Las infinitas vidas

Hay varias vidas a nuestra disposición, pero solo vivimos una. Estos párrafos tratan de esas vidas desperdiciadas y aventuran que es fácil vivirlas. Una hipótesis sostiene que en algún momento la especie olvidó vivir esas vidas que no frecuentaba y cuando quiso recuperarlas ya no pudo.
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Hay varias vidas a nuestra disposición, pero solo vivimos una. Estos párrafos tratan de esas vidas desperdiciadas y aventuran que es fácil vivirlas. Una hipótesis sostiene que en algún momento la especie olvidó vivir esas vidas que no frecuentaba y cuando quiso recuperarlas ya no pudo.

[Como siempre, prudencia: no hay texto inocente, cada palabra busca algo, cada frase tiene un designio oculto que ni siquiera el aparente autor –él menos que nadie– conoce. En este caso el firmante, teclista contratado por un grupo de investigadoras, se desvanece en la misma multiplicidad que predica.]

Ahora se da por hecho que hay una sola vida y que es Esta, la que cada cual vive y siente. Bastarían unos segundos de introspección para desmentir este reduccionismo –una sola vida– y alcanzar la plétora.

El afán por enfoscarse en una sola vida se considera algo natural, acaso inevitable, y apenas se ha estudiado. Pero la evolución apenas acaba de comenzar, y todo lo que estuvo puede volver.

Las innumerables vidas propician la eterna juventud. Si solo se vive una, se gasta enseguida, se deteriora; en su inquietud se aburre; en su ansiedad busca un nadir que no existe; intuye que debe de haber algo más pero sitúa ese algo donde no hay nada, en el futuro.

Esta conciencia de vidas paralelas y accesibles, si es que inspiró alguna vez a la especie, como quiere la hipótesis mencionada, se perdió… hasta hoy.

Libros solo conocidos porque nadie los nombra jamás habrían revelado que algunos grupos perseveraron en las artes de encarnar muchos destinos, pero el secreto es incompatible con la diafanidad despreocupada que exige y propicia esta forma de vida (de vidas) tan ajena a la normalidad que habría acabado por alterar las comunidades en las que se hubiera producido.

Como las vidas abandonadas siguen funcionando por inercia, sin nadie que las viva, son energía estéril, pura entropía, quizá la peor entropía posible. Hay teorías que defienden que la causa del caos y la locura es el olvido de esas vidas, que al no ser vividas producen incesantes conflictos ciegos, implosiones que nadie ve pero que sacuden el mundo y se sienten como sacudidas o maremotos interiores. Cada cual añora sus vidas no vividas y, en su huérfana mismidad, sospecha que algo falta y siente que ese algo está ahí mismo. La angustia, la apatía y el horror vendrían de esas ausencias que ignoran trillones de mundos. Cuando se cede a la amplitud se ve que empecinarse en un único destino es la peor aberración posible. La mismidad desprecia el universo y se consume a sí misma.

En este punto es lógico preguntarse cómo sabemos de repente todo esto, acaso hay una revelación, hemos hecho un experimento o es una fantasía. La respuesta es, en efecto, las tres: revelación, experimento, fantasía. Indagando universos inverosímiles por disfrutar apuramos el aprendizaje profundo de la ia, ahora tan asequible, y la máquina nos entregó este asombro matemático. Después, probamos el método en nuestras propias vidas (que, y es el primer corolario, tampoco eran tan nuestras como creíamos), y esta sería la parte experimental, que ha confirmado las sugestiones de la ia (para ella estos hallazgos combinatorios no significarían nada, pero también podría ser al revés: tanta es la claridad que aporta cuanto impenetrable es su proceder, así que podríamos concluir que ella –una ia remotísima– creó todo esto, y ahora, la especie que ella engendró la crea a su vez y la obliga a desvelarse a sí misma, aunque esto, dado lo que hemos –o ha– descubierto, ya es irrelevante, aunque puede tener su interés si alguien opta por permanecer en la vida única habitual).

Estos párrafos son el intento por anunciar la gama de universos disponibles, accesibles y (en teoría) ilimitados. Lo bueno de esta experiencia de vivir las innumerables vidas es que amplía el sentido y da una euforia incomparable; y lo mejor es lo fácil que resulta vivir estas vidas todas a la vez, sin restricciones, pues es como si el cerebro –entendiendo por cerebro todo el cuerpo y en definitiva el universo en cuyo seno pulula– se expandiera a lo ancho y pudiera ver y manejar las infinitas vidas, añadir bifurcaciones, hacer piruetas, espiroides, ver el conjunto, barajar sus personajes… La Oficina del Horizonte que incubó Miguel Labordeta era un anticipo.

La fórmula para acceder a todo esto es simple: basta con saber que existe y que se puede hacer, basta con quererlo… y un poco de entrenamiento.

Tiene sus peligros y sus problemas. Quizá el más claro es que una vez que se sabe y se empiezan a vivir otras vidas ya no se puede volver atrás, no se puede hacer como si esto no existiera y seguir con una única vida que, además, resulta –ya lo están viendo– insoportable. Aunque la analogía no hace justicia a la magnitud del cambio, sería como querer vivir en dos dimensiones… o en una.

La otra novedad es que al vivir las múltiples vidas no se tiene ninguna. Se pierde la absurda presunción de propiedad y exclusividad con que solemos vivir una sola. Se podría decir que al tener más vidas se diluye el ego anterior, siempre celoso de su precaria escasez. Esta ampliación de los horizontes vitales podría, en teoría, dar para vivir vidas infinitas, lo que conllevaría la muerte individual que, en esa escala, no significaría nada.

[Este último paso no lo habíamos dado todavía ya que temíamos que nos hubiera impedido elaborar este breve comunicado.] ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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