Suite de la papelería

Esta sección dedicada al rescate de la revista dirigida por Octavio Paz recupera este texto a caballo entre el ensayo y el poema en prosa del magnífico estilista Luis Ignacio Helguera, el cual se publicó en el número 157 de Vuelta, de octubre de 1989.
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El papel carbón

Ya nadie se acuerda del papel carbón en este mundo xerox en que todo se hace y se reproduce a alta velocidad. Ahora envejece virgen en las papelerías o en estado de coma en el ataúd del escritorio. Era la esbelta cámara impresora y el fiel negativo de los hechos. En su reverso el mundo te daba maromas y falsos o a veces fortuitos y excelsos palíndromos. El papel carbón era el pasadizo obscuro, la carbonera de la que salíamos de niños con las manos sucias, con las huellas ennegrecidas del juego. Era el guardaespaldas encapotado, el confidente taciturno y sombrío de nuestros primeros infames versos, nuestras tareas extraescolares –tan ardientes como vanas–, nuestras cartas de amor a doña Cursilería, nuestro alfabeto cifrado.

Las hojas blancas escritas se fueron convenientemente a la basura; solo el papel carbón guarda, y amontona, encima, entrecruza, confunde, en su ocio fúnebre, las palabras de aquellas tardes. Solo el papel carbón y su perfume exquisito de antaño guardan obscura memoria de alegrías y vergüenzas que llevamos impresas en el alma, como en una tímida demostración comercial de papel carbón Pelikan.

La engrapadora

Así como la ves, leal y solícita a la tarea de dar secuencia coherente a tus trabajos y tus días, la engrapadora es una siniestra fábrica abandonada. Porque hay fábricas abandonadas, has de saberlo, en huelga aparente, que no obstante funcionan con perfección atroz día con día. La engrapadora es una de ellas: sus servicios no son intermitentes, como parecería si uno se limita a observarla en su supuesta inocencia polvorosa de pupitre, sino de veinticuatro horas. La ideó un tal profesor Pilot y su labor consiste en encajar imperceptible pero indefectiblemente sus dientes en las páginas escritas de tu calendario. Industria miniatura emisaria de la muerte burocrática, guillotina o potro de tortura del orden implacable, no se le pidan empero milagros a su cerebro mecánico: la paginación de nuestra vida da brincos y los traspapelamientos desapacibles son inevitables. Pero con ella, eso sí, todo dolor queda en regla.

La perforadora

Agria hermanastra de la engrapadora, con quien se disputa el trabajo, la perforadora recuerda esos aparatitos vampirescos con que el doctor nos extraía de niños una muestra de sangre de una yema de dedo o un lóbulo de oreja mientras nos distraía con una paleta de caramelo. Es el único ser que conozco con el estómago literalmente en la cabeza, enloquecida de hambre pirañesca: la perforadora es una especie de polilla monstruosa, de loro silencioso de metal. Se alimenta de los círculos viciosos de nuestra escritura cotidiana, de nuestras palabras fallidas. Crea vacíos, lagunas, omisiones.

Y pensar que todavía hay quien pregunta por qué exhalará ese hálito mortal de ausencia y desolación el confeti que vuela por los aires en los domingos de fiesta, por la noche… ~

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fue un poeta, narrador, ensayista, crítico musical y ajedrecista mexicano.


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