¿Por qué tanta gente odia el complejo militar industrial de la desinformación?

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A mucha gente le irrita lo que se ha dado en llamar Big Disinfo (las empresas dedicadas a combatir la desinformación), una clase de expertos, responsables políticos e instituciones centrados en combatir la desinformación que alcanzó prominencia en las sociedades democráticas occidentales en torno a 2016. Hay múltiples razones para esa irritación, pero creo que una fuente importante de frustración tiene que ver con la diferencia entre (i) participar en la esfera pública y (ii) reclamar una posición objetiva fuera de ella.

Los investigadores suelen preocuparse por cómo definir la desinformación. No hay consenso ni coherencia, pero misinformation suele definirse como “información falsa o engañosa”, y disinformation como “información falsa o engañosa que se difunde con intención de engañar”.

Hay muchos problemas con estas definiciones, pero hay algo importante sobre ellas: aunque la gente corriente no utilice estos “términos” técnicos, la participación en la esfera pública requiere, por su propia naturaleza, la aplicación implícita de estos “conceptos”. La esfera pública implica argumentar –a menudo de forma poco razonable, sesgada, interesada, partidista, irracional, etc., pero argumentar al fin y al cabo– sobre lo que es cierto. Como señala Friedman, las acusaciones de difundir información errónea/desinformar son, por tanto, “inherentes a todo desacuerdo político de primer orden”. De nuevo, casi nadie utiliza estos términos. La gente critica las opiniones que considera erróneas, engañosas, hipócritas, tendenciosas, locas, mentiras, patrañas, etc., pero ese discurso supone inevitablemente clasificar el contenido como falso, engañoso o falaz.

En cierto sentido, Big Disinfo participa en el mismo proyecto, pero en un sentido más profundo, no. Sus defensores no se consideran a sí mismos participantes en la esfera pública. Más bien, a través del uso de términos esotéricos, la publicación de artículos científicos e informes técnicos, y su posición en las instituciones liberales de élite de la ciencia, la salud pública y los medios de comunicación, Big Disinfo reclama una posición neutral fuera de la esfera pública. Mientras que los ciudadanos de a pie debaten sobre lo que es verdadero y falso, Big Disinfo reclama un acceso privilegiado a la realidad y, por tanto, la capacidad de funcionar como árbitros objetivos de la verdad que “comprueban los hechos” en lugar de debatirlos.

Esta idea no es absurda. La experiencia es real. Las instituciones epistémicas de élite suelen ser bastante fiables, y sin duda hay mucha comunicación falsa, engañosa y equívoca en la esfera pública que tiene consecuencias perjudiciales. Al mismo tiempo, la actitud –a menudo implícita, a veces explícita– de superioridad epistémica sobre los ciudadanos de a pie es claramente explosiva. Exige un nivel de deferencia, y un reconocimiento de inferioridad epistémica, que va mucho más allá de lo que se espera que los ciudadanos de una democracia se muestren entre sí.

Por eso una definición de desinformación como algo en la línea de “información falsa o engañosa” es, a su vez, muy engañosa. Cuando los expertos y los responsables políticos utilizan el término desinformación, no se limitan a juzgar que algo es falso o engañoso. Lo hacen desde una posición superior de la que no disfrutan los ciudadanos de a pie.

En algunos contextos esto puede ser legítimo, pero ilustra por qué los expertos y los responsables políticos deben ser extremadamente cuidadosos y restrictivos a la hora de clasificar los contenidos como información errónea o desinformación. No basta con que consideren que un contenido es engañoso. Para que ese juicio adquiera legitimidad institucional y se gane la confianza y el apoyo del público, debe ajustarse a normas epistémicas mucho más estrictas que las que aplicamos al discurso político ordinario. Creo que la falta de reconocimiento de este aspecto explica gran parte del enfado de la opinión pública con Big Disinfo. No se trata solo –como creen los expertos y los responsables políticos de este espacio– de que la gente que difunde información errónea/desinformación se enfade porque se le llame la atención, aunque sin duda eso es parte del asunto. Lo que ocurre también es que la gente se enfada con Big Disinfo porque le exige unos niveles de neutralidad y objetividad extremadamente altos, y considera que Big Disinfo incumple sistemáticamente esos niveles.

En cierto modo, creo que es probable que este desafío para Big Disinfo empeore. La razón es que Big Disinfo se fundó sobre un mito y el pánico moral que lo acompaña: que ejemplos claros y evidentes de desinformación –noticias falsas, absurdas teorías de la conspiración, campañas rusas de desinformación, etc.– están en la raíz de muchos males sociales y procesos preocupantes en las democracias occidentales. De hecho, estos claros ejemplos de desinformación son relativamente infrecuentes y en gran medida sintomáticos de los problemas que supuestamente explican, como la desconfianza institucional, la antipatía generalizada hacia las élites y el establishment, y los altos niveles de polarización política y cultural en ciertos países. No eran ni son totalmente epifenómenos, pero el nivel de atención y pánico que han recibido es enormemente desproporcionado en relación con su impacto en el mundo real.

En respuesta a esto, Big Disinfo tiene incentivos obvios para ampliar el alcance de sus investigaciones, para centrarse no solo en ejemplos claros de desinformación, sino en las formas sutiles en que la comunicación puede ser engañosa incluso cuando no es demostrablemente falsa.

Por supuesto, la información engañosa de este tipo está muy extendida e influye mucho en las actitudes y comportamientos. Sin embargo, la mayoría de la gente piensa –con razón, en mi opinión– que juzgar lo que constituye comunicación engañosa en este sentido tan amplio es un asunto muy subjetivo, fácilmente influenciable por sesgos, intereses, prejuicios y valores de múltiples formas. No es tarea de Big Disinfo participar en este tipo de debates. Los debates deben tener lugar en la esfera pública. En la medida en que Big Disinfo reclame una posición superior fuera de ella, el resultado será un creciente enfado público. ~

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

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es profesor de filosofía en la Universidad de Sussex.


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