Si Joe Biden y Kamala Harris ganan la elección de noviembre, van a heredar un país terriblemente dañado por dos fracasos actuales: la respuesta a la pandemia de covid-19 y el colapso y radicalización de uno de los dos principales partidos políticos.
En un ensayo publicado en esta misma revista en 2012 advertí que el Partido Republicano, en lugar de reinventarse para hacer frente a los retos de la globalización y la era posterior a la Guerra Fría, estaba luchando contra estos cambios, convirtiéndose en una fuerza reaccionaria antimoderna en la vida estadounidense. Los resultados de la trayectoria ideológica republicana de Reagan a Trump han sido desastrosos para Estados Unidos. En el plano geopolítico, la influencia estadounidense en el mundo nunca antes había estado a niveles tan bajos. Los presidentes republicanos han marcado el inicio de tres recesiones consecutivas y dejaron a la nación más endeudada que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial. El coronavirus confundió al presidente actual y su rechazo a atenderlo a tiempo ha provocado un daño duradero a la economía estadounidense y a la salud de su gente. Una malevolente supremacía blanca ha revivido, lo que ha creado serias divisiones en una sociedad diversa, donde millones de migrantes se sienten rechazados en su nuevo hogar. Pero el fracaso más trascendental del Partido Republicano en esta era ha sido su concesión del descenso de Trump a un iliberalismo inspirado en Putin, lo cual pone en peligro el esfuerzo centenario de Estados Unidos por difundir la democracia en todo el mundo.
En caso de ser presidente, Biden tendría una oportunidad extraordinaria para hacer lo que él llama “reconstruir mejor”. Sería sabio para él ver este momento como el comienzo de una nueva era, un proyecto generacional para reiniciar Estados Unidos y el mundo después del trauma colectivo. Quizás el momento histórico con el que mejor se podría hacer una analogía serían los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando las nuevas instituciones se establecieron en torno a una nueva visión del mundo.
¿Qué es lo que “reconstruir mejor” significa en términos prácticos? En Estados Unidos significa superar la pandemia, reconstruir la economía, combatir el cambio climático y buscar un futuro con menores emisiones de dióxido de carbono, mejorar los servicios de salud, modernizar el sistema de migración, reformar el departamento de justicia criminal, adoptar leyes de uso inteligente de las armas, y renovar la democracia. En cada uno de estos esfuerzos, la adopción de estrategias que aborden las desigualdades raciales y económicas acumuladas será de suma importancia porque en un Estados Unidos tan diverso demográficamente el hacer e pluribus unum después de Trump puede ser el mayor desafío de Biden.
Esta agenda, por supuesto, es enorme y tomará muchos años, incluso varias administraciones, para que se cumpla. Es quizá mejor entendida como un proyecto para una nueva generación de política interna en los Estados Unidos, uno sin nombre todavía. Su implementación se convertirá en el trabajo de tres generaciones emergentes –generación X, millennials y generación Z–, que ahora representan la mayoría de la población estadounidense, y que tendrán que poner en práctica todo su nuevo pensamiento, ingenuidad y compromiso.
A nivel global Biden, Harris y los demócratas deben enfocarse en tres desafíos: combatir el coronavirus y ayudar en la reconstrucción futura, ganar la batalla en contra del cambio climático y renovar el orden liberal dando forma a un claro y determinante contraataque al creciente iliberalismo que vemos hoy en todo el mundo.
Para ser exitoso, al menos en dos de estos proyectos globales, Estados Unidos necesita enfocarse de manera intensa en el primero. Esta desalentadora amenaza global podría traer a la administración Biden una oportunidad única para demostrarle al mundo quién es Estados Unidos ahora, a través de compromisos y liderazgo. A pesar del trabajo que debe hacerse en casa, no podemos continuar con el enfoque aislacionista de Trump y debemos realizar un esfuerzo verdaderamente significativo para ayudar a dar forma al mundo después del coronavirus. El presidente Biden debería considerar crear un equipo de estadounidenses prominentes para liderar este esfuerzo –Pete Buttigieg, Susan Rice, Cory Booker, Michelle y Barack Obama, Bill Gates, Laurie Garrett, por ejemplo– y asegurarse de que Estados Unidos esté presente en cada reunión, en cada discusión y seguir adelante con dinero e ingenio estadounidense para asegurarnos de salir del otro lado mejor que antes. La vicepresidenta Harris también puede jugar un rol muy importante en este trabajo crítico, como su historia –de hija de migrantes a trabajar en la Casa Blanca–, es un recordatorio al mundo de que este es un tiempo de posibilidades extraordinarias.
El nuevo presidente también debe tener mucho cuidado en su nombramiento de embajadores y representantes de los Estados Unidos en asambleas internacionales, haciendo que los más importantes –Naciones Unidas, otan, Unión Europa, China, Japón, Brasil, México y Canadá– tengan el peso de un puesto dentro del gabinete interno y sean prominentes estadounidenses listos para representar a nuestro en el mundo nuevamente. Solo tenemos una oportunidad en este momento después de Trump, y debemos dejar muy claro que Estados Unidos se va a esforzar para volver a desempeñar el papel que ha hecho tanto bien, para tantos, durante tanto tiempo.
Pero hay una cosa más por hacer. En honor al trabajo de Franklin D. Roosevelt, los líderes estadounidenses deben denunciar enérgicamente la supremacía blanca en todas sus formas. Tenemos que dejar en claro que los valores plasmados en su “Discurso de las cuatro libertades” son universales, para todas las personas independientemente de su raza, religión o país de origen. La supremacía blanca no es solo un legado malicioso de nuestro sistema de creencias arraigado en el pasado racista y colonial, sino que es también antimoderno. La supremacía blanca de Trump debe tirarse al cesto de basura de la historia, donde pertenece.
Si Biden se corona victorioso este otoño, los demócratas tendrán una oportunidad histórica para “reconstruir mejor” Estados Unidos. Esperemos que encuentren la combinación perfecta entre entusiasmo y pragmatismo para hacer frente al momento. Lo que pase con el Partido Republicano es más difícil de precisar. Idealmente, un movimiento reformista podría tomar el control y ayudar a construir un partido de centro-derecha que repudie el iliberalismo de Trump. Pero ese no es un escenario factible, en mi opinión, lo que significa que Estados Unidos y el mundo tendrán que lidiar con el legado del trumpismo durante varios años más. ~
Traducción del inglés de Karla Sánchez.
(Nueva York) es fundador de la Nueva Red Demócrata (New Democrat Network). Fue miembro del equipo de Bill Clinton durante su campaña a la presidencia.