Félix Ovejero
La seducción de la frontera. Nacionalismo e izquierda reaccionaria
Barcelona, Montesinos, 2017, 276 pp.
Acabada militarmente ETA, solo queda la derrota de su relato. Es la postura de Fernando Aramburu, autor de Patria, y de intelectuales como Fernando Savater: queda mucho poso tras la violencia, queda el discurso del “conflicto”, de la guerra entre iguales, una manipulación de la memoria histórica que diluye responsabilidades. A este relato contribuye especialmente una izquierda que ha renunciado a sus principios frente al nacionalismo. La izquierda no compra el falso relato de la Guerra Civil como un conflicto fratricida, casi metafísico, surgido espontáneamente entre hermanos que se odian, sino que defiende la postura de que fue consecuencia de un golpe de Estado que rompió con la legitimidad democrática de la República. Sin embargo, muchos progresistas aceptan el relato nacionalista y adoptan una mirada equidistante. No solo en el caso vasco, sino también en el catalán. Hay una izquierda que critica el procés, pero a la vez compra su propaganda, demostrada falsa en numerosas ocasiones: el expolio, la España opresora, la infrafinanciación y las balanzas fiscales, el centralismo, el nacionalismo español (que es muy marginal) e incluso la caricatura de un país que solo lee La Razón y ve 13tv. El que se atreve a criticar el independentismo desde la izquierda siempre siente la necesidad de recordar que también tiene malas palabras contra la derecha española: el discurso antinacionalista lo ha secuestrado la derecha y no hay nada peor que que te saquen de la tribu.
Félix Ovejero (Barcelona, 1957), profesor de filosofía política en la Universidad de Barcelona, es uno de los mejores críticos de la izquierda reaccionaria plegada ante el nacionalismo. En su serie de libros Contra Cromagnon, que comenzó en 2007 y va por su tercer volumen, desgrana los principios y falacias del nacionalismo hasta desnudarlo. Su principal foco es la izquierda, pero su crítica es desde la izquierda, si bien racionalista e ilustrada, crítica con el relativismo y las políticas identitarias. Su postura es la de Pascal Bruckner (“prefiero pensar contra mi propio campo [la izquierda], minarlo desde el interior, antes que desertar”) o Fernando Savater (“de la izquierda, que es lo que más he criticado, me molestan muchas cosas que hace y de la derecha me molesta lo que es”).
En este último volumen, titulado La seducción de la frontera. Nacionalismo e izquierda reaccionaria, Ovejero va a las raíces del nacionalismo y de las identidades colectivas y su relación con el territorio. Su argumentación es lógica, a veces de profesor de filosofía (es quizá la pega al tono y estructura del libro, que recuerda a ratos a unos apuntes universitarios y es desordenado y repetitivo, con frases casi calcadas entre capítulos). Esto consigue, sin embargo, afianzar conceptos. Ovejero comienza con la idea de comunidad (comunidades de acuerdo, donde entra quien lo desea mientras cumpla las normas; y comunidades de destino y origen, donde la identidad juega un papel importante y la democracia se resiente) para explicar la idea de la soberanía de un territorio. Uno puede marcharse de un territorio, pero no puede marcharse con ese territorio. Ese territorio es una unidad de decisión y justicia; las fronteras no se votan, se vota dentro de ellas. Por eso la idea de la secesión no encaja con la democracia: la secesión rompe con la comunidad política. Ovejero explica que no existen fronteras votadas democráticamente, y que solo ante la falta de derechos humanos, democracia y libertades se puede aceptar el secesionismo. Esto no implica que las fronteras sean intrínsecamente buenas; al contrario, son algo que discrimina inevitablemente por geografía. Pero son la única manera de garantizar derechos y libertades, como recordaba Hannah Arendt tras la crisis de los refugiados en la Segunda Guerra Mundial.
Ovejero no solo desnuda la idea de nacionalismo étnico, excluyente por cuestiones claras de identidad, sino también el cívico. Considera que tras eliminar las falacias naturalistas, los argumentos circulares y las contradicciones del nacionalismo que se dice cívico queda el nacionalismo étnico. Ovejero también cuestiona que la identidad o lengua comunes sean una unidad de soberanía (“que la lengua mayoritaria y común en Cataluña sea el castellano y que sin embargo no sea la que proporciona identidad nos lleva a situaciones conceptualmente complicadas”) y va más allá al considerar que la nación es un invento de los nacionalistas, o incluso una construcción de los Estados modernos. Si una nación es un conjunto de individuos que tiene la voluntad de ser una nación, ¿era Cataluña una nación cuando, hace años, sus ciudadanos pensaban que no eran una nación? ¿Los catalanes no independentistas no forman parte de la nación catalana? La alternativa de Ovejero es la ciudadanía republicana: la adscripción a unos principios que no atienden a identidades. Como ha escrito en más de una ocasión, “el mejor modo de abordar los problemas de la diferencia es profundizar en la igualdad”. Esto no implica homogeneizar y oprimir las identidades, como teme cierta izquierda, sino precisamente darles libertad en un marco de igualdad.
Ovejero culmina este volumen con reseñas de varios libros sobre el nacionalismo donde hace uso de los argumentos antes explicados, y una entrevista con el economista independentista Arcadi Oliveres. La seducción de la frontera es un libro que proporciona un arsenal argumental magnífico contra el nacionalismo. Se centra en el independentismo catalán, contra el que Ovejero lucha desde hace décadas, pero no es una obra solo contra el procés (el movimiento político de las élites, que Ovejero compara con una oligarquía), sino que va al fondo del asunto: desde la lógica, la filosofía política y con una gran cantidad de evidencia empírica deja a los nacionalistas e independentistas sin más alternativa que el pensamiento mágico. ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).