En Humillados y ofendidos, Dostoyevski tiene un personaje que celebra la prosa y denuesta la poesía. Pues “los versos son absurdos”, mientras que “en prosa se puede instruir a la gente, se puede hablar del amor a la patria, de la virtud”.
Me espanta pensar en una novela instructiva o didáctica, y sin embargo es verdad que leyendo narrativa se aprende bastante. Don Quijote es mi maestro en muchos sentidos, sobre todo ha sido mi profesor de ética; también he aprendido con él mucho sobre la osadía, incluso más que con la Ilíada; da lecciones sobre la libertad de acción, expresión y pensamiento, y basta leerlo o escucharlo leer para comprender las bondades de nuestro idioma español.
Alguien puede decir que una novela no ha de ser didáctica o moralizadora, pero lo cierto es que en muchos pasajes don Quijote es didáctico y moralizador. Muchos diálogos con Sancho tienen este tono, sobre todo cuando le da consejos para gobernar. Y ya no digamos el discurso de las armas y las letras, en el que da preeminencia a las armas porque:
“Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a estas adherentes, que en parte ya las tengo referidas. Mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que al estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida”.
Dos frases de don Quijote llevo siempre en la cabeza desde que lo leí por primera vez. “Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Y otra que sirve como acicate: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro”.
Supongo que aceptar de buena gana a don Quijote como un sabio que nos da lecciones está en la magia de la prosa de Cervantes. Si lo comparo con Tolstói, veo que el ruso fue un grandioso novelista cuando quiso contar historias, pero se volvió fatigoso e irritante cuando se propuso moralizar. A Posdnichev, el protagonista de La sonata a Kreutzer, dan ganas de cerrarle la boca; cosa que se logra cerrando el libro. Resurrección o cuentos como ¿Cuánta tierra necesita un hombre?, son chafos al estilo de La madre de Gorki.
“Nuestra alimentación excitante y demasiado abundante, junto con la ociosidad física más completa, no es otra cosa que la incitación sistemática a la lascivia”, dice Posdnichev. O bien, entre tantas otras bobadas: “Vaya usted a decirle a una madre o a su hija que no se preocupan más que de la caza del marido. ¡Qué ofensa! ¡Dios mío! Sin embargo, no hacen otra cosa, ni tienen otra cosa que hacer.” El detalle es que Tolstói no creó a Posdnichev como un cretino insufrible, sino como su propio portavoz.
Comparemos las frases de Cervantes sobre la libertad y el hacer, con esta de Gorki, que parece salida de un libro motivacional: “Cuando se marcha hacia adelante, hay que luchar incluso contra uno mismo. Hay que saber sacrificarlo todo, hasta el corazón. Consagrar la vida a una causa, morir por ella, no es difícil. Sacrifica más, sacrifica también lo que te es más querido que la vida: entonces, crecerá con fuerza lo que de más caro hay en ti, ¡tu verdad!”. Casi escucho you are a child of the universe y la voz de Manuel Bernal.
Mucha gente recela lo contrario: que las enseñanzas en las novelas sean inmorales y por eso muchas obras han sido censuradas, sobre todo para las mujeres, y los novelistas han sido perseguidos. Pero lo que mayormente asustaba en ellas eran cuestiones sexuales, la famosa “obscenidad”. Ahí están Lolita, El amante de Lady Chatterley, Ulises, Moll Flanders, Madame Bovary, las obras del Marqués de Sade y tantas otras.
Curioso es que Dostoyevski no ha corrido con esta suerte de censura cuando tiene las escenas más perversamente eróticas entre los clásicos del siglo XIX. Él mismo llegó a espantarse con un episodio que escribió para Demonios, y decidió encajonarlo, mas por fortuna su viuda lo dio a la luz y forma parte de la novela en ediciones no mojigatas. En muchos pasajes violentos de Dostoyevski es difícil detectar si hay espanto o fruición. “¿Han presenciado ustedes cómo el campesino le pega a su mujer?”, pregunta Dostoyevski y responde: “Después de atarla o meterle los pies en los orificios que previamente hizo en una tabla, procede a zurrarle a la consorte de un modo metódico, frío, hasta serio, a golpes acompasados… escuchando sus gritos y súplicas con delectación”. Y pasa a narrar más atrocidades, con la justificación de “La vida del campesino carece de goces estéticos… música, teatros, periódicos y, naturalmente, tiene que llenar con algo ese vacío”. Nos habla luego de que el campesino se aficionó a colgar boca abajo a su mujer, “como hacía con las gallinas”. Y continúa: “La colgaba y se ponía tan tranquilo a comer sus gachas… volvía a coger una correa y se liaba con ella a golpes…”.
Cito este pasaje meramente violento; pero quien haya leído completo a Dostoyevski sabrá que en muchas historias se mezcla esta misma violencia con erotismo y también con pederastia.
Los clásicos nos aleccionan, nos guían en muchos temas de la condición humana, aunque no todas las lecciones han de ser morales o edificantes. No todas las obras pueden forzarse para que hablen con una moral presente. Y no todos los valores humanos son valores en cada momento de la historia. Pienso, por ejemplo, en la idea de libertad. Suena bien, pero a veces se convierte en un valor jerárquicamente inferior a la obediencia.
Pensaba en estas cosas cuando escuchaba un debate sobre la Odisea. ¿Qué enseñanza moral podía darnos un hombre que mata a los ciento ocho pretendientes de su mujer? Sin darle muchas vueltas, quizás enseña que un hombre debe matar a los ciento ocho pretendientes de su mujer.
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.