La omnipresente corrupción

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Leslie Holmes

¿Qué es la corrupción?

Traducción de Stella Mastrangelo

Ciudad de México, Grano de Sal, 2019, 190 pp.

Se pueden instalar cámaras, implantar sistemas complejos, alentar la delación de colegas y vecinos, practicar auditorías, instrumentar la rotación de personal, denunciar mediante reportajes, estigmatizar socialmente al corrupto, etcétera, pero lo cierto es que, como afirma Leslie Holmes en este breve e ilustrativo libro, “la corrupción nunca desaparecerá por completo”. Está presente en todas las épocas y en todas las culturas. “Ha sido un problema desde el comienzo de la historia humana” y probablemente sea hoy, por sus implicaciones sociales y económicas, el problema número uno del planeta.

No existe sociedad sin corrupción. Puede ser, como ocurre en los países del norte de Europa y de Oceanía, que no esté muy extendida, pero existe. Hay por lo menos diez países que castigan con la pena de muerte la corrupción (China a la cabeza): tan poderosa es la pulsión por violar las reglas que solo la amenaza de muerte puede contenerla. La corrupción omnipresente delata nuestra condición impura. Si se relajan las reglas y decae la vigilancia, la corrupción aflora aun en las sociedades que creían haberla expulsado para siempre. La corrupción está tan enraizada en el comportamiento humano que “solo se puede solucionar –afirma Holmes– en forma parcial: puede ser controlada pero nunca erradicada por completo”.

De acuerdo: está en todas partes. Quizás habita en cada uno de nosotros sin que lo sepamos. Pero, a todo esto, ¿qué es la corrupción? El organismo más prestigiado en su combate, Transparencia Internacional, acuñó la siguiente definición: corrupción es “el abuso de poder confiado a alguien para obtener una ganancia privada”. Esta ganancia no refiere siempre a una retribución económica. Por ejemplo, el nepotismo. Hay quienes hacen favores desde un puesto público para obtener más poder, no necesariamente dinero.

¿A qué se debe que los países del norte de Europa (Noruega, Suecia, Dinamarca, Islandia, Finlandia) tengan menos corrupción que los del sur (Italia, Grecia)? ¿O que los países europeos tengan menores niveles de corrupción que los latinoamericanos y estos menos que los países africanos? ¿Se trata del nivel de educación? “Los países protestantes –afirma Holmes– son vistos como menos corruptos que los católicos. Y los católicos menos corruptos que los musulmanes.” ¿Se trata de una cuestión religiosa? Las evidencias señalan que es igualmente corrupto el rico que el pobre, el educado que el inculto. Asimismo está comprobado que “los sistemas políticos con una alta proporción de mujeres en el gobierno generalmente tienen niveles de corrupción más bajos que los que tienen una menor representación femenina”. Hay corruptos en todas las culturas, en todas las religiones, en todos los estratos sociales a pesar de que, según la mayoría de las filosofías y religiones, “todos nacemos con un sentido intrínseco del bien y del mal”.

No se cuenta con una definición universal del problema. Para unos la corrupción solo es tal si la ejecutan servidores públicos, mientras que para otros la corrupción puede darse en los ámbitos público y privado. Hay diferencias culturales que dificultan la definición (y por lo tanto el combate) de este flagelo. En las culturas occidentales está mal visto que un funcionario reciba regalos, mientras que en muchas naciones orientales es un insulto negarse a recibir un obsequio. En Occidente se considera corrupto que un funcionario incorpore a familiares al gobierno, mientras que en países como Indonesia es una práctica normal. En Inglaterra en cambio se acostumbra privilegiar desde el poder a quienes cursaron su carrera en la misma universidad, que es algo equivalente. Así como es compleja la definición de la corrupción, también lo es la medición de su impacto debido “al carácter intrínsecamente secreto del fenómeno”.

¿Qué es la corrupción?, de Leslie Holmes, es una magnífica introducción a un tema complejo. Comen-zando por el hecho de que los analistas no se ponen de acuerdo en la definición del fenómeno. Los políticos en cambio lo tienen claro: corrupto es el acto (aunque ellos mismos lo practiquen) que cometen sus adversarios.

Las definiciones varían, según la cultura, lo que hace que las legislaturas de cada país la tipifiquen de forma diferente. Pero no todo es nebuloso, hay cosas claras, como que “los sistemas autoritarios son más corruptos que los sistemas democráticos”; los implicados suelen actuar por interés personal o de grupo en contra de los intereses del Estado; la corrupción es clandestina, enemiga de la transparencia; los sistemas jerárquicos tienden a ser más corruptos. Si en una familia el apego a la familia es muy alto, la lealtad hacia el Estado es inferior, lo que propicia actos de corrupción. En términos de justicia, se piensa que hay menos corrupción en el sistema de common law, propio de la tradición anglosajona, que bajo el sistema romano porque el primero es “más independiente de la élite política”. Se sabe que una “cultura de respeto hacia el Estado de derecho está estrechamente relacionada con niveles bajos de corrupción”. Está comprobado que los países con sistemas proteccionistas “tienen niveles más altos de corrupción entre los burócratas del Estado que los países que alientan un comercio más liberal”. En cambio, no hay suficiente evidencia para afirmar que un Estado grande sea más corrupto que un Estado mínimo, o que un mayor intervencionismo del Estado en la economía procure una mayor corrupción. Según Max Weber, para que el Estado funcione bien no basta el régimen democrático sino que es necesario que cuente con una cultura de Estado de derecho bien desarrollada.

Tras la lectura del libro de Holmes algo queda muy claro: no hay evidencia alguna de que si la cabeza del Estado es honesta el cuerpo burocrático también lo sea. Ni tampoco de que sea eficaz barrer la corrupción, como las escaleras, de arriba a abajo. Es decir: no es nada brillante nuestro panorama. ~

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