fundacional de la cultura cubana, desde el teatro bufo hasta la más reciente publicidad comercial, teniendo en el pincel de Carlos Enríquez y la prosa de Cirilo Villaverde algunos de sus más refinados admiradores. Desde una perspectiva menos historicista, en una breve reseña publicada en Diario de Cuba el académico Jorge Brioso propone tres ejes epistemológicos para entender la serie: la teatralidad del gesto artístico, más cercano a la figuración pictórica que a la fotografía; la subversión del mito que dicho gesto plantea, y la incorporación a este de la nueva realidad del aislamiento que impone la pandemia.

A diferencia de ellos, prefiero abordar 40 days and 40 nights como una Gestalt, inteligible a partir de la idea de cuarentena como un todo arquetípico, que da forma y sentido a cada entrega diaria de Pavón. Más que en la particularidad de los mitos a los que aluden las escenas que el fotógrafo construyó, me interesa indagar en los tres imaginarios que, como conjunto, esta serie evoca: la exploración de lo doméstico, la representación artística de lo mitológico y la producción de una mitología ad hoc sobre la pandemia.

En las diez primeras entregas de la serie publicada en su cuenta de instagram, Pavón se mantiene apegado a la domesticidad en que transcurrió su confinamiento. Las escenas de esta primera etapa son de naturaleza íntima hogareña: el artista se retrata acostado en la cama, tan absorto en un libro de fotografía que ni las piernas de López Boada, que asoman desde la habitación contigua, calzadas en las llamativas sandalias fosforescentes, logran llamar su atención (día 2); se asoma tras el lente de su cámara, reflejado en el espejo que ella sostiene, como en un juego de re-presentaciones y re-conocimiento (día 4); dibuja el perfil de ella sobre una servilleta (día 5); la besa, a resguardo de la toxicidad de la política nacional que se cuela en su sala a través de la imagen televisada de un iracundo Donald Trump (día 6); fotografía a su musa, asomada a una ventana con una vela votiva (día 7); captura el reflejo de ella en el agua que ablanda, en un sartén dentro del fregadero, los restos del desayuno que antes comiera con él (día 8); pela papas sentado a la mesa donde su musa reina (día 9); se detiene frente a la cama donde ella, nuevamente en traje de baño, muerde una manzana (día 10).

En estas primeras fotografías, el artista se dedica a explorar las posibilidades expresivas de una domesticidad y una relación sentimental que le son nuevas. A través de elementos mundanos del entorno, Pavón expresa la atracción que siente por su musa y por la vida en pareja que precipitó el confinamiento. No falta lo perverso, ¿qué encierro no lo es?, pero este es más bien un guiño dirigido al espectador: unas piernas que parecen tener vida propia o, peor aún, pertenecer a un cuerpo que ya carece de esta; un cuchillo que se esconde tras la espalda y que no sabemos si será usado para atacar a López Boada o para cortar la manzana que ella saborea. Cuando el día 4, por primera vez, Pavón da nombre a la imagen, es difícil no pensar en un desenlace fatal sabiendo que “Perseo y Medusa” remite a que uno de los protagonistas debe morir.

Las presencias del suspenso y la muerte adquieren mayor peso en las fotografías de los días 11 al 13, que sirven de transición a la segunda etapa de la serie. Su condición liminar es evocada ya en el título de la imagen que Pavón publica el día 11: “La anunciación.” Mas lo presagiado aquí no es la llegada del mesías. La escena recreada anticipa la tragedia. Y, en ella, López Boada deja de ser la musa cuya mera presencia extasía al artista, para volverse encarnación mariana: mito.

Los días 12 y 13, Pavón continúa representando, desde lo cotidiano, la fatalidad como amenaza. El primero de estos días, posa tapándole la boca a su pareja, asustado él, espantada ella, escondidos ambos de una sombra que presagia la muerte por exterminación y –la del atacante– por contagio. En esta actualización de la “Guerra de los mundos”, título de la pieza, el planeta se ha reducido al espacio del hogar, y lo extraterrestre, a la cultura estadounidense, de la que el confinamiento ha sustraído a los dos inmigrantes. Asimismo, el día 13, la pareja se ve cara a cara con la muerte, cuya presencia parece decretar el fin del hedonismo de los días anteriores.

“La piedad”, título que Pavón dará a la fotografía del día 14, realizada momentos después de conocer que sus padres habían dado positivos en las pruebas de covid-19, abre la segunda etapa de la serie, la cual se inscribe en lo legendario. El fotógrafo había aludido anteriormente a mitos clásicos en títulos como “Perseo y Medusa” (día 4) o “Eco y Narciso” (día 8), pero a diferencia de estas ocasiones donde lo mitológico es re-creado en escenas cotidianas, en la segunda parte de la serie artista y musa se alejan de la cotidianidad para encarnar –re-vivir– la ficción. Pavón dialoga durante diecisiete días con la historia del arte, actualizando algunos de los tropos más universales de la cultura occidental, ya no como ofrenda a su musa, sino como ejercicio intelectual, oficio –el fotógrafo ha sido antes pintor– y, posiblemente, escape.

El espacio doméstico pasará a un segundo plano, cuando no desaparecerá del todo. A “La piedad” le siguen “La adivinadora solitaria” (día 15), inspirada en George La Tour; “Salomé” (día 16); “Charlotte Corday” (día 17), recreación esta de “La muerte de Marat”; “Apolo y Dafne” (día 18); “Pandora” (día 19); “La incredulidad de Santo Tomás” (día 20); “Venus” (día 21); “Virgen” (día 22); “Magdalena” (día 23); “La Verónica o alegoría de la fotografía” (día 24); “Ofelia” (día 25); “Noli me tangere” (día 26); “Perseo” (día 27); “Dánae y la lluvia dorada” (día 28), y “Odiseo y la sirena” (día 29). La segunda parte de la serie cierra con “Oshún” (día 30), una fotografía que hace alusión a la diosa yoruba de la religión afrocubana que es también la católica Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.

El trigésimo primer día de su cuarentena, Pavón da inicio a una nueva y última etapa de la serie con “Unheimlich o el jardín de Freud”, foto que pertenece al plano de lo onírico. Este se hace presente no solo en el nombre que el artista da a la escena, sino también en la composición y la disposición de sus elementos: López Boada, en bata de baño, le muestra a un asombrado Pavón el jardín de flores que ha brotado en el centro de la sala de su casa.

Esta imagen y las nueve siguientes se alejan del mito clásico para volver a articularse en torno a lo doméstico. El último grupo de fotografías se aparta también del referente pictórico para acercarse al cinematográfico. Quien haya visto Melancholia, de Lars von Trier, no podrá pasar por alto la similitud entre el poder destructor del meteorito que se acerca a la Tierra en la cinta del director danés y la molécula del virus que pende en lo alto como un sol exterminador en la imagen que cierra la serie de Pavón, “Teología negativa: El sol negro”.

A “Unheimlich o el jardín de Freud” le seguirán “Paraíso perdido” (día 32); “Natividad o el nacimiento de una nación” (día 33); “El elefante en la sala de espera” (día 34); “Paraíso sin título” (día 35); “Seis pies” (día 36); “La imposibilidad de algunos números en la mente de alguien libre” (día 37); “Sin título” (día 38); “Gente” (día 39), y la ya referida “Teología negativa” (día 40). Estos nombres, al igual que las imágenes que los acompañan, aluden a lo fatal y adverso, pero también contienen elementos de resiliencia, renacimiento y emoción, en fin, humanidad.

Los sujetos de las últimas fotografías llevan tapabocas y permanecen separados a más de un metro y medio, como sugieren los protocolos sanitarios, pero también se abrazan y se prodigan afecto. Ocupan espacios extraños –hurgan, desde afuera, cual intrusos, el interior vacío de la vivienda; descubren luces cegadoras que salen del bote de la basura; se paralizan o adormecen ante cifras que aluden al contagio y la muerte, o, de manera mucho más críptica, a la censura (349 es el nombre de un decreto promulgado por el gobierno cubano para regular la producción cultural)–, pero a pesar de ello consiguen amarse y encontrar paz y sosiego. Son seres que temen, sufren, al tiempo que reposan y se entregan al amor.

En esta tercera y última parte de la serie, el artista y su musa vuelven a encarnar personajes ordinarios, y el espacio hogareño recobra el protagonismo que antes había perdido. Este, sin embargo, aparece transformado por lo siniestro de la plaga, ahora presencia viva. En la última imagen de la serie, el nuevo imaginario combina la amenaza que supone para la humanidad el virus con la fe persistente –como las briznas de hierba que brotan sobre el piso de madera– en un siempre nuevo renacer. El sol negro que la pareja contempla no proyecta su sombra sobre los protagonistas. Convertidos en seres de luz, estos encuentran solaz. No necesitan ya del exceso asociado al consumo de tequila (día 1), ni de las mañas seductoras de Eva o la amenaza escondida por Adán (día 10). Basta con un cálido abrazo, un trozo de pan y una botella de vino, cuerpo y sangre de Jesús que son también, ahora, los de Pavón y López Boada. ¿No está vacía la botella y mordido el pan?

En el texto que acompaña la exposición del ama, la historiadora del arte Lynette M. F. Bosch ha comparado la cuarentena de Pavón y López Boada con eventos significativos de la cultura occidental de similar duración, señalando que de estos ha surgido siempre un mundo nuevo: fueron cuarenta los días que Moisés permaneció en el Monte Sinaí, los que Noé se guareció en su arca, los que precedieron a la resurrección de Jesús, los que duró el ayuno de este en el desierto. La serie 40 days and 40 nights no ha sido menos prolífica. “La única posible venganza contra la pandemia está en manos de la ciencia, en forma de vacuna, y en el arte, como catarsis”, ha dicho el fotógrafo cubano sobre su serie.

La catarsis de Pavón, que comenzó explorando los espacios y cuerpos de su nueva domesticidad para luego meditar sobre el saber destilado en muchos de los mitos fundacionales de nuestra civilización, produce una mitología del confinamiento y la pandemia: el Eros y el Tánatos del año de la covid-19.  ~

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