George Orwell ha hecho mucho daño. O, más que él, sus intérpretes más fundamentalistas. Es un autor imprescindible, y sus ensayos sobre los totalitarismos, el colonialismo británico, los crímenes del comunismo, o sus consejos de escritura y reflexiones sobre la lengua inglesa todavía son importantes décadas después de su muerte. Pero ha sido secuestrado por quienes lo reducen a “orwelliano”. Es un adjetivo que olvida su obra ensayística y lo identifica exclusivamente con su distopía 1984. Se ha convertido en un cliché e incluso en un arma ideológica. La derecha abusa de él para criticar los neologismos, la “neolengua” y la corrección política de la izquierda. La izquierda, por su parte, para criticar la sociedad de la vigilancia y los excesos de la tecnología.
Se usa indiscriminadamente y de manera exagerada: para algunos, un eufemismo cualquiera es un ejemplo de neolengua y la imposición de una nueva ortodoxia, para otros una cámara de vigilancia es una muestra de que nos vigila el Gran Hermano. Orwell es ya de dominio público, y eso significa que es lo que tú quieres que sea. Es un autor que se ha malinterpretado y simplificado, y que se ha usado como un oráculo a pesar de que sus predicciones más catastróficas no se cumplieron. Se le ha atribuido una clarividencia de manera retroactiva para justificar conspiraciones delirantes: para algunos de los más críticos con la corrección política, esta se ha convertido en una especie de totalitarismo posmoderno que demuestra, una vez más, que Orwell tenía razón.
La derecha siempre se ha apropiado de Orwell, y especialmente de 1984. Aunque es un libro inspirado por el estalinismo, es una crítica general a los totalitarismos. En 1949, el periódico Daily News publicó un editorial en el que afirmaba que 1984 era un ataque contra el laborismo británico. Orwell respondió: “Mi reciente novela no tiene la intención de atacar al socialismo ni al Partido Laborista británico (del que soy partidario), sino que pretende mostrar las perversiones de las que es capaz una economía centralizada, las cuales en parte ya se han hecho realidad bajo el comunismo y el fascismo… La acción del libro se sitúa en Gran Bretaña con el objetivo de subrayar que las razas de habla inglesa no son de forma innata mejores que cualquier otra raza, y que el totalitarismo, si no se le combate, podría triunfar en cualquier parte.”
A Orwell, como demuestra por ejemplo en su texto “La política y la lengua inglesa” o en 1984, le preocupaba el estado de la lengua, y especialmente los excesos retóricos y la creación de neologismos y eufemismos para ocultar la realidad. Creía que el lenguaje político estaba “diseñado para que las mentiras suenen a verdad y los asesinatos parezcan algo respetable; para dar aspecto de solidez a lo que es puro humo.” Su reivindicación de un lenguaje claro era moral y una denuncia de la neolengua de los totalitarismos. En Por qué es importante Orwell (Página Indómita), Christopher Hitchens escribe que Orwell sigue siendo contemporáneo por “su punto de vista sobre la importancia del lenguaje, que anticipó mucho de lo que ahora debatimos bajo la rúbrica de la cháchara psicológica, los discursos burocráticos y la ‘corrección política’”. Pero difícilmente Orwell se habría colocado junto a los que se autodenominan “políticamente incorrectos”, que usan al autor inglés como argumento de autoridad o incluso como etiqueta o meme, siempre junto a conceptos como “neolengua”, “pensamiento único” o “policía del pensamiento”.
Los autodenominados políticamente incorrectos han encontrado en Orwell una mina de citas para demostrar su superioridad. Muchas ni siquiera son suyas, pero se le atribuyen. Una de ellas es “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”(no está demostrado que lo dijera Orwell). Si uno hace una búsqueda en internet, verá que se usa para justificar absolutamente todo, y en muchas ocasiones barbaridades. Es una frase que normalmente significa: si no te gusta, es porque tengo razón. ¿Por qué la gente se ofende cuando digo estas “verdades como puños”? Precisamente porque son revolucionarias: esto que digo solo lo conozco yo, y quizá unos pocos más, y he de mostrarla al mundo. Otra gran frase convertida en cliché, esta sí de Orwell, es “ver lo que uno tiene delante de las narices precisa una lucha constante”. En este caso, una frase que Orwell usa para defender la humildad del observador que busca ser imparcial se acaba usando como una muestra de superioridad y condescendencia: todavía no has alcanzado la verdad, pero sigue esforzándote. Otra: “Una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto es propaganda.” (Tampoco está probado que sea de Orwell.) Es una frase que manipulan muchos periodistas: si te molesta, es periodismo. Es un blindaje fantástico, y responde a la misma actitud que las demás frases: las verdades duelen, lo que se reinterpreta como que para ser verdad, tiene necesariamente que doler. Decir la verdad es igual a decir algo ofensivo, y está justificado por su urgencia moral: siempre vivimos, de un modo u otro, tiempos de mentiras y decadencia. Son frases narcisistas, que sirven solo para la autoconfirmación.
Los populistas incorrectos han convertido la defensa de un lenguaje sencillo de Orwell, y su crítica al lenguaje burocratizado y acartonado de la política, en una defensa del lenguaje demagógico, populista, lleno de simplificaciones y frivolidades, en nombre de la “incorrección política”. El “hablar claro” de estos incorrectos no es una defensa de la claridad de lenguaje y pensamiento, sino una excusa para decir lo que “no se puede decir”, es decir, aquello que la sociedad ya no ve como aceptable. Orwell tenía posturas cuestionables sobre los judíos, las mujeres y los homosexuales. Muchas de ellas las compartía con la izquierda de la época. Pero siempre intentaba no dejarse llevar por las bajas pasiones y la irracionalidad. Como escribe Christopher Hitchens, Orwell “se tomaba continuamente la temperatura y, si el termómetro indicaba que esta era demasiado alta o demasiado baja, adoptaba medidas para corregirla”. ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).