La precisiĆ³n oscura

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La precisiĆ³n verbal de la prosa es un lujo discreto. Muchos lectores ni siquiera lo notan y, sin embargo, hasta los menos interesados en los andamios de la creaciĆ³n experimentan placer cuando un prosista encuentra una palabra insustituible y exacta, pues comparten el cĆ³digo semĆ”ntico en que se produjo el hallazgo. No sucede lo mismo con el lenguaje de la poesĆ­a, pues la precisiĆ³n a la que aspiran los poetas es de otra Ć­ndole. ā€œLa precisiĆ³n en la oscuridad es el mĆ”ximo alarde de la poesĆ­aā€, dijo Alfonso Reyes en El deslinde. No cualquier lector puede discernir si una metĆ”fora es precisa o no: para ello se requiere una inmersiĆ³n previa en el idiolecto del poeta y en la tradiciĆ³n a la que pertenece. Sin duda, un exceso de claridad o de prosaĆ­smo son letales para la poesĆ­a. ĀæPero quĆ© pasa cuando el lector ni siquiera tiene indicios o pistas para saber si un poeta es preciso dentro de su oscuridad? ĀæNo serĆ” necesario, por lo menos, que en medio de un poema tenebroso haya ciertos claroscuros en los que uno puede entrever las reglas del juego o los mĆ”rgenes de coherencia fijados por el reinventor del lenguaje? Los vuelos mĆ”s altos de la palabra no pueden prescindir de esos claroscuros, pues, como bien dijo Reyes en otro pasaje del mismo ensayo, ā€œaun en los casos de heroicidad estĆ©tica mĆ”s recĆ³ndita, se desea, por lo menos, comunicarse con los iniciados y secretamente iniciar a los mĆ”s posiblesā€. Un hermetismo absoluto no podrĆ­a lograr esto. La precisiĆ³n de una metĆ”fora brota, mĆ”s bien, de la ā€œclara sombraā€ en la que el joven Octavio Paz se guareciĆ³ desde su primer libro de poemas. La tarea de un lector de poesĆ­a no deberĆ­a consistir, pues, en bucear a oscuras sino en buscarles sentido a las cintilaciones nocturnas.

En la guerra por el prestigio literario, la poesĆ­a de vanguardia derrotĆ³ al clasicismo hace mĆ”s de un siglo, de modo que la oscuridad precisa o imprecisa tiene hoy miles de cultivadores. Deslindar ambos bandos deberĆ­a ser la tarea fundamental de la crĆ­tica literaria, pues me temo que hoy en dĆ­a los malos poetas hermĆ©ticos nos quieren vender su insignificancia como polisemia. Nadie hallarĆ” iluminaciones en sus poemas, aunque los lea cien veces, pues ellos mismos han tapiado todas las ventanas por donde un lector exigente podrĆ­a asomarse a su alto vacĆ­o. Casi ningĆŗn poeta contemporĆ”neo puede ser comprendido y disfrutado a la primera lectura, como aĆŗn ocurrĆ­a con los modernistas, pero cuando no percibimos destellos en esa tiniebla, cuando ningĆŗn hechizo nos incita a la relectura, Āædebemos porfiar en el esfuerzo creativo solo porque un poeta goza de renombre dentro de su secta? La poesĆ­a neobarroca de Lezama Lima, por ejemplo, pone a prueba la imaginaciĆ³n hermenĆ©utica de los lectores mĆ”s avezados. Seguramente nadie puede jactarse de haberla descifrado a cabalidad, pero como estĆ” salpicada de misteriosas fulguraciones uno se siente incitado a navegar de noche, aunque no logre penetrar sus arcanos. La musicalidad del verso y los tropos insĆ³litos, pero sugestivos, funcionan como un anzuelo que un lector imaginativo siente ganas de morder, no por los laureles del autor sino por la magia de su palabra. Si los tragaluces llegan a desaparecer del lenguaje poĆ©tico, su pĆŗblico lector, ya de por sĆ­ reducido, abandonarĆ” por completo un gĆ©nero que lo condena a aplaudir ciegamente los dictĆ”menes de la autoridad literaria.

Desde luego, serĆ­a una necedad caer en el extremo de propugnar un retorno a las metĆ”foras racionales que segĆŗn Carlos BousoƱo caracterizaban a la poesĆ­a clĆ”sica, y condenar en bloque las metĆ”foras irracionales, naturalmente oscuras, que han predominado en el lenguaje poĆ©tico desde principios del siglo xx. Borges incurriĆ³ en esa fobia conservadora cuando descalificĆ³ Libertad bajo palabra en una de sus charlas privadas con Bioy Casares. Los poemas de Paz le parecieron ā€œdeshilachados y nada agradablesā€, pues ā€œen cuanto asoma la posibilidad del agrado, el poeta no se deja ganar por blanduras y nos asesta una vigorosa, o por lo menos incĆ³moda, fealdad. AsĆ­ cree salvar su almaā€. Como Borges seguĆ­a utilizando las metĆ”foras unĆ­vocas y las formas mĆ©tricas de la poesĆ­a clĆ”sica, injustamente menospreciadas por las vanguardias, se negaba a reconocer el encanto de la ā€œprecisiĆ³n oscuraā€, que para Ć©l era una incĆ³moda fealdad. Su juicio reprobatorio, digno de figurar en una antologĆ­a de la mezquindad literaria, no ha mellado ni mellarĆ” la merecida gloria del mejor libro de Paz, pero serĆ­a un error echar en saco roto la importancia que Borges le concedĆ­a a la intenciĆ³n de agradar, o de ā€œsuspenderā€, como decĆ­an con mĆ”s tino los poetas del Siglo de Oro. Si nadie persevera en ese empeƱo se puede romper por completo la comunicaciĆ³n con los iniciados que todavĆ­a leemos poesĆ­a. ~

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(ciudad de MĆ©xico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mĆ”s reciente, El vendedor de silencio.Ā 


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