Las ventanas que se cierran en México

A pesar de la propaganda oficial, es difícil pensar que la democracia liberal y la globalización económica serán meras memorias en un país ya tan integrado al mundo como México.
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En 1985 Alan Riding, un periodista británico y corresponsal del New York Times, publicó un libro sobre México cuyo título en inglés, pensado para el mercado norteamericano, fue Distant neighbors (“Vecinos distantes”). Su tesis era que México era profundamente diferente que la superpotencia del norte, separado “por el idioma, la religión, la raza, la filosofía y la historia”. Él vio en México “una tradición poderosa de autoritarismo político y omnipotencia divina que hasta el día de hoy resiste las incursiones del liberalismo occidental”. Pero también estaban surgiendo en México unas clases medias más individualistas y materialistas con una relación incómoda con las mayorías imbricadas con las tradiciones nacionales comunitarias. En esto él vio un desafío para el sistema político de partido único del Partido Revolucionario Institucional, forjado después de la Revolución mexicana.

Distant neighbors era un gran libro por la calidad de su reportaje, su perspicacia y su escritura. Pero la realidad pronto contradijo su tesis –o así parecía–. Tres años después de su publicación, Carlos Salinas de Gortari se convirtió en presidente con el proyecto de abrir el sistema mexicano a la globalización, plasmado en el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá. Luego su sucesor Ernesto Zedillo abrió el país a la democracia liberal, con reformas que daban independencia a la Suprema Corte y a la autoridad electoral, que permitió el triunfo de la oposición en la persona de Vicente Fox en 2000.

Parecía que ese país tan introvertido había cambiado en forma irrevocable. La economía crecía, sobre todo en los estados norteños, la clase media se expandía y la sociedad civil ganó poder frente al Estado. Pero había otro México que no se sentía beneficiado por esos cambios. Riding había visto el comienzo del proceso y tenía dudas sobre ello: “el control de las altas esferas de gobierno ha pasado de políticos experimentados que estaban en contacto con las bases de la sociedad a tecnócratas más familiarizados con el funcionamiento de la economía mundial que con las complejidades de México”. Esa carencia fue la oportunidad para Andrés Manuel López Obrador, un político experimentado que resultó entender las complejidades del país como pocos, y que llegó al poder ayudado por los esperpentos del gobierno visiblemente corrupto de Enrique Peña Nieto.

El proyecto de López Obrador, la “cuarta transformación” (4T) como lo bautizó con grandilocuencia, fue deshacer todo lo que hicieron Salinas, Zedillo y los gobiernos que los siguieron en este siglo, denostados como “neoliberales”, y volver al México del nacionalismo y el Estado omnipotente. Sin embargo, las instituciones de la democracia liberal resistieron. Pero ahora, frente a la supermayoría legislativa de Morena, el partido de AMLO, las reformas constitucionales del “Plan C” y el compromiso de Claudia Sheinbaum, la nueva presidenta, de implementarlas y así radicalizar la 4T, esas instituciones quedarán seriamente dañadas.

El propósito del Plan C es acabar con la separación de poderes y el pluralismo institucional. La elección popular de jueces y su sometimiento a un tribunal disciplinario ad hoc llevará a un poder judicial sometido al ejecutivo (y abierto a la penetración del crimen organizado). La abolición de las agencias regulatorias y la renacionalización parcial de las industrias energéticas dará al Estado control sobre la economía. Otra enmienda constitucional pendiente restaura el control de la Secretaría de Gobernación sobre la autoridad electoral.

Por lo tanto, hoy día la democracia liberal y la globalización parecen una ventana que solo se abrió en México para volver a cerrarse. La gran pregunta es si una mayoría de la sociedad mexicana sigue siendo resistente al liberalismo occidental. No es un tema menor que Donald Trump comparta esa resistencia.

En una visita en octubre, me surgieron algunas dudas sobre el futuro inmediato de México. Una se centra en la nueva presidenta. Ella se jacta de ser fiel discípula de su antecesor, quien sigue controlando en forma absoluta a Morena y por lo tanto al Congreso. En un encuentro con empresarios después de entrar a la presidencia, ella se presentó como “una técnica”, mostrando un PowerPoint, según uno de los asistentes. Pero ella ya no tiene un cargo técnico. Es la máxima autoridad política de la república. Cuesta creer que en un país tan grande y complejo la autoridad política pueda ser ejercida a control remoto por el presidente anterior. Las crisis –que cualquier gobierno enfrenta– van a encargarse de desnudar la debilidad de una presidenta con responsabilidad, pero sin poder.

Las crisis podrían empezar con la economía. Después de cinco años de contención fiscal AMLO derrochó en su último año, dejando un déficit fiscal que se acercó al 6% del PIB en 2024 y que Sheinbaum tendrá que cortar. El éxito político de AMLO se derivó de su conocimiento del México profundo, y también del incremento en los ingresos familiares de una mayoría de mexicanos en su sexenio a través de mejoras en los salarios y transferencias directas del Estado. Repetir la fórmula dependerá crucialmente de la inversión privada, la confianza y el crecimiento económico. Las señales no son positivas: el peso ha perdido el 15% de su valor entre la elección de junio y finales de noviembre.

La segunda fuente de crisis potencial es Trump. Es poco probable que desmonte el T-MEC (la nueva versión del TLC negociado en su primera presidencia) imponiendo aranceles, pues el costo para la economía estadounidense sería grande. Aun así, usará la amenaza de hacerlo para presionar a Sheinbaum y parar el flujo migratorio y de narcóticos. AMLO manejó eficazmente a Trump, cediendo en algunos temas. Para Sheinbaum, de una personalidad más rígida, será un reto más grande.

Fue un error de algunos de los gobernantes democráticos mexicanos desconocer las tradiciones, desigualdades y complejidades de su país. Pero también sería un error imaginar que la sociedad mexicana es la misma que en los setenta. A pesar de toda la propaganda oficial avasalladora y el derroche fiscal, casi el 40% del electorado votó en contra de la 4T. Es difícil pensar que la democracia liberal y la globalización económica serán meras memorias en un país ya tan integrado al mundo como México. ~

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Michael Reid es escritor y periodista. Su libro más reciente es “Spain: the trials and triumphs of a modern European country” (Yale University Press), que publicará en español Espasa en febrero de 2024.


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