No la libertad, el miedo

Los nuevos leviatanes. Reflexiones para después del liberalismo

John Gray

Traducción por Traducción de Albino Santos Mosquera

Sexto Piso,,

Madrid, , 2024, 208

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En 1989 cayó el Muro de Berlín. En 1990 en la Ciudad de México se celebró el Encuentro Vuelta, una reunión de intelectuales convocados por Octavio Paz para reflexionar sobre el futuro del mundo. En 1991 se desintegró la Unión Soviética. En 1992 Francis Fukuyama publicó El fin de la historia y el último hombre. La lucha ideológica había llegado a buen puerto, en adelante, no sin ciertos conflictos, la democracia liberal y la globalización constituirían el nuevo orden reinante.

El tren se descarriló. Algo pasó. En realidad pasaron muchas cosas. Surgió internet y la forma en que nos comunicamos y nos informamos. Emergió China como potencia mundial. La caída de las Torres Gemelas marcó el ingreso del Medio Oriente en la conciencia de Occidente de manera masiva y dramática. La crisis económica de 2008, la más severa desde el crac de 1929, desembocó en el populismo, tanto de izquierda como de derecha. La verdad alternativa, o lo que es lo mismo: la mentira normalizada, desplazó al periodismo tradicional. Una pandemia iniciada en China paralizó durante año y medio la economía y la movilidad mundial. Rusia, apelando a derechos de siete siglos atrás, invadió Ucrania ante el pasmo de los países europeos. El victimismo woke tomó por asalto la academia norteamericana y de ahí se extendió a la sociedad. Como reacción a los populismos de izquierda y el discurso woke, una nueva derecha agresiva y belicosa se ha encaramado a la escena mundial, con Donald Trump a la cabeza.

¿Qué pasó? Si el mundo en 1989 apuntaba a un futuro de democracia liberal, ¿en qué momento torcimos el camino?

Pasó que nos engañamos. Pasó que no supimos ver el tsunami que se nos venía encima. Confiamos en que el mundo seguiría el camino de un progreso ininterrumpido, que las libertades se abrirían paso en todas partes, por las buenas o por las malas (Irán y Afganistán como ejemplos fallidos). A pesar de que sabíamos que la Historia no tiene guion, que la Historia, como la evolución de las especies según Darwin, no sigue un camino ascendente sino que cambia “según la dirección en la que sopla el viento” (Darwin, Autobiografía), confiamos en nuestras certidumbres. Quisimos creer. Tuvimos fe en que la libertad era lo que movía al ser humano y que esta verdad era clara para todos. No entendimos entonces que nuestra fe en la libertad no era una verdad establecida sino una creencia. Nos dejamos embaucar por el mito del progreso sin fin. Ahora pagamos las consecuencias.

La Historia, lo sabemos, no sigue una trayectoria definida. Pero quisimos creer lo contrario. No era sino una fantasía “esperar que un modo de gobierno acabara desplazando a todos los demás”. El pesimista liberal John Gray (South Shields, County Durham, Reino Unido, 1948) nos lo mostró desde principios de los años noventa y hoy recuerda que nos lo dijo en Los nuevos leviatanes. El liberalismo basado en el cumplimiento del derecho, la tolerancia y el libre mercado “fue un experimento político que ha agotado su recorrido”. Durante todo el siglo XX pensamos que el mayor enemigo de las sociedades era el gobierno ilimitado, por lo que era aconsejable contenerlo con diques institucionales y contrapesos. Hoy los sistemas que se han impuesto en el mundo tienen una faz autoritaria. “El presunto orden liberal ha pasado a la Historia”, señala Gray. “Si alguna vez hubo un sistema así, hoy ya no existe.”

Uno de los presupuestos centrales del capitalismo liberal era que el crecimiento sería ilimitado. Poco a poco el bienestar nos alcanzaría a todos. “Ese mito –afirma Gray– ya no resulta sostenible.” El capital comenzó a concentrarse agudamente, la movilidad social se detuvo, millones de personas dejaron de ver en el futuro un horizonte vivible. Las crisis económicas y el calentamiento global aceleraron ese proceso. Apareció con fuerza el populismo, término ambiguo. Término, dice Gray, “que los liberales progresistas utilizan para referirse a la reacción adversa a la disrupción social generada por sus propias políticas”.

Comienzan a menudear los gobiernos autoritarios de izquierda y derecha. El movimiento woke sigue avanzando, cancelando y cortando cabezas. Pero los liberales seguimos abrazando nuestras creencias. Las sociedades liberales existieron “pero fue por casualidad y jamás hubo posibilidad real de que alguna vez se universalizaran”. Es preciso revisar los fundamentos de lo que pensamos. Sostiene Gray: “Los liberales del siglo XXI  están tan incapacitados para abjurar de su fe como estaban los comunistas de entreguerras.”

No deja espacio John Gray para el optimismo, pero tampoco para la desesperación. El suyo es un “pesimismo de la fortaleza”. Así lo expone en Los nuevos leviatanes este liberal crítico del liberalismo. La autocrítica sigue siendo un coto reservado a los liberales. Otras formas de pensamiento ideológico y religioso rechazan la crítica y más aún si viene de las propias filas. El liberalismo la tolera y la alienta. Y el libro de Gray es profundamente autocrítico. Se vale de la figura de Thomas Hobbes, al que considera el pensador liberal más destacado, por encima de Locke, Smith y Stuart Mill. Hobbes privilegia en su análisis no el amor por la libertad sino el miedo. No idealiza al ser humano, sabe bien de qué es capaz: entre otras cosas, de matar por ideas, matar por abstracciones. Hobbes prefigura un Estado fuerte que se encargue de mantener la paz entre sus miembros por la coerción. Gray privilegia a Hobbes porque este tiene claro que el ser humano es sobre todo un animal, cuyos instintos primarios están latentes, listos para brotar en cuanto el Estado se muestre débil.

Para Gray el mal momento que vive Occidente comenzó con la desintegración de la Unión Soviética. El mundo entero siguió con atención la caída de aquel imperio y sus esfuerzos desesperados por instalar en la nueva Rusia una sociedad democrática y de libre mercado. Ese intento fracasó. Emergió entonces el nuevo Estado ruso, caracterizado por la cleptocracia y el autoritarismo. Un Estado que utiliza la religión ortodoxa para legitimarse y encontrar sentido. Desde ese punto de apoyo justificó su invasión a Ucrania, que vino a demostrar la absoluta nulidad geopolítica de Europa, impotente y temerosa ante el embate ruso.

John Gray pasa revista a algunos puntos críticos de nuestro tiempo. El creciente poderío de China, cuyo modelo proviene no de ejemplos confucianos sino ingleses, específicamente del panóptico concebido por Bentham. Un estado de vigilancia permanente. Aborda también el peligro de los que llama hiperliberales, ideología de los millonarios dueños de las redes y sistemas tecnológicos que a través de los teléfonos celulares parecen controlar al mundo. Gray cuestiona su idea de que la ciencia podrá solucionar todos los males (el hambre, la enfermedad y hasta aplazar lo más posible o desaparecer la muerte). También advierte: la ciencia puede ponerse al servicio de la locura dominante. Igualmente crítico se muestra con el movimiento woke, hijo del cristianismo y el liberalismo que está minando los fundamentos del sistema liberal a través de su puritanismo activo e inquisitorial.

Gray privilegia, como valor liberal, la paz por encima de la libertad ilimitada, que a su juicio conduce al nihilismo y al caos. Una paz que nos mueva a buscar Estados que nos provean de seguridad. Privilegia sobre todo el instinto de preservación. Reconoce elementos esenciales del hombre que la doctrina liberal deja de lado, como el privilegio de la absurdidad. “Si seguimos adelante es porque no podemos hacer otra cosa”, remata Gray en este libro oscuro, pero fascinante. ~


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