Cristina Rivera Garza
El invencible verano de Liliana
Barcelona, Literatura Random House, 2021, 302 pp.
El 16 de julio de 1990 Liliana Rivera Garza, la hermana cinco años menor de la escritora Cristina Rivera Garza, fue asesinada en su casa de la calle Mimosas, en Ciudad de México. La autopsia certificó la hora de la muerte a las cinco de la mañana. Descubrió el cuerpo un compañero de la universidad, con quien Liliana tenía ese mismo día un trabajo que entregar. El único sospechoso, Ángel González Ramos, no pudo ser detenido, se dio a la fuga, y el caso nunca se resolvió: no hubo juicio y González Ramos sigue en paradero desconocido. El invencible verano de Liliana llega treinta años después de ese crimen, pero no es tanto una investigación como el intento de restituir la vida de Liliana.
Explica Cristina Rivera Garza que todos los libros que ha escrito eran de alguna manera una preparación para este sobre la vida y muerte de su hermana. Hace 31 años, en 1990, no existía ni la palabra ni el concepto penal de feminicidio, que entró en el Código Penal de México en 2012. Entonces el asesinato de una joven a manos de su exnovio era un “crimen pasional”, y venía acompañado de suposiciones, preguntas y prejuicios que hicieron que ese duelo por la hermana, la amiga, la hija de alguien fuera silencioso, algo de lo que era mejor no hablar. En parte porque no existía el lenguaje para nombrar esa realidad.
El libro comienza con la solicitud del expediente de la investigación del asesinato de su hermana, una manera de buscar justicia. “Uno puede no saber por muchos años, pero una vez que quiere saber, uno quiere saberlo todo de inmediato”, escribe Rivera Garza. Aunque no es un libro de investigación policial, sí tiene una parte activista, como ha dicho Rivera Garza, al incluir la foto del sospechoso que se reprodujo en los periódicos: nadie desaparece durante treinta años sin dejar rastro. Pero no es esa la misión fundamental de este libro emocionante: lo más importante es que recupera quién era Liliana, rescata las huellas que dejó de su paso y lo hace usando materiales diversos. El valor de este libro, que cuenta un suceso terrible, no está en la verdad de los hechos que relata –o no solo–, su valor reside en la manera en que lo cuenta, en cómo mezcla los materiales, en la diversidad formal y en la cuidada estructura del libro que va del presente al pasado para volver de nuevo al presente. Primero está la escritora Cristina Rivera Garza pidiendo el expediente y dándose cuenta de que si se pierde, se perderá una parte de la historia de su hermana; está también el recuerdo de algunas anécdotas más o menos significativas de su hermana y de su relación. Está una idea fundamental: “Vivir en duelo es esto: nunca estar sola.” Liliana escribía sus impresiones y reflexiones, también cartas, cuyos borradores guardaba. Para reproducir todo ese material íntimo, que permite adentrarse en los pensamientos más profundos de Liliana, se ha creado una tipografía única. Los textos de Liliana aparecen entre las palabras de su hermana mayor, como si en el libro la conversación con la hermana muerta fuera posible; como si la literatura le devolviera lo que la vida le quitó. Esos cuadernos aparecieron en las cajas que durante décadas permanecieron cerradas y que Cristina Rivera Garza abrió pretendiendo dar con una agenda donde quizá pudieran estar los nombres de sus amigos de la universidad. Los años universitarios de Liliana se reconstruyen gracias al testimonio de sus amigos, se indica quién habla, pero se crea una especie de retrato polifónico de Liliana, esa joven luminosa, sonriente y entregada a sus estudios, pero con secretos, como todo el mundo. Liliana hacía listas de canciones, tenía arrebatos poéticos, le gustaba el cine, se escribía cartas con su hermana –residente en Houston entonces– y con su padre. Había vivido un amor tormentoso, con idas y venidas, con Ángel González Ramos. No conseguía escapar de esa historia, pero lo intentaba. En medio de todo este material íntimo y subjetivo aparecen más cosas: estudios académicos sobre los indicadores de riesgo de las mujeres víctimas de violencia, y los artículos que el periodista que siguió el caso escribió.
Lo que había empezado con la escritura del libro, “Por primera vez hablamos sobre ella en oraciones completas”, escribe Cristina Rivera Garza, culmina hacia el final: la escritora les cede la palabra a los padres, que recuerdan el nacimiento de Liliana, su infancia, el noviazgo con ese chico, etc., el asesinato mientras ellos están de viaje en Europa, cómo intentan que la investigación siga, que no se cierre. “No me preguntes, por favor. No puedo repetirlas. Las palabras que utilizaron los de la procuraduría ensucian la vida de nuestra hija”, dice el padre.
El último capítulo, “Cloro”, cierra el círculo: la hermana escritora recuerda –le sobreviene más bien– cómo iba a nadar con su hermana. Y escribe: “Nadar es lo que hacíamos juntas. Íbamos por el mundo cada una por su lado, pero acudíamos a la alberca para ser hermanas. Ese era el espacio de nuestra más íntima sororidad. Y todavía lo es. […] Quiero volver a encontrarla en el agua. Quiero nadar, como siempre lo hice, al lado de mi hermana.” Lo que ha hecho Cristina Rivera Garza en El invencible verano de Liliana es un libro que es esa piscina donde se encuentra con ella, en estas páginas Liliana nada, Liliana aún vive, aún conversa, siente y copia poemas de José Emilio Pacheco. Aún tiene ese verano invencible que le cita a Camus. ~
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).