José María Lassalle
Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo postmoderno
Barcelona, Debate, 2017, 128 pp.
En su libro anterior, Liberales. Compromiso cívico con la virtud (Debate, 2010), José María Lassalle reconstruía los orígenes anglosajones del pensamiento liberal. Con una mirada sobre todo histórica, pero también filosófica, explicaba cómo se fueron formando, en la Gran Bretaña del siglo xvii en adelante, el puñado de ideas –sobre la libertad, la ética, la separación de poderes o el sufragio– que más tarde identificaríamos con la democracia y una determinada idea de virtud pública.
Contra el populismo, como indica ya su título, es un libro de una naturaleza distinta. Su cometido es similar, la defensa de las ideas del liberalismo democrático frente a sus amenazas, con el argumento de que, a pesar de sus múltiples carencias y su devenir en las últimas décadas, sigue siendo la mejor fórmula para intentar equilibrar con virtud las ideas y los intereses que se contraponen en la sociedad. Pero este es un texto de combate que, a pesar de la evidente anglofilia de su autor, recuerda más a los ensayos eruditos y peleones de los “nuevos filósofos” franceses del último tercio del siglo pasado, en los que estos sometían a juicio por igual a la izquierda y la derecha por haber olvidado los principios de la Ilustración y abandonado la racionalidad que ha vertebrado la vida pública occidental desde el nacimiento del liberalismo.
Porque este, para Lassalle, es el gran problema político de nuestro tiempo. El sentimentalismo ha sustituido a la razón, y el sentimentalismo siempre es una predisposición y una herramienta que los populistas dominan mejor que los liberales. “El populismo apela al pueblo no como sujeto, sino como víctima”, afirma. Puede haber razones para ello, puesto que actualmente quienes se refugian en el populismo se sienten “desposeído[s] de las conquistas de bienestar y derechos que se consiguieron generacionalmente desde la Segunda Guerra Mundial” o, en el caso español, desde la Transición. Pero, en última instancia, “el populismo tiene una vocación regeneradora abrasiva. Quiere regenerar el tejido comunitario necrosado por el legalismo y los controles institucionales arrancándolo de raíz. Busca así devolver al pueblo su protagonismo mayestático. Para ello, el líder actúa directamente en su nombre y apela a él sin necesidad de intermediarios”. El populismo es movilización constante, lucha continua, un mundo binario en el que hay buenos y malos, y en el que los malos son una minoría dominante a destruir.
Contra el populismo es un libro elitista. Para Lassalle, la pérdida de confianza en las élites puede tener cierta razón de ser, pero ello no quita que intentar eliminar el mecanismo liberal que busca la gobernabilidad mediante una suma de la voluntad popular y un cuerpo de técnicos y políticos cualificados, para sustituirlo solo por lo primero, puede tener consecuencias catastróficas. Lassalle siente un recelo orteguiano por las masas y teme su actuación irreflexiva o simplemente debida a la manipulación. Su cuestionamiento de la indignación ante los casos de corrupción del pp es una buena muestra de ello. Citar a lord Acton para recordar, acertadamente, que erradicar por completo la corrupción es “una quimera debido a la imperfecta fisionomía moral del ser humano” es un buen argumento intelectual, pero quizá no sea suficiente para tranquilizar a una sociedad que ha sufrido enormemente. Además, el propio liberalismo surgió, en parte, como respuesta indignada a la corrupción y la endogamia de la nobleza gobernante.
Quizá el rasgo más original del libro sea identificar el origen de nuestro populismo actual no en la reacción de ciudadanos frustrados ante la crisis financiera sino en la respuesta que el neoconservadurismo estadounidense dio al 11S. Para Lassalle, la invasión de Iraq y la apelación al sentimentalismo democrático del gobierno de Bush y los intelectuales neoconservadores fueron una muestra de populismo que establecía una diferenciación tajante y espuria entre buenos y malos ciudadanos y asumía la separación del cuerpo social de Carl Schmitt, un referente para el populismo, entre amigos y enemigos.
Contra el populismo contiene una paradoja interesante. Lassalle considera que las políticas del miedo, la explotación del miedo de unos ciudadanos que se sienten indefensos por parte de hábiles líderes demagógicos, plantea un peligro inmediato. Pero, al mismo tiempo, no parece difícil advertir que es un libro escrito desde el miedo, el miedo a que la arquitectura del Estado de Derecho se pueda venir abajo después de haber dado resultados que no son óptimos, pero sí buenos. Es un miedo perfectamente razonable, pero que quizá contagie con un exceso de pesimismo la valoración que hace el autor de las redes sociales o el periodismo digital. Sin duda, estos fenómenos han trastocado la estructura jerárquica de la información y ordenación del debate público que teníamos hasta ahora, pero aunque en ocasiones sean profundamente irritantes, no tienen por qué ser un apocalipsis. Durante la lectura del libro recordé el célebre y magnífico discurso de Georges Pompidou ante la Asamblea Francesa en mitad de los sucesos de mayo de 1968. Pompidou, un político liberal conservador, culto y sofisticado, con un aire que quizá no ande intelectualmente lejos de José María Lassalle, afirmó con retórica sólida que la civilización occidental estaba amenazada por una nueva política que desdeñaba los patrones clásicos de orden y prosperidad, y que lo hacía en parte porque nuevas tecnologías como la televisión y la radio habían trastocado por completo los deseos y las aspiraciones de los jóvenes. No es tan distinto de lo que afirma Lassalle en este libro, aunque ahora esa nueva tecnología sea internet. Pero el liberalismo sigue básicamente en pie y es posible que resista incluso a un presidente populista como Trump. En la misma naturaleza del liberalismo está sentirse amenazado.
Contra el populismo es un libro de combate, serio y preocupado, que como todos los buenos libros de esta naturaleza quizá sirva más para dar argumentos sofisticados a quienes ya están en contra del populismo que para convencer a quienes no lo ven con malos ojos. Esto no lo desmerece. Su pesimismo es una voz de alarma matizada por lecturas, un profundo conocimiento de las razones del adversario y un apego a las virtudes liberales que le permite ver las carencias y peligros de nuevas izquierdas y nuevas derechas por igual, pero es en esencia una voz de alarma. Los que somos un poco más optimistas podemos pensar que llega a tiempo y que el peligro no es insuperable. ~
(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).