Jon Fosse, el Nobel místico

En la insularidad geográfica, temática y lingüística radica el mayor mérito literario de Jon Fosse, porque sus dudas e inquietudes son universalmente humanas.
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Este año, la reciente concesión del Premio Nobel de Literatura al escritor noruego Jon Fosse (Haugesund, 1959) no causó demasiada sorpresa entre sus lectores o el mundo editorial. Después de todo, durante más de una década su nombre se ha pronunciado con cierta persistencia entre círculos cercanos a la Academia sueca y entre periodistas, académicos y entusiastas que, año tras año, especulan sobre la posibilidad que tienen ciertos autores de obtener este galardón, cuya misión primordial parece ser la de polarizar a las masas debido a lo que muchos estiman como un eurocentrismo descarado.

Mi primer acercamiento a su obra ocurrió aproximadamente hace diez años con la novela Melancolía, retrato angustiante de un pintor cuyo deterioro emocional es sondeado por la pluma del noruego con una pasión literaria que, desde su inicio, lo ha perfilado como un escritor de suma originalidad por su manera de cavar túneles en los intersticios cerebrales más recónditos de sus personajes. Pocos autores son capaces de detonar una especie de trance mientras se les lee, cualidad harto extravagante en una obra que te procura la sensación, si acaso efímera, de que otra inteligencia te gobierna, de que alguien más controla, no solo lo que piensas, sino también el ritmo con el que lo piensas.

A grandes rasgos, su escritura se caracteriza por una austeridad lingüística que es fundamental en su estilo literario. Fosse tiene que ser el autor con el vocabulario más reducido que he tenido la fortuna de leer. Esto parece ser un recurso que juega a su favor, pues amplifica esa sensibilidad que le permite explorar las emociones humanas más complejas desde una llaneza raras veces favorecida en la literatura contemporánea.

Aunque completamente distinta de la escritura de Gertrude Stein, incuestionable matriarca del modernismo, la frecuente recursividad en la prosa de Fosse me remite a su trabajo. Es así como el vocabulario limitado adquiere peso y un brillo inusual, en la insistencia, en la repetición casi infinita de una idea que puede delatar inestabilidad mental de parte de un personaje o, del mismo modo, transmite una soledad tan abrumadora que solo es posible codificar mediante unas cuantas palabras, atmósfera representativa en el grosor de su obra.

Fosse, quien desde pequeño escribe en nynorsk y no en bokmål –la lengua más común en Noruega, hablada por aproximadamente el 85% de su población–, la encuentra como una lengua idónea para desarrollar su oficio, porque incrementa esa especie de claustrofobia perenne que el autor encapsula en un gran número de sus páginas. Es decir, en su escritura Fosse tiende a describir espacios domésticos o desolados, y de escala íntima, con una cantidad limitada de vocablos en una lengua que la mayoría de sus compatriotas no utiliza. La combinación de estos elementos resulta ideal para el tipo de historias de corte introspectivo y metafísico que el autor favorece y que, gracias al uso de oraciones ininterrumpidas y largos monólogos interiores, adquiere tintes místicos.

Y es que Fosse, en 2012, se convirtió al catolicismo, detalle que él mismo ha discutido ampliamente en diversas entrevistas. Aunque cierta espiritualidad ha gobernado la obra del noruego desde su inicio, en sus obras posteriores a tal fecha es posible distinguir un incremento en las interrogantes existenciales y ontológicas que nutren su labor. Con esto de ninguna manera quiero decir que Fosse es el “escritor católico” de nuestro tiempo (sería muy desafortunado reducirlo a esa etiqueta), sino uno que profesa tal fe, la cual vive entre sus páginas, aunque sin llegar a “pecar” –permítaseme este irónico juego de palabras– de proselitista. Fosse, más bien, tiene un interés en todo aquello que es humano y que, de acuerdo con su afiliación dogmática, se desprende de un ente divino. La manera en la que el escritor concibe cada una de sus novelas, obras dramáticas y poemas responde al criterio de que todo “tiene que ser un universo en sí mismo, regido por sus propias leyes”, un sistema de escritura que el mismo autor ha llamado “realismo místico”.

Amparados por recuerdos de infancia, cuestionamientos sobre nuestra mortalidad o traumas que han permanecido irresueltos y latentes durante casi una vida entera en las mentes de sus personajes, los textos de Fosse se desarrollan en ambientes peculiares. A veces ocurren en el ático de un hogar, otras veces en la habitación de una institución psiquiátrica, espacios siempre desdibujados, llenos de aire y casi nada más porque el protagonismo en las obras del noruego radica en la conciencia de sus personajes, nómadas de distancias milimétricas, quienes a veces parecen quedarse detenidos en una especie de eternidad, esa que confiere el hecho de mirar a través de una ventana, actividad bastante común entre quienes habitan las páginas de este autor. Otras veces lo inusual de su escritura radica en el tiempo utilizado, pues sus obras son espirales digresivas donde el presente y el pasado suelen coexistir, donde la persona narrativa utilizada muta de la primera a la tercera del singular sin advertírselo al lector, creando así una ficción de nudos dramáticos maleables en la que, incluso, es posible que los años 1897, 1979 y 2002 convivan sin mayor problema (Det er Ales, 2004).

Fosse cuenta con diversos puntos de entrada a su obra según quien lo lee. Para quienes buscan un texto donde el peso autobiográfico de la memoria opere a manera de caleidoscopio, entonces ahí está Prosa frå ein oppvekst (1994), actualmente disponible en traducción al inglés con el título Scenes from a childhood. Otro primer acercamiento podría ocurrir con la antes mencionada Det er Ales (2004, disponible en inglés como Aliss at the fire), una de sus novelas más introspectivas, la cual retrata a una mujer recordándose junto a un fuego encendido en su hogar, mientras mira a través de una ventana y espera el regreso imposible de su esposo. Y en traducción al español ya pueden encontrarse Melancolía, que registra la vida de un pintor cuya inestabilidad emocional lo orilla a los confines de una institución psiquiátrica; Trilogía, sobre una pareja de indigentes expuesta al frío y a la indiferencia de otros, a punto de convertirse en padres; y Septología, considerada su obra cumbre y publicada en tres volúmenes, novela desafiante e hipnótica cuya prosa febril imita la corriente caudalosa de un río y no ofrece la menor tregua o punto lógico de descanso a sus lectores.

Alguna vez, el entonces secretario permanente de la Academia sueca Horace Engdahl acusó a la literatura estadounidense de ser “demasiado insular”, razón por la que, según él, no había sido contemplada en mucho tiempo de forma seria por los miembros de la institución. Y es precisamente en la insularidad de Fosse –geográfica, temática, lingüística– donde su mayor mérito literario radica y donde su escritura resplandece, porque sus dudas e inquietudes son, ante todo, universalmente humanas. ~

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(Monterrey, 1978) es escritor y arquitecto. Uno de sus libros más recientes es Los pánicos principales (An.alfa.beta / Conarte, 2018).


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