Ilustración: Eva Vázquez

“No hay nada que sea singular a los humanos”

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Escucha a Fernanda Solórzano:

Carl Safina (Nueva York, 1955) es uno de los conservacionistas más prominentes de los últimos años y un estudioso sui géneris del comportamiento animal. La audacia de sus conclusiones y la empatía declarada hacia sus sujetos de estudio lo han hecho un renegado de la ortodoxia científica, a la que ha denunciado por su preocupación desmesurada por parecer imparcial.

Autor de libros reconocidos –Song for the blue ocean, Eye of the albatross, The view from Lazy Point. A natural year in an unnatural world, entre otros–, ha obtenido las becas MacArthur, Pew y Guggenheim y actualmente es presidente fundador del Blue Ocean Institute, hoy llamado The Safina Center. Uno de los rasgos más distintivos de su pensamiento es el rechazo a la condescendencia de instituciones e individuos que dan por sentadas la superioridad de la especie humana y su capacidad para resolver problemas creados por ella misma. “No estoy diciendo que valoro la vida de un pez o de un ave de la misma forma en que valoro la de un humano –escribe Safina en su libro más reciente, Beyond words. What animals think and feel (Henry Holt and Co., 2015)– pero su presencia en el mundo tiene tanta validez como la nuestra.” Su argumento termina con una de las frases más bellas del libro: “Quizá más validez […] Mientras estuvo bajo su cuidado, el mundo perduró.”

Su experiencia con animales comenzó desde antes de cumplir diez años, cuando criaba palomas mensajeras en el patio de su casa, en Brooklyn. En la adolescencia, su familia se mudó cerca de Long Island y empezó a pescar. Ese fue su primer contacto con el universo marino, al que le dedicaría el grueso de su obra. Su faceta de conservacionista, ha dicho, surgió de ver cómo desaparecían los paisajes de su infancia. A muchos, este atisbo a sus primeros años les parecerá, si acaso, pintoresco. Visto de otra manera, es la clave biográfica de un autor que no teme recordar los placeres de la caza, ni dicta cátedra con superioridad moral. Lo que Safina escribe podría llamarse “autobiografía científica”, y en su obra ha descrito cómo suele buscar razones utilitarias que justifiquen la protección del resto de las especies. Por ejemplo, descubrir de qué manera los animales se parecen a las hombres. El abandono de esta pretensión es el punto de partida de Beyond words: “un esfuerzo por ver quiénes son los animales, se parezcan a nosotros o no”. Los relatos de su convivencia con distintas especies en su hábitat natural, intercalados con disertaciones científicas y filosóficas sobre aquello que llamamos “conciencia”, dieron lugar al libro más desafiante y persuasivo de su autor.

Solemos confundir el trabajo de los investigadores de comportamiento animal, los ecologistas, los biólogos, los conservacionistas y los activistas. ¿En qué se distinguen y en qué se parecen sus objetivos?

Las personas que estudian cosas vivas son biólogos. Los ecologistas son biólogos que estudian las relaciones entre las cosas vivas y entre las cosas vivas y no vivas, como podrían ser las necesidades de agua y temperatura de un animal o de una planta. El comportamiento animal se estudia lo mismo dentro de laboratorios que en el hábitat de los animales salvajes. Algunos de los que estudian el comportamiento animal son psicólogos y otros son ecologistas. Los conservacionistas trabajan para preservar y recuperar la naturaleza. Por último, los activistas se concentran en el ámbito social y político de la conservación.

Yo, por ejemplo, soy un ecologista que estudia el comportamiento, pero también soy un conservacionista. A veces también soy un tanto activista.

El subtítulo de Beyond words, “Lo que piensan y sienten los animales”, casi suena a grito de batalla.

En realidad no. Necesitaba un subtítulo que aclarara de qué trataba el libro. Pero de cierta manera es verdad, no es un subtítulo que se pregunte: “¿Piensan o sienten los animales?” Quería que mi conclusión apareciera desde la portada: los animales piensan y sienten. Al menos muchos animales lo hacen buena parte del tiempo. Y, después de todo, los humanos somos animales. Los pensamientos y las emociones existen en los animales, no en las rocas y probablemente tampoco en los árboles.

En inglés se suele usar el pronombre it para referirse a los animales, pero usted plantea que se debe emplear “quien” para referirnos a ellos.

Además del ser humano, algunos animales tienen identidades que se definen por su relación con otros animales. Saben quiénes son, quiénes son sus amigos, sus rivales y en dónde están. Y los otros animales los reconocen como individuos. Nosotros estamos en esa categoría. También lo están las ballenas, los lobos, los elefantes, los simios, los loros, los cuervos y muchas otras especies. Cuando nos definen las relaciones somos un “quien”, no un “eso”. Un elefante es un quien; un mosquito es un eso.

Ha dicho que el mayor miedo de los investigadores del comportamiento animal es ser tachados de antropomorfistas. Sin embargo, el lenguaje humano solo ha creado palabras que describen rituales y comportamientos humanos. Esto parecería llevarnos a un callejón sin salida.

Es el mayor miedo de algunos investigadores, aunque no de todos. Las personas que estudian animales salvajes y muchas personas que tienen mascotas saben que estos sienten placer, dolor, miedo, comodidad, etcétera; saben que piensan en comida, en sus enemigos, en dónde ir para beber agua… No veo ningún callejón sin salida. Tampoco veo lógica en insistir que solo los humanos experimentan emociones básicas como el miedo, la furia, los celos o el bienestar.

Usted afirma que el antropomorfismo es el primer paso para descifrar los misterios de las mentes de los animales.

Un animal que parece tener miedo probablemente tiene miedo. Un perro que se ve feliz es un perro feliz. Muchas veces, partir de lo obvio te puede acercar a la verdad de manera rápida.

Las raíces del antropocentrismo son profundas. En su libro rastrea el origen de la discusión al momento en que Protágoras dijo que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Siglos después Descartes negó la capacidad de los animales de comprender y de sentir. ¿Habría que culpar a la filosofía por el desdén actual hacia los animales?

Podemos culpar a la filosofía un poco, pero nosotros debemos asumir la mayor parte de la culpa. Nos gusta creer que somos los mejores y eso se debe a que somos inseguros y bullies. Si reconocemos que otros animales pueden sufrir y sentir dolor se vuelve complicado abusar de ellos como se hace cuando se les trata como si fueran productos de fábrica, sin importar que vivan de manera miserable hasta que los matan.

Algunos filósofos han debatido sobre el término “especismo”, la discriminación de humanos contra otras especies.

Los humanos mismos somos una especie. Hacemos muy bien algunas cosas. Este es también nuestro mundo. Pero podría decirse lo mismo de otras especies. Somos la especie más extrema: la más creativa, la más destructiva, la más compasiva y la más cruel que ha existido hasta ahora. Somos la única especie capaz de crear problemas a nivel global, que posiblemente no podamos resolver. Casi todas las especies de plantas y animales salvajes alcanzaron en estos últimos años su cifra más baja de población por nuestra culpa.

¿Cuál es la afirmación más nociva y menos sustentada que han difundido los científicos del comportamiento animal?

La creencia de unas cuantas personas de que el resto de los animales no puede pensar o sentir nada.

A pesar de que hay evidencia de que los animales tienen la habilidad de comunicarse y expresarse, suele pensarse que el lenguaje humano es la prueba definitiva de su superioridad. La Gran División, por así decirlo.

El lenguaje humano marca una diferencia y es más complejo que lo que parece ser el lenguaje de otras especies. Sin embargo, buena parte de los animales comunican todo lo que necesitan comunicar, aunque nosotros no podamos entenderlos. Se ha llegado a la conclusión de que algunos delfines tienen la capacidad de transmitir pensamientos sofisticados. Nuestro lenguaje nos hace únicos, sí; lo que hacemos o no hacemos con él –lo que elegimos decir y a lo que le otorgamos valor– es lo que, en todo caso, nos haría superiores. La incapacidad de los seres humanos de tener un mundo pacífico se puede comparar con la incapacidad de los elefantes para hacer guerras: ¿esto nos hace superiores? Podemos aprender mucho de otras especies que saben convivir mejor que nosotros o que le hacen menos daño al planeta.

Hay algunos científicos que niegan la evidencia sobre las capacidades de los animales. Usted sugiere que muchos lo hacen por temor a ser desacreditados por la academia. ¿Acaso esta dinámica está moldeando nuestra relación con los animales? ¿Los estudios académicos que aparecen en publicaciones especializadas influyen en ámbitos más mundanos?

La ciencia es el invento más grandioso de la mente humana. Por desgracia, todos los científicos son humanos, y eso los hace estar sujetos a preocupaciones sobre su avance profesional. La ciencia no es perfecta y ciertos investigadores e instituciones están más preocupados por ellos mismos que por el rigor científico. Sin embargo, la ciencia es el mejor medio que tenemos para saber y aprender cómo funciona el mundo y quiénes son los animales. Algunos científicos progresan más rápido que otros. Igual que en cualquier profesión, no todos los científicos son iguales, no dejan de ser humanos. La mayoría de los hallazgos científicos se publican primero en revistas académicas, así que estas tienen impacto. Mis libros, por ejemplo, dependen en gran medida de la información que se publica en ellas.

En Beyond words demuestra que muchos de los rasgos que consideramos “exclusivos de los humanos” están presentes en los animales: inteligencia, emociones, conciencia de sí mismos, incluso creatividad y humor. ¿Existe alguna característica única de los humanos? ¿Y alguna única de los animales?

No hay nada que sea singular a los humanos. No lo es el uso de las herramientas ni el lenguaje ni la empatía ni el amor. Sin embargo, nosotros llevamos estas capacidades al extremo. Podemos crear las herramientas más maravillosas pero también las más destructivas, incluyendo armas con la capacidad de destruir la tierra. Utilizamos el lenguaje para expresarnos y para hacer daño; demostramos compasión y crueldad; sentimos amor pero también odio. El ser humano es todo eso.

¿Observa en los animales algo equivalente a lo que llamamos crueldad?

La crueldad es el deseo de causar dolor y sufrimiento. Por lo tanto, no, no veo eso en otros animales. Muchos otros animales pelean, a veces a muerte. Pero, aun en esas ocasiones, lo único que buscan es ganar, no deleitarse causando sufrimiento.

A consecuencia del uso y abuso que se hace de los animales, la idea de que tienen vidas interiores similares a las nuestras puede ser desconcertante, incluso aterradora. ¿De qué forma, como individuos comunes y corrientes, podríamos comenzar a revertir la tendencia?

A través de tres cosas: consideración, simpatía y compasión. Si somos considerados, podríamos hacer grandes mejoras personales en muchas decisiones. Hay muchas personas que les enseñan a los niños a no ser crueles con los animales o a tratar bien a sus mascotas. Es algo, aunque se podría hacer más.

¿Tiene usted alguna teoría sobre lo que parece ser una oposición general a considerar a los animales como iguales?

En principio, los humanos se resisten a considerar a otros humanos como iguales. Tenemos serias limitaciones mentales. Incluso yo pienso que no todos los humanos somos iguales: algunos son más listos, otros más bellos, algunos empiezan sus vidas siendo más ricos, otros adquieren más educación, unos son más amables que otros. Aún así, sabemos que no debemos intentar lastimar a otras personas, o robarles. En mi caso, por ejemplo, casi nunca compro carne. Algunas personas optan por el veganismo; se sienten saludables y son felices de esa manera. Para mí es más preocupante el tema de los animales salvajes. Los estamos expulsando del planeta y estamos creando una de las tasas de extinción más altas en la historia. En tan solo dos generaciones hemos destruido lo que tardó millones de años en formarse. Estamos haciendo del planeta un lugar más pobre. Y esto es una tragedia.

¿Cree que esto cambie en algún momento?

El problema principal es que somos demasiados seres humanos. Si vemos cuáles son los países en los que el crecimiento de la población se mantiene estable o está declinando, nos damos cuenta de que coinciden con aquellos en los que, durante las dos últimas generaciones, las mujeres han logrado ser ciudadanas con plenos derechos, con la posibilidad de obtener educación, préstamos, de tener negocios o de elegir cualquier carrera. Las mujeres que tienen el control sobre sus vidas eligen a menudo tener familias pequeñas y pueden cuidar mejor a sus hijos. De hecho, creo que la igualdad de derechos para las mujeres es lo único que podría llegar a salvar al mundo. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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