Poetas en el basurero

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El infatigable Giacomo Casanova está preso en la cárcel de los Plomos, en Venecia, y piensa fugarse. Después de unos meses de reclusión en su celda, se le permite pasear cada día durante un rato por un cuarto vecino (que tenía el techo tan bajo, recuerda, que no podía estar en él totalmente erguido). En el cuarto hay un basurero al que han ido a dar papeles y objetos diversos de desecho. Casanova los ve con avidez, busca algo, cualquier cosa que pueda afilarse, para –como el conde de Montecristo y otros valientes– separar las piedras, cavar el foso y escapar.

Detengámonos en esa mirada del gran Giacomo. Si nosotros en la calle vemos ese tiradero, lo vemos diferente de como él lo ve. Él busca, nosotros no. ¿Y qué busca Casanova? No sabe bien, aunque si descubre el artefacto va a identificarlo instantáneamente. Busca algo para cavar, algo para escaparse.

Permítaseme decir que así es el poeta, así actúa frente a las palabras: donde nosotros vemos artefactos verbales útiles o inservibles al comercio diario, ruinosos o nuevos, él revuelve buscando algo que usar para su propósito. Esa búsqueda hace que las palabras cobren enorme significación y valor para él, tanta como los objetos del tiradero para Casanova.

¿Y qué busca el poeta en el basurero? No nos apresuremos a decir que busca palabras. Su mirada se dirige al tiradero de palabras, y él, como Giacomo, va a identificar instantáneamente lo que necesita, pero lo que necesita antes que nada es una cierta organización, una manera expresiva de disponer la sucesión de palabras. El poeta no amontona palabras, sino que hace algo con ellas, las saca de su uso habitual y las congela, las coagula en un cierto orden. Casanova puede sacar de su uso habitual los artefactos del basurero porque tiene un proyecto de fuga; el poeta puede sacar de su uso habitual las palabras porque necesita hacer su extraña y monomaniática construcción. Quiero decir, todo poema tiene un alma, una estructura que no está hecha de palabras sino de ideas acerca de cómo disponer las palabras, cómo exprimirlas para que rindan sus beneficios. Todo poema implica una estética, sea la consabida y gastada, la vigente en una época, sea otra, sorprendente, extraña, llena de inventiva.

Pero el poeta, como Casanova, tampoco propiamente busca, sino mira el basurero y está, digamos, alerta para identificar. No sabe qué pueda aparecer, no puede adelantarlo. Sería absurdo pedirle a Giacomo que haga una lista de cosas o artefactos que pueda utilizar en su fuga. No, no sabe, pero si lo ve, lo identifica. Igual el poeta ante el basurero de palabras enlodadas, hundidas en el desprestigio del balbuceo de las ocasiones y negocios de la tribu.

Hagamos la referencia obligada: todo poeta, y Casanova en los Plomos, es como el místico Jakob Böhme, que vio en el reflejo de un viejo e inservible trasto de estaño tirado en un muladar toda la luz del sol.

Digamos por último que el poeta quiere también, como Giacomo, fugarse, escapar, pero de sí mismo, salir de los Plomos de la solitaria e inasible interioridad. Casanova encontró una piqueta y logró escapar de las mazmorras, y la poeta halló en la luminosidad de una palabra, la palabra “piramidal”, el inicio de algo y escribió:

Piramidal, funesta, de la tierra

nacida sombra, al cielo encaminaba

de vanos obeliscos punta altiva,

escalar pretendiendo las estrellas… ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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