De acuerdo con una versiรณn del feminismo preponderante hoy en los cรญrculos acadรฉmicos, en el activismo y en las instituciones, las relaciones entre los sexos son relaciones de poder que permean todos los รกmbitos de la vida generando una โestructura socialโ en la que las mujeres estรกn subordinadas a los hombres. A esa โestructuraโ es a lo que de ordinario se alude como โpatriarcadoโ.
El tรฉrmino se disemina en las reivindicaciones, denuncias y propuestas polรญticas como polen primaveral, a veces acompaรฑado con el prefijo โheteroโ (para remarcar que esa manifestaciรณn del poder se apoya en la orientaciรณn heterosexual), siempre con la determinaciรณn de quien invoca una obviedad. Pero ยฟresulta tan cristalino que nuestra estructura social es patriarcal? Para que la respuesta a esa pregunta fuera afirmativa tendrรญamos que tener una idea clara (y distinta, aรฑadirรญa el clรกsico), una nociรณn suficientemente compartida โal menos entre quienes cultivan las ciencias socialesโ de los elementos que integran dicha estructura, la โmateriaโ de la que estรก hecha. Si el feminismo, como el marxismo, tiene una legรญtima aspiraciรณn a modificar una forma social que causa la desposesiรณn y sumisiรณn de la mitad de la humanidad, serรก porque puede detectar elย modus operandiย de dicho patriarcado y asรญ proceder a su superaciรณn (o al menos intentarlo). La emancipaciรณn humana exigรญa, de acuerdo con el marxismo, que la clase trabajadora se apropiara de los medios de producciรณn pues en la apropiaciรณn de la plusvalรญa por parte de los capitalistas se fraguaba, entre otros factores, dicha explotaciรณn del proletariado. ยฟCuenta el feminismo como teorรญa polรญtica con algo semejante?*1ย En lo que sigue, siquiera sea de manera modesta, mostrarรฉ que es legรญtimo dudar de que asรญ sea. Antes bien, argรผirรฉ que el concepto de โpatriarcadoโ opera como un comodรญnย ad hocย que frecuentemente enmascara posiciones normativas (รฉticas y polรญticas) que, por su dependencia de principios mรกs generales y abstractos, no son necesariamente feministas. Si se presentan como tales es solo por razones polรญticas oportunistas o tรกcticas.
Extintos los rasgos patrilineales y patrilocales de las sociedades occidentales, una primera forma de operacionalizar el concepto de patriarcado, es decir, de predicar que una estructura social es โobviamente patriarcalโ, atiende simplemente a la distribuciรณn por sexos de roles y posiciones sociales, un dato perfectamente cuantificable. En el colegio cardenalicio que se reรบne en cรณnclave para elegir al papa en la Capilla Sixtina del Vaticano no hay ninguna mujer y ello parece unย sรญntomaย de que la estructura de la Iglesia catรณlica es patriarcal. A ese sรญntoma se aรฑade que el 100% del sacerdocio es ejercido por hombres, amรฉn de otros muchos datos que operan sintomรกticamente en el mismo sentido. Sabemos, con todo, que una cosa es el sรญntoma (la fiebre) y otra la enfermedad (la gripe). El patriarcado con el que fรกcilmente podemos identificar a la instituciรณn de la Iglesia catรณlica no estรก conformado por esas cifras o porcentajes sino esencialmente por el entramado normativo que literalmenteย impideย que las mujeres ocupen tales posiciones cuando asรญ lo desean. En Espaรฑa la instituciรณn monรกrquica privilegia al varรณn en el orden de sucesiรณn a la corona, pero, a diferencia de la Iglesia catรณlica, una mujer puede llegar a ser jefa del Estado. Si la monarquรญa en Espaรฑa es patriarcal lo es en menor medida que el papado.
Nuestra mรกs amplia estructura social, la que incluye otras esferas allende las religiones institucionalizadas, exhibe muchas brechas, distribuciones desiguales en la ocupaciรณn de puestos, disfrute de beneficios o imposiciรณn de cargas que sitรบan a las mujeres en una posiciรณn subordinada. Muchas las conocen y son difรญcilmente discutibles: las mujeres en promedio ganan menos, sus pensiones son mรกs bajas, ocupan menos puestos de directivas en grandes multinacionales, etc. Pudiera ser que otros factores y no el patriarcado fueran la causa contributiva mรกs relevante que explica esas diferencias; sea como fuere, la estructura patriarcal no se exhibe en otras muchas distribuciones en las que la situaciรณn se invierte (el 75% de quienes se suicidan son hombres, por ejemplo), con lo cual una teorรญa del patriarcado no solo habrรญa de explicar quรฉ brechas son relevantes, sino, sobre todo, si las brechas son de alguna forma โcompensatoriasโ. Y deberรญa hacerlo conjurando el peligro de lo que en la metodologรญa de las ciencias sociales se conoce como falacia de la evidencia incompleta o cherry picking. En nuestro caso se incurrirรญa en ese catastrรณfico expediente cuando solo se apuntara a las brechas que confirman, o al menos hacen indiciariamente robusto, el diagnรณstico de acuerdo con el cual vivimos bajo un sistema patriarcal.
Tomemos como ejemplo el sistema educativo incluyendo el subsistema โeducaciรณn superiorโ en Espaรฑa. Los rectores son hombres en una proporciรณn abrumadoramente mayoritaria. Tambiรฉn los catedrรกticos (78-22 en la Universidad Autรณnoma de Madrid de acuerdo con el informe โv diagnรณstico sobre la igualdad de gรฉnero en la uamโ de la Unidad de Igualdad de Gรฉnero correspondiente al curso 2016-2017). Estarรญamos, se nos dice, ante la evidencia de que existe un โtecho de cristalโ para las mujeres en la universidad. Pero si el 55,5% de quienes terminan el bachillerato son mujeres (frente a un 44,5% de hombres, de acuerdo con los รบltimos datos oficiales publicados por el Ministerio de Educaciรณn) y que la proporciรณn de mujeres universitarias es superior a la de los hombres (en la Universidad Autรณnoma de Madrid, por ejemplo, es del 58,5% frente al 41,5% en el curso 2016-2017, de acuerdo con el โv diagnรณsticoโฆโ) es legรญtimo preguntarse: ยฟtienen los hombres un techo de cristal para acceder a la universidad en primer lugar?
Es frecuente apelar a que un menor porcentaje de los que estudian una carrera stem (Science, Technology, Engineering and Mathematics) son mujeres; ยฟes patriarcal la universidad espaรฑola por ello? Desgranemos un poco mรกs las cifras. En la Universidad Autรณnoma de Madrid, de nuevo a partir de los datos del โv diagnรณsticoโฆโ, solo un 16% de quienes cursaban estudios en la Escuela Politรฉcnica eran mujeres en el curso 2016-2017, un porcentaje congruente con la situaciรณn en todo el sistema universitario espaรฑol y en muchos otros paรญses. Pero ยฟcรณmo computa o se conjuga ese dato con el hecho de que de los que estudiaban medicina ese mismo aรฑo solo un 26% eran hombres, el 23% en el caso de psicologรญa o el 13% en enfermerรญa? ยฟO que en los grados de biologรญa, quรญmica, bioquรญmica o ciencias ambientales sean mayorรญa las mujeres? ยฟPor quรฉ esas โbrechasโ o meras diferencias en la distribuciรณn no podrรญan ser mรกs bien el resultado de las preferencias individuales antes que la prueba de la existencia de un โsistema patriarcalโ?
Consideremos otros รกmbitos relevantes en los que se ocupan cargos o posiciones social e institucionalmente influyentes: ยฟse ha convertido en un โmatriarcadoโ el cuerpo de registradores y notarios, la judicatura o la funciรณn pรบblica en general cuando mรกs del 50% de quienes lo integran son mujeres? Que el porcentaje de docentes en la educaciรณn no universitaria que son mujeres sea tan abrumadoramente mayoritario (97% en educaciรณn infantil, 82% en primaria, 72% en secundaria y 60% en bachillerato), o que el nรบmero de directoras o jefas de estudio de centros educativos supere ampliamente al de hombres, ยฟpermite sostener que la educaciรณn es hoy en Espaรฑa โobviamente matriarcalโ? Y mรกs importante aรบn: ยฟpudiera ese sistema โmatriarcalโ estar operando โen perjuicioโ de los alumnos varones a la vista de su mayor fracaso escolar? Mujeres expertas en educaciรณn como la britรกnica Mary Curnock Cook o la sueca Inger Enkvist asรญ lo estiman y no son pocas las voces que defienden la educaciรณn segregada por sexos precisamente por el motivo arriba indicado, es decir, por razones vinculadas a la igualdad entendida como el tratamiento diferenciado para quienes son diferentes.
Pero el patriarcado ha sido tambiรฉn descrito como una forma mรกs sutil de negaciรณn de ciertos derechos bรกsicos de las mujeres, inmunidades que atienden precisamente a su diferencia y que resultan decisivas para su desarrollo como individuos. Tal es el caso de lo que indudable e incontestablemente distingue a los seres humanos por el sexo: el diferente papel reproductivo que la naturaleza nos ha conferido, un factor que de hecho muchos estudiosos consideran clave para entender esos gaps en salarios y posiciones de poder en beneficio de los hombres de los que he dado anteriormente cuenta. Aquรญ ya no hablamos de cifras ni brechas sino de normas e instituciones, aunque, como adelantaba pรกrrafos arriba, la sensaciรณn es que cuando el entramado normativo, las medidas polรญticas o las configuraciones institucionales son juzgadas como continuadoras de un patriarcado opresivo contra las mujeres ese juicio es crucialmente dependiente de una previa consideraciรณn valorativa sobre la que muchas mujeres en primer lugar pueden discrepar razonablemente.
ยฟDe quรฉ manera el hecho del embarazo perpetรบa la subordinaciรณn de las mujeres y quรฉ respuesta normativa resultarรญa patriarcal? ยฟDe quรฉ forma deben garantizar los poderes pรบblicos los asรญ denominados โderechos sexuales y reproductivosโ de las mujeres?
En su dรญa, el entonces ministro de justicia, Alberto Ruiz Gallardรณn, a preguntas de la diputada socialista รngeles รlvarez, sostuvo en la sesiรณn de 7 de marzo de 2012 en el Congreso de los Diputados que โel derecho a la maternidadโ es el โderecho reproductivo por excelencia de la mujerโ y que, en ese sentido, la acciรณn de su gobierno se encaminaba a evitar tantos abortos como fuera posible mediante la provisiรณn de ayudas y recursos pรบblicos a la maternidad. Aunque sea extensa, vale la pena transcribir su justificaciรณn:
En muchas ocasiones se genera una violencia de gรฉnero estructural contra la mujer por el mero hecho del embarazo [โฆ] me parece absolutamente insuficiente su propuesta de una legislaciรณn que se limite a la despenalizaciรณn del aborto sin remover los obstรกculos reales que impiden a la mujer su derecho a ser madre, abandonando la protecciรณn del concebido. Por eso, la ley que vamos a promulgar [โฆ] se va a inspirar precisamente en eso, en el derecho de la mujer a la maternidad. Ninguna mujer se deberรญa ver obligada a renunciar a la maternidad por un conflicto familiar, por un conflicto laboral o por un conflicto social. Esos van a ser los principios rectores [โฆ] vamos a insistir en la promociรณn de la inserciรณn sociolaboral de las mujeres embarazadas, en garantรญas para conciliar su vida personal, laboral y familiar, en garantizar que se evite cualquier tipo de discriminaciรณn y vamos a estar precisamente cerca de las mujeres mรกs vulnerables, de las mujeres en paro, de las menores de edad, de las inmigrantes, de las mujeres con discapacidad. Seรฑorรญa, todas las administraciones pรบblicas tendrรกn que trabajar conjuntamente para que los servicios sociales, la educaciรณn, la sanidad, la vivienda, el transporte y el empleo sean prioritarios para la mujer embarazada. En definitiva, seรฑorรญa, nosotros lo que vamos a hacer es defender la dignidad de la mujer con uno de sus valores fundamentales, que es el derecho a la maternidad.
Sin embargo, las pretensiones del ministro Ruiz Gallardรณn de volver a establecer condiciones tasadas para el aborto (violaciรณn y grave peligro para la salud fรญsica o psรญquica de la embarazada) chocaron de frente con el feminismo hegemรณnico, receloso de cualquier modificaciรณn de la ley de plazos vigente incluso si ello fuera a suponer que por primera vez en nuestra historia legislativa la mujer resultarรญa en todo caso impune penalmente. Hasta el punto de que fue de resultas de la โmovilizaciรณn feministaโ โla โmarea violetaโโ que el ministro Ruiz Gallardรณn tuvo que dimitir. Los titulares que entonces poblaron un sector de la prensa tenido por โfeministaโ son suficientemente elocuentes: โEl feminismo frena la ley Gallardรณnโ (El salto diario, 23 de septiembre de 2014); โEl feminismo se lleva por delante a Gallardรณnโ (El diario, 24 de septiembre de 2014).
Fue una victoria โde las mujeresโ, se pudo proclamar obviando que millones de mujeres en el mundo consideran la interrupciรณn voluntaria del embarazo como una acciรณn moralmente muy grave, injustificable en cualquier supuesto y en todo caso necesariamente limitada. A la estaciรณn de Atocha en Madrid llegรณ a principios de febrero de 2014 el llamado โtren de la libertadโ, la mรกs masiva de las manifestaciones contra el proyecto. Sin embargo, en abstracto, y bajo una concepciรณn de la libertad como โno-dominaciรณnโ, no serรญa descabellado pensar que un Estado que hace todo lo posible para que las mujeres no tengan que abortar es un Estado que de algรบn modo โdesmonta el patriarcadoโ incrementando precisamente las cotas de libertad de las mujeres. Muchos de quienes se subรญan a aquel โtren de la libertadโ bajo el lema โyo decidoโ no tienen en cambio freno alguno para proclamar que cualquier legislaciรณn que permita, bajo la divisa del โyo decidoโ, que las mujeres gesten voluntariamente un embriรณn para otros (lo que vulgar y ofensivamente denominan โvientres de alquilerโ) es una prรญstina expresiรณn del ominoso patriarcado persistente, una versiรณn de la โviolencia estructural contra las mujeresโ que denunciaba Gallardรณn como pรณrtico justificativo de su polรญtica en materia de libertades y derechos reproductivos.
En el fondo, en uno y otro supuesto, no hay sino una legรญtima disputa moral sobre los lรญmites de la autonomรญa personal (de hombres y de mujeres). Una controversia que se sitรบa, a mi juicio, mรกs allรก del patriarcado, y, en buena medida, mรกs allรก del feminismo. ~
Pablo de Lora es catedrรกtico de filosofรญa del derecho en la Universidad Autรณnoma de Madrid. Es autor de "Lo sexual es polรญtico (y jurรญdico)" (Alianza, 2019).