En los dos años desde que irrumpió en el escenario mundial con su victoria en las primarias presidenciales en Argentina, Javier Milei, con su motosierra en ristre, ha logrado convertirse en una marca política mundial de la nueva derecha, en “el showman favorito de todas las performances de la internacional tradicionalista”, como señala Carlos Granés en El rugido de nuestro tiempo, su nuevo ensayo. Pero aun cuando sigue siendo celebrado internacionalmente, en las últimas semanas ha sufrido reveses domésticos que lo han debilitado y que ponen en riesgo su futuro.
Milei es, en parte, un producto de los tiempos que corren, pero su sorprendente éxito electoral se debió mucho más a las circunstancias particulares de su país y a los fracasos de su clase dirigente, sobre todo, del peronismo. Era la desesperación con la inflación, con el declive económico y la corrupción, lo que llevó a una mayoría de argentinos a apoyar a una figura de retórica tan extravagante contra la “casta” (término usado por múltiples populismos mundiales) y de ideas libertarias poco realistas (como cerrar el Banco Central).
Esa desesperación le dio licencia a Milei para tomar medidas drásticas: recortes en el gasto público con el cierre de 250 agencias estatales y el despido de cuarenta mil funcionarios que convirtieron un déficit fiscal primario (antes de pagos de interés) de 2.9% puntos del PIB en un superávit de 1.5% en poco más de un año, cuando la regla general es que en democracia resulta difícil rebajar más que un punto del PIB por año sin agotar la paciencia de los ciudadanos. La austeridad fiscal permitió al Banco Central dejar de imprimir dinero para financiar al gobierno. Esto eliminó la causa principal de la inflación, cuya tasa mensual cayó del 12.8% antes del gobierno de Milei a 1.5% en mayo de este año. En su turno, eso hizo que el presidente autodenominado libertario mantuviera una aprobación encima del 50% a pesar de su dura medicina fiscal, que incluyó la congelación de pensiones y obra pública, así como reducciones en el financiamiento de las provincias y las universidades, entre otras cosas.
Pero ya muchos argentinos están desencantándose de la magia de Milei. Escribo estas líneas tres semanas antes de la elección legislativa de medio periodo del 26 de octubre en que se renovará la mitad de la Cámara de Diputados y la tercera parte del Senado. Hace dos años el partido de Milei, La Libertad Avanza (LLA), era poco organizado y conocido y ganó solo siete escaños en el Senado (de los 24 en disputa) y 28 de los 257 en la Cámara Baja. De todas maneras, LLA fortalecerá su representación con el voto, pero ya parece difícil que Milei logre la victoria electoral contundente que esperaba y que le abriría el camino hacia la reelección por un segundo periodo.
Detrás de este cambio en su fortuna hay varios errores. El primero es de política económica. Detrás de la larga decadencia de Argentina hay no solo incontinencia fiscal, sino también una escasez crónica de exportaciones y divisas. Ambas debilidades son consecuencia del proteccionismo y conflictos distribucionales endemoniados que han marcado al país desde, por lo menos, los años cuarenta del siglo pasado. Milei atacó frontalmente el déficit fiscal, pero se apoyó en un peso sobrevaluado para no poner en riesgo su victoria sobre la inflación. Eso no solo ha impedido que el Banco Central ganara más reservas internacionales, también ha ocasionado que, para sostener el peso, el presidente haya recurrido a una política monetaria restrictiva que ha enfriado la incipiente recuperación productiva.
El segundo error ha sido depender de un pequeño círculo íntimo, sobre todo su hermana Karina (a quien llama “el jefe”), que carecía de experiencia política previa, lo que lo ha llevado a despreciar a los políticos profesionales, un lujo que alguien con una posición legislativa tan precaria difícilmente puede permitirse. Se peleó con Mauricio Macri, el expresidente conservador entre 2015 y 2019, y hasta con su propia vicepresidenta, Victoria Villarruel. Los gobernadores provincianos se han hartado: usan su influencia para infligir algunas derrotas parlamentarias que están empezando a poner en cuestionamiento el superávit fiscal. Su arrogancia frente a la “casta” hace aún más dañina una denuncia de corrupción (no comprobada) contra Karina Milei que involucra supuestos sobornos en la compra de medicinas. Otro golpe ha venido con la renuncia a su candidatura de José Luis Espert, un economista libertario, debido a sus vínculos con un empresario sujeto a un pedido de extradición de Estados Unidos donde enfrenta cargos de narcotráfico. Espert encabezaba la lista de candidatos de lla en la provincia de Buenos Aires.
Las consecuencias de estos errores han incluido una corrida contra el peso, detenido solo brevemente por un ofrecimiento no muy concreto de ayuda financiera de parte del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, así como una caída en la aprobación de Milei al 37%, según una encuesta reciente.
Todo esto hace esencial un cambio de rumbo por parte de Milei que debe abarcar tanto la política económica, con una tasa de cambio flotante, pero sobre todo la forma en que ejerce el poder. Sus denuncias a la casta y su guerra cultural contra “los zurdos de mierda” cosechan rendimientos decrecientes. Su círculo íntimo no sirve para gobernar un país de 46 millones. Necesita un equipo que le permita construir alianzas más amplias.
Es importante para Argentina que el programa básico de Milei, de estabilización y apertura económica, tenga éxito. Para que esto suceda, él necesita mostrar otras habilidades y pasar de la denuncia y el desafío a la consolidación y el consenso. Debe guardar la motosierra y sacar en su lugar una pala. Hoy el problema de fondo en Argentina es el factor humano, la personalidad y prejuicios del mandatario. Eso no es fácil de cambiar. Pero si esto no se logra, una implosión de su presidencia no resultaría imposible. ~