En la noche, a la luz de las velas, Carmen Rivadeneira dialoga con las cartas del tarot, reflexiona y hace anotaciones hasta que por fin entiende lo que estas le dicen: ya comenzó el regreso saturnal, un evento astrológico que indica la llegada de cambios, el tránsito hacia una nueva etapa y el momento de cerrar ciclos. Mientras lo hace, Carmen mira con anhelo una vieja fotografía colgada en su pared. Pareciera que vive entre dos tiempos: su presente y la sombra de un pasado.
Modelo antiguo (1992), de Raúl Araiza, sigue la vida de Carmen Rivadeneira (Silvia Pinal), una mujer solitaria, experta en astrología y apasionada de los boleros que pasa sus días leyendo los horóscopos en Corazones solitarios, un programa de radio. En esta cotidianidad aparentemente tranquila, Carmen se entera de que le quedan pocas semanas de vida. Con este punto de inflexión narrativo, Araiza no esconde las clásicas herramientas melodramáticas para empujar su historia hacia un estadio interesante: Modelo antiguo toma fuerza como una comedia romántica suave, elegante e inteligente que por momentos se convierte en un bello road trip por la Ciudad de México de los años noventa.
Para lograrlo, Araiza configura la película en dos tiempos ficcionales: el presente y el pasado. Con recursos simples y didácticos, como el flashback y la ambientación de época, conocemos pequeños momentos de la juventud de Carmen (interpretada por la nieta de Pinal, Stephanie Salas) que hilan las respuestas a algunas preguntas nacidas en el presente. Estos cuestionamientos, de principio terribles, adquieren un tinte divertido y ligero con la aparición de Juan (Alonso Echánove), un taxista diametralmente opuesto: pragmático, desfachatado y más joven que ella.
Con esta diferenciación de sus protagonistas, Araiza logra destacar la habilidad actoral de Pinal. Modelo antiguo se convierte en un universo en donde hay cabida para una protagonista que no es joven, un factor desafiante para su época (e incluso para la nuestra), pues es bien sabido que la vejez, la natural y humana vejez, es el temido enemigo para las actrices en el cine. Por el contrario, la Carmen interpretada por Pinal desea y puede ser deseada, es independiente y esa soledad que la rodea es, más bien, un castigo impuesto por la sociedad. Carmen no encarna a la “solterona”, una figura constante en el cine mexicano que ha sido objeto de estigma, burla y pobres reivindicaciones.
En ese sentido, también es interesante ver a una Silvia Pinal alejada de lo que parece ser la imagen inamovible y enquistada en el imaginario colectivo: la rubia jovencísima, coqueta, curvilínea, sin arrugas y siempre vestida con ropa entallada. Pareciera que, para la sociedad, ninguna mujer de la industria cinematográfica envejece y que cualquier representación fuera de un rango de edad considerado dentro de la “juventud” está prohibida. Resulta llamativo que el pasado noviembre, en 2024, cuando Pinal falleció, la mayoría de los medios de comunicación usó únicamente fotografías de la Silvia eternamente joven: la Silvia de Rogelio A. González, de Luis Buñuel, perfecta para Pedro Infante o para Arturo de Córdova.
Modelo antiguo fue una de las últimas películas en las que participó Pinal (luego vendrían Tercera llamada, 2013, de Francisco Franco; y el cortometraje El escandaloso encanto de los egos rotos, 2022, de Jaime Urquiza), y en la que es posible verla interpretar a un personaje diferente a los que la encumbraron: una mujer que sueña despierta, pero que también tiene agencia sobre su vida.
Y es que el futuro de Carmen se ha acortado: la noticia del cáncer abre una pausa en su existencia y, ante eso, su destino y el de Juan se unen de manera inevitable: Juan, conductor experimentado, se convierte en su chofer que la lleva a sitios clave para Carmen, pequeñas puertas en el tiempo en donde el ejercicio de la memoria la hará despojarse poco a poco de los retazos que dejó tras de sí “el amor de su vida”, Gabriel Rivadeneira (Raúl Araiza Herrera), su hermano.
El anclaje de Carmen en el pasado se aligera un poco durante estos encuentros. La inteligencia y la soltura de Carmen, siempre elegante y sofisticada, hace mancuerna con las ocurrencias y la frescura de su compañero. Así, Araiza también filma un documento histórico al capturar con su cámara la vida de la ciudad y sus lugares emblemáticos, como el Palacio de Bellas Artes, el ya extinto restaurante Prendes, el Salón Los Ángeles, el Museo de Arte Moderno, el Palacio Postal y una cantina tradicional en la que los protagonistas y las y los espectadores disfrutan de la aparición especial de una figura emblemática de la cultura popular mexicana: Paquita la del Barrio.
El color y la vivacidad de este road trip –el cual, por momentos, recuerda la aventura nocturna de Los caifanes (1967)– están impregnados de una nostalgia que augura el cambio de milenio, el fin de la clase media alta y el contraste entre dos generaciones y clases sociales, la de Carmen y la de Juan. Araiza consigue un equilibrio entre los temas de la película y las tramas temporales: mientras vemos el ocaso de una Ciudad de México, también nos dirigimos, invariablemente, al enamoramiento entre Carmen y Juan, y a la revelación del trágico secreto de Carmen. Modelo antiguo es una película que se preocupa por establecer de manera didáctica el camino de los arcos dramáticos.
Contrario a lo que sucede en muchas comedias románticas, el amor entre Carmen y Juan sucede por las similitudes entre ambos y no por sus diferencias: son almas solitarias que se sienten vacías, paradójicamente, en una ciudad tan llena de gente. No importa si Juan tiene una amante o “amigos de chupe”, tampoco si Carmen es respetada y reconocida en su trabajo. Los dos buscan algo sin que uno cubra la falta del otro. Están juntos en su individualidad. Al lograr esto, la película sortea varios clichés y evita que todo se simplifique a “el amor imposible y prohibido entre clases sociales”.
El tema de la clase no caricaturiza al personaje de Juan, pues es la naturalidad con la que se relacionan la que permite que ambos transiten por el mismo mundo. Cuando Carmen y Juan reconocen su amor, Araiza enfoca sus manos suspendidas a punto de tocarse; es una secuencia breve pero suficiente para recordar las diferencias a través del color de piel y el rastro de la edad y el trabajo; disimilitudes que, a pesar de todo, se entrelazan y culminan con un encuentro sexual deseado por ambos.
Pero como dice la canción de Agustín Lara que tanto le gusta a Carmen: “Solo una vez, nada más, amé en la vida…”. El pasado se cuela en el presente y, al confesar el amor incestuoso que vivió con su hermano y que significó el fin de su familia, Carmen da un paso por liberarse de aquello que la tortura. Juan, a pesar de ser escéptico y receloso a la casi obsesión que tiene Carmen con ese pasado, decide permanecer con ella.
En estas decisiones aparece el sentido agridulce de Modelo antiguo. El nuevo comienzo es en realidad el final de la historia. Como hemos visto en otras películas como Cleo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962), la intuición y lo que está fuera del mundo terrenal y más allá de la comprensión serán el puerto más seguro o, al menos, el puerto en donde no hay cabida para las guerras y la brutalidad del capital. En una secuencia situada en el pasado, Gabriel, el hermano de Carmen, cuestiona la forma en que la riqueza familiar se ha cimentado en la especulación generada durante la Segunda Guerra Mundial. Todos en la mesa le insinúan que es imposible que coexistan el dinero y la ética, y el joven, altivo y convencido, responde que al menos dormiría con la conciencia tranquila.
Ese mundo y esas discusiones llevadas por los hombres a la mesa están alejados completamente de Carmen. La lectura de los horóscopos añade un interesante recurso a la película. La voz de Carmen: “Amiga desvelada de Acuario…”, “querido amigo obstinado de Escorpio…”, se entremezcla con la narración de la ficción y logra que los horóscopos tengan el poder de hablar a los personajes, describirlos y advertirles. Ante la incertidumbre que traen consigo los cierres de ciclo, el puerto más seguro siempre será la intuición. ~