NegaciĆ³n de la tragedia

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La noticia pasĆ³ inadvertida entre el cĆŗmulo de atrocidades que ocurrieron en la segunda semana de mayo: en Saltillo, el joven JosĆ© de JesĆŗs Alvarado, alias ā€œChuy Colombiasā€, se colgĆ³ de una regadera tras haber sido descubierto por su madre cuando violaba a su hermana de catorce aƱos. Era adicto a los solventes y en las semanas previas al suicidio habĆ­a caĆ­do en una depresiĆ³n aguda. La palomilla de Chuy, los ā€œChikos del Wepaā€, quiso despedirlo con su mĆŗsica favorita, la cumbia colombiana, y organizĆ³ un bailongo en pleno velorio, al parecer con la autorizaciĆ³n de la familia. La nota de Vanguardia no precisĆ³ si la hermana violada tambiĆ©n participĆ³ en el jolgorio. QuizĆ” nadie le pidiĆ³ su opiniĆ³n. El video en que los bullangueros dolientes brincan y se contorsionan alrededor del ataĆŗd tuvo mĆ”s de setecientas mil reproducciones en YouTube. A mĆ­ me helĆ³ la sangre, pero a muchos les cayĆ³ en gracia. La estĆ©tica de lo grotesco ha entrado de lleno en la cultura de masas y ahora cualquiera puede grabar con un celular imĆ”genes mĆ”s escabrosas que los ā€œcaprichosā€ de Goya.

 

Comparada con el asesinato del periodista Javier Valdez, la guerra de los huachicoleros con el ejĆ©rcito o las matanzas cotidianas en Guerrero y Tamaulipas, noticias que en esos dĆ­as ocuparon los titulares de los diarios, esta irreverencia frente a la muerte parece un pecado venial, pero hay que estar ciego para no ver en ella un sĆ­ntoma cancerĆ­geno. Hace treinta o cuarenta aƱos, nadie en MĆ©xico hubiera festejado el suicidio de un violador, tal vez porque no estĆ”bamos tan familiarizados con la tragedia. De hecho, a principios del siglo XXI, cuando el paĆ­s entraba jubiloso en la era democrĆ”tica, nadie podĆ­a imaginar que las complicidades entre el poder polĆ­tico y el crimen organizado, alentadas por una perversa distorsiĆ³n del federalismo, iban a ahogar en sangre nuestras esperanzas de cambio. Maleados por la miseria, crecidos en medio de balaceras y levantones, los jĆ³venes sin futuro parecen haber sufrido un proceso de aplanamiento emocional que probablemente sea irreversible. Seguramente los Chikos del Wepa no armaron ese reventĆ³n con fines aviesos pero, al banalizar el suicidio de Chuy y la violaciĆ³n de su hermana, se negaron a participar en un coro trĆ”gico. Nada de lamentaciones, el reventĆ³n debe continuar, un vato de menos no significa nada en la danza macabra que les tocĆ³ vivir. ParadĆ³jicamente, al reconocer su culpa y quitarse la vida, Chuy sĆ­ actuĆ³ como un personaje trĆ”gico, pero no logrĆ³ conmover a los corifeos de un inframundo bĆ”rbaro donde nadie estĆ” dispuesto a aceptar una mayor cuota de sufrimiento.

 

La euforia inducida con que los Chikos del Wepa buscaron sobreponerse al golpe moral de perder a un amigo quizĆ” no los haya librado de una resaca espantosa. Su pachanga, sin embargo, tiene un valor simbĆ³lico porque ocurre en el contexto de una tragedia colectiva igualmente negada, que las autoridades soslayan por conveniencia y los ciudadanos impotentes contemplamos desde lejos con la capacidad de asombro embotada por la rutina. Mientras los delincuentes de cuello blanco se reparten con los narcos los despojos del paĆ­s, los vacĆ­os de poder que el derrumbe del Estado va dejando por doquier generan pequeƱas tiranĆ­as municipales o estatales, en donde las guerras de pobres contra pobres arrojan a diario un cifra negra que las dependencias encargadas de combatir el crimen intentan en vano minimizar, como si el infierno se pudiera tapar con un dedo. Las Ć©lites polĆ­ticas ya no gobiernan una buena parte del paĆ­s y sin embargo se siguen disputando a dentelladas el botĆ­n del erario. Desde la cĆŗpula del poder, las tragedias que pueden salpicar de lodo al seƱor presidente no ameritan siquiera un homenaje luctuoso. El hallazgo del cementerio clandestino mĆ”s grande de AmĆ©rica Latina (253 cadĆ”veres), en el fraccionamiento jarocho Colinas de Santa Fe, dejĆ³ indiferente a PeƱa Nieto. Ni visitĆ³ el lugar ni se dio por enterado. AquĆ­ no pasa nada, seƱores, contemos tambiĆ©n lo bueno y preparemos las maletas para el exilio en Miami. Una tragedia reconocida puede generar una catarsis purificadora. Las tragedias negadas, en cambio, dejan un campo minado en el subsuelo de la conciencia y detonan mayores erupciones de rencor. La catĆ”strofe delictiva de la Ćŗltima dĆ©cada va para largo porque los guardianes del orden pĆŗblico han optado por bailar cumbias con los compas de Chuy. ~

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(ciudad de MĆ©xico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mĆ”s reciente, El vendedor de silencio.Ā 


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