Lorenzo

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¿Gabino con be o con ve?, preguntas
la primera vez que escuchas su apellido.
Con be, respondo,
una be espigada y de pronunciación jugosa,
rica como los labios que se unen
para retenerla,
para soltarla después.
Los labios de Gabino eran flacos.
Tenía una boca huesuda.
Gabino era todo calcio, todo hambre,
todo carne sin la carne.
Tal vez, dices, la enfermedad lo roía
de adentro hacia afuera.
Por eso era tan delgado.
Recuerdo entonces el ataque:
Gabino en blanco,
sacudiéndose con violencia
en la banqueta sucia:
el espasmo, la sorpresa.
Gabino fuera de sí,
un esbozo de fantasma:
muñecas y piernas transparentes,
un adulto de treinta kilos
sostenido apenas
por los hilos de un dios aburrido.
Pero de adentro, pienso,
de sus entrañas casi vacías por la pobreza y la pena;
de ese desconocido en el piso, vulnerable,
emanaba más vida que de tus ojos
y los míos.
En esas cuencas angulosas,
listas para ser cuna de gusanos;
en ese rostro tenue,
sorprendido por la electricidad del cuerpo,
se reflejaba una luz triste pero insistente,
un rayito como de luciérnaga
atrapada en un vaso de vidrio.
Persistencia por vivir.
Ese es el brillo de Lorenzo.
Lorenzo y la luz:
la ele que nace cuando la lengua
se desliza, breve,
por los alveolos.
La ele del líquido ambarino
que resbala
de una herida mortal.

Lorenzo, ahora lo llamo por su nombre.
Lorenzo,
luminiscencia y lamento.
Lorenzo.
Recordémoslo así. ~

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(Ciudad de México, 1990) es poeta y editora. En 2018 publicó su primer libro, Lo que perdimos y otros poemas (Aquelarre Editoras), y montó su primera exposición gráfica, Un texto es un lienzo es un texto, en la UCSJ. Trabaja en Ediciones Era y edita la revista La Peste


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