Paul Heudeber, un matemático de la República Democrática Alemana, iba a ser el único protagonista de Desertar, la última novela de Mathias Enard (Niort, Nueva Aquitania, 1972). Pero entonces Rusia invadió Ucrania y Enard, premio Goncourt en 2015 por Brújula, tuvo que modificar su proyecto. Volvían los tanques a Europa, para apuntalar un discurso imperialista mal digerido y renacido.
En Desertar se alternan dos relatos aparentemente inconexos. Por un lado, la biografía ficticia de Paul Heudeber, autor de Las conjeturas de Ettersberg, elegías matemáticas, reputado texto en el que se mezclan la experiencia del autor como detenido en Buchenwald y su conocimiento de los números; un texto literario y al tiempo científico que abrió caminos a generaciones posteriores, que incluso engendró obsesiones. Por otro lado, hay un desertor anónimo de una guerra y en un tiempo inespecíficos (se deduce que del siglo XX: hay aviones, hay obuses), probablemente en el Mediterráneo. Pero entre ambos relatos sí hay reverberaciones, más o menos evidentes. Con su ya más que reconocible estilo, erudito y poético, casi musical en ocasiones, Enard hace que en las páginas de Desertar se escuchen los ecos de la historia, sus patrones y sus repeticiones, sus compases.
Irina es la principal narradora de una de esas dos partes de Desertar. Habla desde hoy –hace referencias a la pandemia de covid-19 y su teléfono le informa puntualmente de los ataques rusos en Ucrania–, pero su narración arranca el 10 de septiembre de 2001, en un barco en el Spree, donde se va a celebrar un homenaje a su padre, fallecido en 1995. Arranca ahí pero luego retrocede y avanza en el tiempo, cede su voz a Paul, al reproducir algunas de sus cartas a Maja, madre de Irina. También incluye citas de su propio diario. “Estas últimas semanas vivo completamente encerrada en el recuerdo de mis padres, como estancada en el siglo XX, sin lograr salir de él”, dice. Y en esa clausura, gracias al informe sobre su madre de la Hauptverwaltung Aufklärung (el servicio de inteligencia en el exterior del Ministerio de Seguridad del Estado de Alemania Oriental) que ha conseguido, descubrirá otro pasado, dinamitando el suyo.
Porque la historia de Paul y de Maja encarna una parte de la del siglo pasado. Ella se marchó de la rda y se pasó a la otra Alemania, para hacer carrera en política, en el Partido Socialdemócrata Alemán; “es una figura de la Resistencia y la Democracia”. Se separaron e Irina iba de un lado a otro del muro. Él, que se quedó en el Berlín oriental, “caminaba sobre dos piernas: el álgebra y el comunismo”. En la fachada del edificio donde vivía había un elefante en bajorrelieve. Cuando, de niña, Irina le preguntaba a su padre por qué estaba allí, entre otras explicaciones absurdas le contestaba: “Es para indicarles a los transeúntes que este edificio y sus habitantes tienen la fuerza del falansterio; que avanzamos obstinadamente hacia la utopía.” A Paul Heudeber, que había estado primero internado en un campo al sur de Francia, escapó y luego pasó varios años en Buchenwald, le hundió ver cómo “los soviéticos se iban convirtiendo cada vez más en enemigos del socialismo real, como lo fueron en tiempos de Stalin”. Pero nunca abandonó sus ideales y su casa, ni siquiera para seguir a Maja. Solo los números le daban paz, una explicación. Al final, ni eso. Creía que el álgebra le salvaría del trauma del campo de concentración, pero no.
Está la Segunda Guerra Mundial, está la Guerra Fría, está la guerra de Ucrania –también están las guerras de la antigua Yugoslavia–… Y entonces, mientras se celebra el homenaje a Paul Heudeber, dos aviones secuestrados por terroristas de Al Qaeda se estrellan contra las Torres Gemelas, y otro contra el Pentágono. El mundo se paraliza y contiene el aliento. El homenaje se suspende. E Irina (es decir, Enard), hila más fino aún el tejido de la historia: Nasiruddin Tussi, filósofo y matemático persa del siglo xiii al que ella había dedicado su tesis doctoral y de quien iba a hablar en el homenaje a su padre, se unió a los mongoles de Hulagu Khan y fue testigo de la brutal destrucción de Bagdad en 1258. Irina recuerda esos hechos históricos precisamente el 11S, en una especie de premonición: “Y yo, aquella tarde y aquella noche del 11 de septiembre de 2011, frente a la isla de los Pavos Reales en Wansnsee, pensaba en la caída de Bagdad en una especie de triste ensoñación, la cabeza llena de imágenes de destrucción de Nueva York, sin por supuesto imaginar que unos años más tarde Bagdad sería destruida de nuevo.”
La atemporalidad del otro relato de la novela, la del desertor anónimo, funciona como sublimación de la otra. Uno de los puntos donde se tocan: tanto para el soldado como para el matemático, “la memoria son aguaceros que repeler, granizo interior”. Despojándolo de fechas y lugares, este segundo relato eleva la dureza de la guerra y de la violencia hasta convertirla en una letanía que siempre se escucha de fondo. El estilo de esos capítulos es diferente, más lírico, las frases se convierten en versos; la voz narrativa principal, que a veces habla a un “tú”, se alterna con la del soldado y la de una paisana que este se encuentra en su huida. Es una narración inconcreta y al mismo tiempo cargada de significado, e invita a la esperanza. Si por un lado, cuando se trata de Paul Heudeber, asombran los conocimientos matemáticos de Enard (imposibles de seguir para un forastero en la materia), aquí el lector se deleita en las descripciones de una naturaleza implacable, para bien y para mal, en la que hay cactus con “lenguas de monstruo, verdes y punzantes”, asfódelos, clemátides, diente de perro… Una naturaleza que también invita a la esperanza, porque destruye y al mismo tiempo salva. Y que invita a preguntarse: ¿es posible desertar solo de una parte de la vida?
Desertar es un texto exigente y cautivador. Enard vuelve a hacer gala de su vastísima cultura, deja entrever su pasión por Oriente Medio. Y, de nuevo, demuestra que la historia no es una sucesión de eventos estancos, sino un fluir continuo. “Todos los hilos de la historia parecían reunidos en una mano única”, dice Irina, la hija de Heudeber; la misma sensación se tiene al leer esta novela. ~
Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.