Más allá de la biología evolutiva

Guía del cazador-recolector para el siglo XXI. Cómo adaptarnos a la vida moderna

Heather Heying y Bret Weinstein

Planeta

Ciudad de México, 2022, 400 pp.

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El año pasado se estrenó la película Crímenes del futuro, de David Cronenberg. Al margen de la trama, creo que plantea un panorama interesante: debido al declive ambiental del planeta, el cuerpo humano ha evolucionado en un entorno puramente sintético y su respuesta adaptativa es la del “Síndrome de Evolución Acelerada”. Se trata de una condición que posibilita que los cuerpos humanos produzcan nuevos órganos de manera rápida. En casos extremos de adaptación, el ser humano puede comer plástico y digerirlo. Creo que el futuro vislumbrado por Cronenberg es poco deseable, sobre todo cuando pensamos en nuestro presente: no parece cercano un mundo en que nuestra basura se acabe con solo digerirla.

Años de investigación de campo y ejercicio docente llevaron a los biólogos evolutivos Heather Heying y Bret Weinstein a escribir un manual para saber cómo adaptarnos a la vida que tenemos. Guía del cazador-recolector para el siglo XXI comienza con una crítica aguda: la disonancia entre el ritmo acelerado de los cambios y lo difícil que resulta acomodarnos a dicho ritmo, al grado de ser incapaces de valernos por nosotros mismos.

Abunda la literatura que pretende explicar y prescribir cómo debemos vivir mejor. Pero resulta curioso que este par de biólogos nos presenten una guía. En palabras de los autores, “el objetivo principal no es responder a preguntas, sino presentar un marco científico sólido en el que entendernos, un marco desarrollado a lo largo de décadas de estudiar y enseñar esta materia”. Dicho de otro modo, este libro es un manual que propone comprendernos a partir de la verdadera naturaleza de lo que somos, desde los orígenes ancestrales que nos han dado vida. El contexto evolutivo y su análisis, a decir de los autores, es lo único que nos ayudará a corregir el rumbo.

El libro se divide en dos partes. La primera recoge brevemente la historia del linaje humano y explica a la persona desde su individualidad: su relación con el sueño, la comida y la medicina. Ahí, además de relatar cómo hemos evolucionado en torno a esos tres ámbitos, recalca las dificultades y errores que aquejan a cada uno en la vida moderna. La segunda explica la relación del hombre con otros individuos: habla del sexo y el género, de la paternidad y las relaciones, de la infancia, la escuela y el paso a la edad adulta. Al igual que en la primera parte, hace alusión al comportamiento evolutivo en torno a nuestros vínculos con los otros y a los errores que consumen a esos vínculos.

A lo largo de estas páginas, los biólogos realizan críticas muy agudas al reduccionismo, el cientificismo, la hipernovedad y el cortoplacismo. Para ellos, “necesitamos las metáforas para entender los sistemas complejos” que nos hacen lo que somos. Es necesario sentarnos de nuevo como hacíamos antes alrededor de una hoguera y llevar a cabo un intercambio humano de ideas y propuestas sobre cómo vivir mejor. Un diálogo lo más alejado posible del que tenemos ahora por redes sociales.

La obra de Heying y Weinstein tiene una construcción poco predecible. Quizá se deba al punto de vista desde el que escriben. Un libro que pretenda dar respuesta a los problemas que vivimos en la actualidad normalmente seguiría un índice con temas woke como el racismo, el aborto, la migración, la guerra, la ecología, el feminismo, etc. Pero lo cierto es que resulta enriquecedor que estos biólogos vayan hilvanando esos problemas a partir de temas de los que comúnmente no se habla y que subyacen a la conversación pública. Es ahí donde reside la relevancia de su propuesta: no es un tratado más sobre estas etiquetas que apuntan a heridas sociales, políticas y ambientales, sino que explica al ser humano desde otras ópticas y maneras más frescas de tratar problemáticas a las que nos enfrentamos. Plantea una forma de vivir el día a día, sin perder de vista de dónde venimos y a dónde podemos ir, en el entendido de que hay cosas que debemos sacrificar por los llamados trade offs evolutivos: no podemos ser la sociedad más justa y a la vez la más libre, por ejemplo, de igual modo que no se puede esperar que un pájaro sea el más rápido y también el más ágil. Para adaptarnos, es necesario “dejar ir” porque no todo puede traspasar las barreras de la adaptación. Necesitamos ser realistas. Por eso, aplaudo que, al final de cada capítulo, los autores destinen una sección llamada “Lentes correctores” con consejos concretos para aplicar en la vida diaria.

Advierto, sin embargo, que hace falta un tratamiento más fino de un tema de suma importancia. Si el mismo libro propone una historia que comienza en el ser humano y termina en sus vínculos con los otros, ¿por qué no destinar una parte para hablar en concreto de la relación que tenemos con la naturaleza y los animales? Entiendo que algunos capítulos traten tangencialmente el problema, pero ¿no merecía un apartado, a fin de analizar el asunto con mayor profundidad? De todos los temas que esperaba en un libro con el título de Guía del cazador-recolector para el siglo XXI el que realmente esperé y no vi plasmado fue el de cómo volver a relacionarnos con nuestro entorno. Pensaba que, al adoptar una óptica biológica-evolutiva, el libro abordaría nuestra relación con la naturaleza y explicaría cómo, a partir de ahí, podríamos mejorar ese vínculo, reconectar con nuestras raíces y reconstruirlas. Otro tema que me hubiera gustado es el transhumanismo y las pretensiones tecnológicas de separar nuestra mente del cuerpo. ¿Cómo llegamos a esto? ¿De qué modo nos relacionamos con nuestro propio entendimiento de ser criaturas inteligentes y querer trascender las barreras de lo humano?

Sobre el papel de la biología evolutiva para resolver nuestra condición actual, los autores consideran que esta disciplina responde a la vida moderna desde una perspectiva integral: estudian el pasado y con ello comprenden el presente y vislumbran el futuro. La ciencia no solo parte de primeros principios y genera hipótesis con cada vez mayor precisión, sino que concibe modelos que explican el mundo con tres objetivos en común: (1) pueden predecir más que los modelos previos, (2) asumen menos información que antes, y (3) se complementan entre sí para “fundirse en un todo perfecto”. Es claro que una premisa de fondo que opera en este libro es la de una confianza absoluta en la ciencia y en sus alcances. ¿Pero hasta qué punto podemos confiar en ella? ¿No tendrá ella misma una crisis en su propia definición y por ende en sus alcances? Aun aceptando que la ciencia pudiera tener una respuesta a los problemas del mundo actual, todo dependerá del buen uso que hagamos de sus descubrimientos. Por mucho que la voluntad emane de un cuerpo que evoluciona, no podemos controlar el comportamiento humano a partir de explicaciones meramente científicas.

Finalmente, una preocupación que me acompañó a lo largo de toda la lectura fue la frase final del libro: “el problema es evolutivo, y la solución también”. Los autores defienden que a partir de la comprensión de las dinámicas evolutivas que nos han llevado a esta vida moderna podemos engendrar nuevos rumbos por los cuales transitar y adaptarnos a los cambios que genera nuestro entorno actual. Quizá mi inquietud se deba a que no soy bióloga evolutiva, pero ¿qué pasa con la biología sintética y la terapia genética? ¿No estamos los humanos acaso posicionándonos por encima de esas dinámicas adaptativas que explican Bret y Heather y con ello haciendo imposible que la cuestión se resuelva desde la mera comprensión evolutiva de nuestro genoma? De tal modo que este problema, habiendo sido evolutivo, se torna de pronto en algo que no es posible resolver solo desde ese punto de vista, sino que parece depender plenamente de las reglas humanas arbitrarias que vayan surgiendo con el tiempo.

Regresemos al inicio con Cronenberg: si el problema de la hipernovedad tiene una explicación puramente evolutiva y, por tanto, su solución es también evolutiva, ¿por qué no podríamos adaptarnos hasta el extremo de poder digerir el plástico? Ese escenario desafiaría por sí mismo la idea de corregir el rumbo. Si el ser humano logró que el genoma se adaptara a los cambios que arbitrariamente originó con sus “avances”, ¿por qué necesitaríamos cambiar? Creo que hay un componente difícil de rastrear en la historia de nuestro linaje y ese es la voluntad. Quizás es absurdo, pero permanezco escéptica ante la conclusión del libro. No sé si basta con la biología y con los “lentes correctores” que nos dan Heather y Bret. Estoy convencida de que el problema tiene que ver con un quiebre entre nuestro camino evolutivo y nuestra voluntad. El genoma que nos hizo lo que somos, paradójicamente nos ha dado las herramientas para editarlo y cambiar con ello las reglas del juego. Por esto, creo que necesitamos una guía multidisciplinaria que involucre a la ética, a la filosofía, a la psicología, a la política, a la ciencia, y a la biología evolutiva por supuesto. ~

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es filósofa,
editora y escritora. Estudió filosofía en la Universidad Panamericana.


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