Cada vez que escucho la obertura de La traviata โla รณpera mรกs popular de Giuseppe Verdi y tal vez de todo el repertorio internacionalโ, pienso en Ernesto Alonso, sรญ, el Seรฑor Telenovela. No puedo recordar ninguna de las representaciones a las que he asistido, ni las voces u orquestas y directores a quienes he oรญdo interpretรกndola. Siempre, en una especie de acto reflejo, vuelvo a ver con asombrosa claridad la cortinilla de Bodas de odio, aquella producciรณn de Televisa de principios de los aรฑos ochenta en la que Miguel Palmer, un acaudalado empresario, se casa con Christian Bach, una joven de familia de abolengo venida a menos. En los crรฉditos se veรญan viรฑetas de la ciudad de Mรฉxico en pleno siglo XIX asรญ como los nombres y retratos de los protagonistas, acompaรฑados de esa pieza tipo vals tan reconocible. Este lapsus puede comprenderse si consideramos que mi generaciรณn fue educada por la familia Azcรกrraga, pero creo que hay otro motivo, tal vez menos frรญvolo y evidente, que contribuye a tan particular vรญnculo. En las dos historias que menciono los protagonistas se imponen econรณmica y moralmente a una clase con mayor alcurnia pero decadente en todo lo demรกs. Tanto en La traviata como en Bodas de odio โy eso es lo que mรกs me atrae de ambasโ, los hรฉroes, los que triunfan, son los nuevos ricos.
La รณpera es un gรฉnero que no sabrรญa cรณmo defender. Me gusta, me fascina incluso, pero ante la pregunta โยฟpor quรฉ?โ, suelo callar. Termino coincidiendo con mi interlocutor en que estรก ahรญ, compartiendo el mismo escalafรณn donde agonizan las corridas de toros y el ballet, momificada por la tradiciรณn e imbuida en el canon. Pero creo que hay algo que sigue latiendo y bombeando sangre en algunos ejemplos del repertorio; hablo de un hechizo y una fascinaciรณn que me resultan tan irresistibles como elusivos. Cada que acorralan a una prima donna o a uno de esos tenores famosos y les preguntan, por ejemplo, cuรกl es el gran mรฉrito de Verdi, suelen responder con una palabrita tramposa: pasiรณn. โVerdi es pasiรณnโ, โsu mรบsica es apasionadaโ, โsus melodรญas me apasionan tantoโ… El tรฉrmino resulta ideal porque, despuรฉs de mucho pensarlo, creo que enmascara otro que nadie quiere pronunciar pero que describe mejor lo que en realidad todo mundo estรก pensando: โVerdi me gusta por melodramรกtico.โ Este es el atractivo de buena parte de su trabajo, asรญ como de mu- chos otros compositores que todavรญa nos hablan: buenos contra malos, ricos y pobres, bajo contra tenor, todos impostando la voz y cantado notas altas con tuttis de orquesta. En la รณpera no suele haber matices ni personajes complejos, pero esa ha sido, paradรณjicamente, una de sus mรกs grandes virtudes: es entretenimiento popular. Tal como un culebrรณn o un musical, estรก concebida para agradar a las masas.
Pero tengo la impresiรณn de que la รณpera se niega a reencontrarse con sus raรญces. Aunque recientemente algunos teatros han comenzado a transmitir sus funciones en auditorios y salas de cine, la industria que ha usufructuado la รณpera desde la apariciรณn del cinematรณgrafo parece avergonzarse de su origen humilde y la ha envuelto de un esnobismo bastante absurdo. La รณpera no es sofisticada ni chic, es mรกs, ni siquiera es culta, por eso los seรฑores de traje que la โexplicanโ en las versiones televisadas resultan tan ridรญculos. Ahora que se celebran doscientos aรฑos del nacimiento de Verdi, es preciso recordar que รฉl tuvo un cisma con la instituciรณn musical desde sus inicios, en 1832 para ser exactos. Ese aรฑo el conservatorio de la ciudad de Milรกn โque hoy, curiosamente, lleva su nombreโ no lo admitiรณ debido a que su tรฉcnica era poca y deficiente. Este revรฉs lo libera para siempre de la academia, le permite seguir cursos con Vincenzo Lavigna โotro compositor de รณperasโ y es entonces que desarrolla su capacidad mรกs sorprendente: la construcciรณn de melodรญas. Ese fue su capital mรกs grande y lo explotรณ durante dรฉcadas. A pesar de que en sus รบltimos trabajos ese estilo va transformรกndose y apuesta mรกs por la orquestaciรณn, Verdi sigue siendo sus arias, las canciones que cualquiera ha escuchado aunque nunca haya pisado un teatro de รณpera: en las caricaturas, bandas sonoras, salas de espera, comerciales, etc. El mejor regalo de cumpleaรฑos que podemos hacerle a este hijo de campesinos es quitarle el frac, sacarlo de la salas de concierto y llevarlo al ambiente que hoy le resultarรญa natural: Broadway, el teatro de revista, el filme musical. Son estos gรฉneros los que heredaron su pรบblico, su empuje, su entusiasmo. Solo asรญ quedarรก claro que, mientras la รณpera agoniza, Verdi estรก mรกs vivo que Andrew Lloyd Webber.
Para los espectadores mรกs ortodoxos lo que he dicho hasta aquรญ es una blasfemia. No creo poder cambiar su opiniรณn, aรบn asรญ les pido que recuerden lo siguiente: Verdi compuso La traviata porque la tragedia de su personaje, Violetta Valรฉry, le recordaba el sufrimiento de su esposa, Giuseppina Strepponi. Ambas padecieron el des- dรฉn de una clase que las ninguneaba porque tenรญan una vida amorosa poco convencional. Cuando nos damos cuenta, en el segundo acto, de que Violetta es mรกs bondadosa que la aristocrรกtica familia de su marido y que ademรกs paga las cuentas, es evidente que Verdi estรก humillando a la alta burguesรญa europea: reivindica lo popular ante lo pedante. Por eso ahora resulta irรณnico que parezca cerrar filas con quienes tanto criticรณ. No me cabe duda de que el Verdi de este siglo le pondrรญa mรบsica a Breaking Bad o Mad Men, y quienes disfrutamos de los musicales harรญamos fila para comprar boletos. Eso sรญ, sin ufanarnos de disfrutar un espectรกculo refinado o elitista, mรกs bien de uno ordinario y taquillero, pero vivo. ~
es profesor de literatura medieval y autor del libro La sonrisa de la desilusiรณn. Administra la bibliothecascriptorumcomicorum.org, un archivo de textos sobre el humor.