La crítica es funesta para el crítico.
Balzac, La musa de la provincia (1843)
No podemos sino leer con vergüenza lo que Sainte-Beuve escribió de Balzac…
Jean Paulhan, Les fleurs de Tarbes (1941)
Si Charles-Augustin Sainte-Beuve tuvo un enemigo pertinaz y despiadado, ese fue Honoré de Balzac, un lustro mayor que él. Para fortuna del crítico, el inventor de La comedia humana murió el 18 de agosto de 1850, poco después de la “coronación” de Sainte-Beuve, quien en 1849 había iniciado su colaboración semanal de los lunes en Le Constitutionnel, ensayos que devendrán, tomo tras tomo, a partir de febrero de 1851, en las Causeries du lundi, la primera muralla y acaso la más vistosa de las que rodearán su reino, el Segundo Imperio de Napoleón III, régimen al que se asociará el “lundista” como crítico literario oficioso y senador designado desde 1865.
Defensor de la libertad de enseñanza y con fama de ateo, Sainte-Beuve murió el 13 de octubre de 1869, meses antes de la catástrofe de Sedán, y ya no conoció otro régimen que aquel nacido, según Marx, del XVIII brumario de Luis Bonaparte, emperador hecho prisionero por los prusianos el 2 de septiembre de 1870. Con su examigo Victor Hugo, de cuya mujer había sido amante, exiliado en 1851 como la estrella del antibonapartismo, y con Balzac fallecido meses después de su matrimonio con madame Hańska, ya no vio Sainte-Beuve fracasar su profecía de que el prolífico novelista desaparecería sepultado por sus cien novelas, ni alcanzó a presenciar el regreso del poeta, paseado en gloria y majestad por la Tercera República, que hasta de presidente quería tener al bardo. En 1851, así, Sainte-Beuve tuvo todo consigo para ejercer el poder literario durante el Segundo Imperio. Poder de crítico, al fin y al cabo, el suyo siempre estuvo en duda, disputadísimo.
Balzac odió más a Sainte-Beuve que el crítico al novelista. Ese odio se originó, como suele suceder, en una reseña agridulce de Sainte-Beuve, aparecida en la Revue des Deux Mondes, el 15 de noviembre de 1834, sobre La búsqueda del absoluto, la novela balzaquiana sobre Balthazar Claës, el fracasado “alquimista” de la Ilustración. Por sus orígenes literarios “ilegítimos”, los del “negro” que escribe a granel baratijas de toda laya, errático impresor de clásicos y empresario pintoresco que descubre su genio de novelista sobre la marcha mientras busca la manera de hacer dinero, pocos escritores han sido tan intolerantes ante la crítica como Balzac, quien fue el único de los hombres de su tiempo capaz de emular, en otro género, a su amado Napoleón Bonaparte. Pese a que pasaba por legitimista.
Rodeado de una multitud de folletinistas competidores, sujeto Balzac a la tiranía del público como ningún otro autor antes que él, nada le garantizaba su posteridad y aquel prodigio energético se revolvió contra el crítico como una bestia herida. Jules Sandeau, habiendo sido un tiempo secretario suyo, le contó a media Francia cómo vio a Balzac leer el artículo de Sainte-Beuve: “El gran novelista, quien contaba con un artículo laudatorio y del todo favorable, se puso él mismo a leerlo en voz alta. Las primeras páginas no le molestaron demasiado y continuó, con muy buen humor, la lectura. Pero pronto su rostro se oscureció y aventó la Revue y exclamó colérico: ‘Me las pagará. Le atravesaré el cuerpo con mi pluma.’ Y agregó como complemento de su venganza: ‘Lo haré con Voluptuosidad’, la única novela, aparecida en 1834, del crítico.”
((Sainte-Beuve, “M. de Balzac. La recherche de l’absolu” (1834) en Portraits contemporains, edición de Michel Brix, París, pups, 2008, p. 688n.))
“Esa última novela acababa de aparecer”, concluye el propio Sainte-Beuve, quien recogió la anécdota de Sandeau y en esa última frase está el amor contrariado, oculto tras bambalinas en tantos odios. Balzac acababa de leer la única novela de Sainte-Beuve y la halló formidable, al grado de que una de sus grandes obras, El lirio en el valle (1835), es considerada, no con mucho sustento según los eruditos, como una respuesta llena de admiración a Voluptuosidad.
(( Geneviève Delattre, Les opinions littéraires de Balzac, París, PUF, 1961, pp. 353-361))
“Es raro encontrar dos temperamentos literarios tan opuestos como los de Sainte-Beuve y Balzac; raramente un odio literario se desarrolla tan ferozmente sin que sea necesaria una relación personal”, dice Geneviève Delattre, porque si acaso se vieron dos veces “les fue suficiente la página impresa para cubrirse de insultos”.
{{ Ibid., p. 353.}}
El crítico representaba para el novelista un tipo particularmente odioso de colega: el literato de “cenáculo”, esas fraternidades de almas pequeñas y personas privilegiadas, “mandarines” ajenos a la carrera plagada de obstáculos librada por un “tipo duro” como Balzac, para decirlo con Cyril Connolly. El genio de La comedia humana es el arribista delatado, llegado al éxito, por su adicción por las deudas estratosféricas y su amor, tan desclasado, por el lujo más cutre.
Hombre de derechas, dizque monárquico, Balzac entiende, como bien lo hizo notar Engels, que el dinero, en la Francia de Luis Felipe y por consecuencia en la sociedad industrial, es rey mientras que a Sainte-Beuve, salido del periodismo sansimoniano, nunca le interesó lo crematístico como asunto moral o literario y la autoritaria institucionalidad imperial, a partir de 1851, debió parecerle a su temple moderado, por así llamarlo, de izquierdas, justa y caritativa.
{{ Saint-Paulien, Napoléon, Balzac et l’Empire de “La comédie humaine”, prefacio de Armand Lanoux, París, Albin Michel, 1979, p. 308.}}
Modernísimo, Balzac fue el primer jefe gremial de la literatura francesa; antimoderno, Sainte-Beuve creía que considerar al escritor como un trabajador más era degradar el arte, convertido en una más de las baratijas comerciales.
Distinguía el novelista a los verdaderos escritores de los corruptos criticastros injertados en aquello que Sainte-Beuve llamaría, en esas mismas fechas, “la literatura industrial”. A los primeros, un parvenu como Balzac los conocía poco y le interesaban menos. No echó de menos en su obra a un gran novelista en calidad de personaje, ni tuvo un Bergeret como Anatole France o un Bergotte como Marcel Proust.
{{ Félicien Marceau, Balzac et son monde, París, Gallimard, 1986, pp. 245.}}
En cambio, frente a aquello que los populistas rusos llamarían después “el proletariado intelectual”, Balzac, “el hombre del comercio literario por excelencia”,
{{Saint-Paulien, op. cit., p. 103.}}
tenía mucho que decir porque no era otro el mundo de donde provenía.
El personaje en que se ha querido ver caricaturizado a Sainte-Beuve en Balzac es Raoul Nathan (“Byron mal peinado y mal formado”,
{{Honoré de Balzac, “Un príncipe de la bohemia” en Obras completas, III. La comedia humana. Escenas de la vida parisiense, traducción, prólogo y notas de Rafael Cansinos Assens, Madrid, Aguilar, 1967, pp. 1343-1350.}}
según su descripción en Una hija de Eva, 1839), un novelista exitoso y crítico de teatro, el género de la crítica más expuesto a la corrupción por ser la pasarela a la moda de actrices y decorados. Pero no tiene nada que ver con Sainte-Beuve, como tampoco otros personajes de La comedia humana asociados al crítico, porque Balzac estaba más preocupado en defender los derechos de autor de los escritores antes que de la crítica literaria propiamente dicha, en la cual, según Marceau, el novelista no creía para nada porque “para él era un género literario sin interés, sin ninguna relación, en todo caso, con el genio creador”.
((Marceau, op. cit., p. 247.))
Balzac nunca pudo o nunca quiso caricaturizar a Sainte-Beuve bajo la máscara de algún personaje de crítico, bastándole con burlarse de su estilo, de su poesía, de su historia de Port-Royal y dejando siempre en claro, a través de sus personajes, su desprecio por la crítica, contentándose con decir, como en Beatrix (1839-1844), que el crítico es “el turco de la inteligencia […] La crítica es su opio. Escruta el pensamiento del prójimo sin objeto ni sistema y el pico de su crítica demuele siempre sin construir nada”.
((Ibid., p. 248.))
Aun antes de la reseña de 1834, Balzac desdeñaba la poesía de Sainte-Beuve, firmada en su juventud bajo el heterónimo de Joseph Delorme, imposibilitado de adivinar –así opina, con acierto, Delattre– lo que en aquel joven y frustrado poeta preludiaba a Baudelaire, según pregonó el propio autor de Las flores del mal (1857). En 1831, Balzac se burla de una corresponsal imaginaria que ignora que el verdadero autor de las Poésies de Joseph Delorme es “el notable crítico”, ya entonces bien conocido, cuyos versos dirigidos a una musa tísica le resultan anacrónicos y desde luego inferiores a los de Alphonse de Lamartine. Diez años después, en su Monographie de la presse parisienne, Balzac hace una semblanza grotesca de Joseph Delorme, el escritor que nace muerto. Es probable que, en 1831, Balzac ya estuviese al tanto –y escandalizado como el hugólatra que siempre fue– por los rumores de la relación entre Sainte-Beuve y Adèle Hugo, siendo acaso el primero en hacer del pseudónimo poético del crítico –mote escogido previamente a su amistad con los Hugo– la “castración” de una identidad verdadera.
Ya en “De la moda en literatura” (1830), Balzac, resentido por su marginación de los cenáculos románticos, presentaba a Sainte-Beuve como operador en jefe del charlatanismo en literatura. Y a propósito del poeta Joseph Delorme, quizás el novelista fue el primero, en 1830, en asociar veladamente la medianía poética del crítico Sainte-Beuve con su deseo de adueñarse del estro de Hugo a través del rapto de su mujer. Acaso solo fue casual que Balzac pensase, adelantándose a Friedrich Nietzsche, en la caricatura del crítico como eunuco. En la mencionada monografía contra la prensa parisina hay una frase similar: “en todo crítico hay un autor impotente. No pudiendo crear, el crítico se convierte en el mudo del serrallo”.
{{Ibid., p. 247.}}
Veinte años después, la descripción ya era un tópico y Jules Janin, el crítico que sucedería a Sainte-Beuve en la Academia Francesa, fue descrito, en un panfleto de Eugène de Mirecourt, de la siguiente manera: “M. Janin, como la mayoría de los críticos, es una suerte de eunuco literario. Privado de la potencia generadora, arrulla a veces a los hijos de otros, aunque más frecuentemente los devora.”
((Eugène de Mirecourt, Jules Janin, París, Gustave Havard Éditeur, 1856, pp. 74-75. ))
Sainte-Beuve-hembra y la crítica como actividad mujeril será un motivo paradójicamente asociado a la condición de eunuco porque lo femenino, al contrario, procrea. El tópico lo acompañará hasta después de su muerte. En 1904 un Gustave Lanson lo justifica así: “Me apresuro a decir que Sainte-Beuve, si tuvo sus debilidades, sus taras, tanto mejor para su reputación. Vivió embrujado por el pensamiento de la mujer y tenía necesidad de existir en la estela de la mujer. Fue, si ustedes quieren, un coqueto, pero no fue el disoluto que algunos, a veces, gustan de retratar, aquel cuyo libertinaje paralizó su voluntad: la enorme y voluntariosa labor a la que se prestó durante cuarenta años es suficiente para prevenirnos contra esas exageraciones.”
((Gustave Lanson, “Sainte-Beuve. Ce que fait de lui le maître de la critique et le patron des critiques” en Revue Universitaire, año XIV, París, Armand Colin, 1905, pp. 119-120.))
Pero el problema esencial, como es usual entre literatos, era la gratitud inconfesable. El encolerizado Balzac, todavía en 1836, en una carta a Hańska, le hacía saber su esperanza de ser reseñado favorablemente por Sainte-Beuve en Revue des Deux Mondes.
{{Delattre, op. cit., p. 356.}}
Ocurría que Voluptuosidad había ocupado mucho a Balzac y durante meses. En una carta a Hańska del 25 de agosto de 1834 alabó a la novela como “un libro, demasiado bello para ciertas almas, a ratos mal escrito, defectuoso, débil, difuso, que todo el mundo ha proscrito, pero que yo he leído valientemente y donde encontré cosas bellas. Es Voluptuosidad…”.
{{Balzac, Lettres à Madame Hańska, I, 1832-1840, edición de Roger Pierrot, París, Éditions du Delta, 1967, pp. 246-247.}}
El fragmento de Balzac, por cierto, es uno de los más precisos que he leído sobre Voluptuosidad. Y como su correspondencia con Hańska a menudo era publicada en los diarios, fue voluntad de Balzac hacer pública tanto la admiración por la novela del crítico como sus reparos al autor que había dejado de ser poeta.
{{Stéphane Vachon, “‘Je lui passerai ma plume au travers du corps’: Sainte-Beuve et Balzac”, Revue d’Histoire Littéraire de la France, París, PUF, núm. 6, noviembre-diciembre de 1999, p. 1213.}}
Siempre, empero y a pesar de los pesares, le parecerá cosa sublime a Balzac la representación, encontrada tras recorrer intrincados laberintos, en Voluptuosidad, de “una de las caras del corazón de la mujer: la del amor contenido”. Eso en cuanto a Balzac. Toca revisar qué dijo y qué no dijo Sainte-Beuve sobre el novelista.
Muerto Balzac, Sainte-Beuve redacta, tras una hipocritona pero inevitable visita de cortesía para consolar a la hermana del gran novelista, su obituario y allí describe el estilo balzaquiano como “asiático”, lo cual le permite a Patrick Labarthe oponer un Sainte-Beuve “aticista” contra un Balzac “asiaticista” por aquello de la eflorescencia corruptora que el crítico encontrará en él.
((Patrick Labarthe, Sainte-Beuve. Une poétique de l’intime, Ginebra, Droz, 2018, pp. 101-102.))
“El éxito de Los misterios de París lo cambió todo; he aquí al novelista de moda; ha destronado a Balzac”, declaraba Sainte-Beuve en una línea de 1846,
{{Sainte-Beuve, “M. Eugène Sue. Jean Cavalier” (1840) en Portraits contemporains, op. cit., p. 869n.}}
coronando a Eugène Sue. Pero antes de esa apresurada campanada cuyo repicar dejó de oírse y dejó al crítico rodeado, en la posteridad, de un embarazoso silencio dada la pasajera importancia de Sue, encontramos la comentada reseña del 15 de noviembre de 1834. Antes, Sainte-Beuve había tomado ya nota de Balzac y, en una carta de 1831 a Pavie, el crítico llamaba “fétida y pútrida” a La piel de zapa, de Balzac, recién aparecida, no sin dejar constancia de lo maravilloso que podía ser el novelista a la hora de sacarle brillo a las cosas menudas.
((Sainte-Beuve, Correspondance générale, I, edición de Jean Bonnerot, París, Librairie Stock, 1935, p. 263.))
A lo largo de los cuadernos privados del crítico (1847-1868), las referencias a Balzac son numerosas en un hombre que se enorgullecía de la mudanza de sus opiniones y sabía que tanto él, como los lectores de Balzac, George Sand o Musset, tenían dos públicos, uno entendido y discreto junto a otro banal y ahíto de vulgaridades.
{{Sainte-Beuve, Le cahier brun (1847-1868), edición de Patrick Labarthe, Ginebra, Droz, 2017, pp. 39 y 74.}}
Cita Sainte-Beuve a Marcial para distinguir el sabor del olor y Balzac, se queja, apesta, aunque su sociedad “solo es real” si pensamos en la extravagancia que privaba entre 1830 y 1835 y reclama la inquina del novelista contra él.
((Ibid., pp. 132, 209 y 217.))
También dice, en notas de fecha imprecisa, que Balzac, cuando escribe, “está en celo”,
{{Ibid., p. 256.}}
lo cual corresponde a la novela, ese género recién llegado (“genre-parvenu”)
{{Ibid., p. 257.}}
que, más que de jueces, necesita de cómplices.
{{Ibid., p. 296.}}
Recurre a los prolijos chismes de Sandeau, quien contaba que el novelista lo despertaba para leerle sus ocurrencias;
{{Ibid., p. 328.}}
relaciona con mucho tino a Balzac con los caricaturistas Henry Monnier y Paul Gavarni, de los cuales La comedia humana estaba más cerca que de mucha de la literatura de su tiempo. El crítico recordaba a Gavarni diciendo que Balzac, como Monnier, carecía de individualidad: uno y otro solo valían en cuanto encarnaban en otros.
{{Ibid., p. 344.}}
“El Paracelso de la novela”
{{Ibid., p. 386.}}
no era corrupto, pero representaba perfectamente a la corrupción, remataba Sainte-Beuve, para después soltar la calumnia de que Stendhal había pagado por la reseña balzaquiana de La cartuja de Parma en 1840 en la Revue Parisienne.
((Ibid., p. 477.))
La reseña de 1834 fue, en buena medida, un bautizo y no del todo frío, tan solo si atendemos a la paciencia, según Sandeau, con la que Balzac leyó las primeras páginas. Justo, más que magnánimo, Sainte-Beuve reconocía el lugar que el novelista se estaba ganando. Nótese desde el principio que para Sainte-Beuve, “un novelista contemporáneo”, fuese Balzac o no, sufría de su doble condición de narrador y de contemporáneo, lo que lo aleja muy sospechosamente del ideal clásico que no se le regatearía, en principio, al poeta o al dramaturgo, pero sí al novelista, espécimen nuevo.
Citando a Janin, el crítico rival más bien dedicado a la dramaturgia, Sainte-Beuve subraya que “la mitad del público” está con Balzac porque la mujer está con él y está en él. Ella, a su vez, está con Balzac, compartiendo “su atuendo, en bata, en su privacidad más íntima: él la viste, él la desviste”. Apoyándose otra vez en Janin, lanza Sainte-Beuve el elogio venenoso: Balzac es femenino por sus temas y por su público, de lo que infiero que, para el crítico, la novela moderna será femenina o no será, condenada a ser admitida como un género inferior. En la adenda de 1846 –el crítico solía ir destilando a través del pie de página sus remordimientos– agrega que “se ha dicho” de “Balzac que en sus novelas es una vendedora de modas” o, mejor aún, una vendedora metida en el baño, un codicioso valet de cámara. “En efecto, ¡cuántas hermosas zapatillas de mujer tiene! Pero están tan usadas, tienen manchas de grasa y de aceite por casi todas partes.”
((Sainte-Beuve, “M. de Balzac. La recherche de l’absolu” (1834) en Portraits contemporains, I, París, Didier, 1846, p. 444.))
La acusación de ser mujer o al menos de degradarse al servirlas como lectoras, ya lo hemos visto, era arrojada lo mismo al crítico Sainte-Beuve que al novelista Balzac, en aquel siglo XIX. Para quienes pensamos, contrarios a la ideología de género políticamente correcta impuesta dos siglos después, que el genio tiene los dos sexos del espíritu (Jules Michelet), es claro que tanto Sainte-Beuve como Balzac cultivaban cierta androginia. No podían ser del todo ajenos a la misoginia de su tiempo pero, por su lectura y escritura de “estudios de mujer”, fueron, en aquellos términos, muy honrosamente “femeninos”. Alentados por la Revolución de 1830 y por el sansimonismo, uno y otro, bajo la influencia de madame Sand, compartían una forma progresista de vindicar al llamado “sexo débil”.
Desde la Fisiología del matrimonio (1829), insistirá Sainte-Beuve, Balzac se había convertido en una suerte de “científico”, confidente y consolador, “confesor un poco médico” de las mujeres, atento a “sus secretos sensibles o sensuales”. Pero no deja de ser el novelista “un doctor demasiado joven” entrometido en la alcoba, advierte un Sainte-Beuve regañón, quien olvida no solo su propia edad sino que él hizo lo propio, más pudibundo acaso, con su madame de Couaën en Voluptuosidad.
Novelas como La mujer de treinta años (1829-1842) y todos los estudios de mujer publicados por Balzac gozaron de la aprobación de Sainte-Beuve, pese a sus reparos públicos, escandalizado por la popularidad, debida al tema y a su público, de la novela, género bastardo que venía a distorsionar lo que después se llamaría “el sistema de las bellas artes”.
Aquello que Sandeau vio leer a Balzac aquel día de noviembre de 1834 quizá no ameritaba la bravata a la que su vanidad lo remitió. Pese a reconocer en Los chuanes (1829), de Balzac, las influencias de Scott y de Cooper, no le escatima mérito a esa novela histórica, aunque sin dejar de subrayar que fue su fracaso como impresor lo que lo llevó a la experiencia, primero clandestina, de la escritura de novelas, pecado insólito si se recuerda que los enciclopedistas de las Luces también fueron empresarios. Esa ilegitimidad de origen, utilizada por Sainte-Beuve para ofender al “mal” Balzac, impedirá que el crítico entienda su descubrimiento capital del dinero como eje del mundo burgués.
La ambigüedad, en fin, signa esta primera reseña de Sainte-Beuve. En público, un eterno “sí pero no” permeará su lectura de Balzac, un árbol cuya frondosidad preocupaba, para bien y para mal, al crítico. Viniéndose por las ramas, Sainte-Beuve al fin se acerca a La búsqueda del absoluto, novela cuyo título quizás inspiró el proyecto entero de Proust setenta años después y a la cual el crítico descarta de entre las mejores escritas por un ya prolífico Balzac. Pese a ello, el héroe de la novela, propio del siglo XVIII, estudiante de química con Antoine Lavoisier, fascina a Sainte-Beuve en su búsqueda de la trasmutación de los metales para llegar al secreto de la fabricación del oro.
Sainte-Beuve no entiende que el naciente arte de la novela está basado en la verosimilitud de caracteres y situaciones, no en su probabilidad o probidad histórica o, como se dirá después, en su “realismo”. Acusa a En búsqueda del absoluto de ser irreal en términos poco comprensibles para el lector de novelas posterior a Balzac. Pese a ello, le gusta Balthazar Claës, quien, cuando logra su supuesta trasmutación alquímica, “ha anotado el día y la hora en que la ha conseguido, como Dante y Petrarca lo hicieron con el día y el instante bendito en que vieron a sus divinidades y la página que acabo de citar del buen alquimista me incita a pensar en la inocente alegría de ciertos pasajes de La vida nueva”.
((Ibid., p. 687.))
En 1855, a cinco años de la muerte de Balzac, en la edición de ese año de sus Portraits contemporains, Sainte-Beuve recuerda la cólera balzaquiana ante una reseña que él juzga “respetuosa y aun moderada”. El comentario más infortunado en toda la obra de Sainte-Beuve se publicará el 1 de noviembre de 1838. Reseñando la edición, ese año, de tres de los Estudios de costumbres, Sainte-Beuve, tras burlarse de “la lista civil literaria de M. de Balzac”, afirma: “Los personajes, que regresan en estos relatos, ya habían figurado y más de una vez la mayoría” en sus novelas anteriores, componiendo “una red intransitable de corredores”, como en “las minas o en las catacumbas”.
((Sainte-Beuve, “H. de Balzac. Études de mœurs au XIXIE siècle.- La femme supérieure, La maison Nucingen, La torpille” (1838) en Premiers lundis, II, op. cit., pp. 363-365.))
Ese laberinto, que venía del itinerante melodrama de provincias, se integraba a la novela logrando una combinación incomprensible para Sainte-Beuve. No fue Balzac un Cristóbal Colón que descubrió América creyéndola las Indias, ni se topó casi por casualidad con un género de moda, como había dicho el crítico en 1838.
{{ Sainte-Beuve, “Charles de Bernard” [1838] en Premiers lundis, II, edición de Jules Troubat, París, Michel Lévy Frères, 1875, pp. 350-357. }}
Con la popular y casi infinita secuela, la novela moderna fincaba su categoría artística como ficción y conquistaba a un público cuyas apetencias, contra lo que siempre supuso el crítico, habían dejado de ser clasicistas. Adictos a las novelas de folletín, a las sagas cinematográficas, a las telenovelas o a las series de Netflix, los espectadores adoramos ver reaparecer a héroes y villanos. ~
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile