La exploración del dolor y la pérdida han sido dos de los temas recurrentes en la filmografía de la cineasta japonesa Naomi Kawase, quien suele plasmar en situaciones cotidianas los traumas del pasado que aún persiguen a sus personajes –con un tinte bastante personal en sus primeras obras documentales– y busca canalizar ese sentimiento de una manera figurativa mientras explora la identidad cultural y familiar en la sociedad actual nipona. Como resultado, sus obras cuentan con una perspectiva autorreflexiva en la intimidad de lo doméstico. Debido a esto Kawase obtuvo el reconocimiento de la crítica y de la audiencia en todo el mundo, siendo la primera directora japonesa en formar parte del jurado del Festival de Cannes. En cada película suya el tiempo y la memoria se vuelven una experiencia sensorial enlazada con paisajes oníricos y una intrigante narrativa que distingue su visión cinematográfica.
En 2003 Kawase era ya una directora consagrada con varios cortometrajes, mediometrajes y su primer largometraje Suzaku (1997) –que debutó en la quincuagésima edición del Festival de Cannes ganando el premio Caméra d’Or– producidos de manera independiente. Ese mismo año regresó al Festival de Cannes para presentar Shara (en japonés Sharasôju) dentro de la Selección Oficial, misma cinta que fue nominada a la Palme d’Or. Shara, dirigida, escrita y protagonizada por ella, cumple dos décadas y es una de las películas esenciales en la filmografía de la realizadora.
Shara hace énfasis en la pérdida de un hijo y, al igual que en sus trabajos previos, Kawase construye y dramatiza lo sucedido dentro del ambiente familiar ahondando en la manera en que los miembros de la familia continúan sus vidas sin tener que seguir líneas de investigación policiacas ni externando muestras visibles de sufrimiento. En lugar de ello opta por adentrarse en el dolor inexpresado mientras cada miembro de la familia intenta seguir adelante. Todo esto es plasmado con una clara profundidad y sensibilidad dando como resultado una película que no ha perdido vigencia.
La escena inicial de Shara dura poco más de nueve minutos, pero a pesar de la brevedad define el tono acerca del duelo y la asimilación de la pérdida de una manera muy pausada, en donde el tiempo se siente tenso y delicado, provocando un cierto tipo de conmoción. Es un tranquilo día de verano en el antiguo pueblo de Nara durante la víspera del Festival de Jizo, los espectadores nos situamos en el hogar de la familia Aso. La cámara se muestra inquieta recorriendo una habitación hasta que se escuchan a la distancia un par de voces infantiles pertenecientes a Shun y Kei, dos hermanos gemelos que alegremente juegan en el patio. De repente, estos salen corriendo de la casa y se persiguen el uno al otro. La cámara sigue sus pasos recorriendo junto a ellos cada estrecha calle, jardín y callejón que pertenece a su vecindario. En un instante Shun pierde de vista a Kei en uno de los callejones. El niño se detiene creyendo que pudo haberse escondido así que mira a su alrededor intentando buscar a su hermano, pero no logra hallarlo por ningún lado, dando la impresión de que Kei se hubiera desvanecido. Cuando Shun regresa a su hogar, su familia está afuera esperándolos. Reiko, su madre (interpretada por Kawase), al observar que llegó solo le pregunta acerca del paradero de Kei. Durante un momento Shun permanece inmutado, sin poder responderle, hasta que afirma que se ha ido. “¿Qué quieres decir con que se ha ido?”, cuestiona Reiko a su hijo que no sabe qué responder. Conmocionados por la carga emocional de la noticia, el resto de la familia permanece en silencio tratando de asimilar lo que acaba de suceder. A pesar de que no hay reacciones inmediatas, la armonía familiar se ha roto y les ha invadido la tragedia.
La toma finalmente se corta como señal de que la historia ha dado un salto en el que han transcurrido cinco años. Shun es ahora un joven de diecisiete años que estudia en la preparatoria, es parte del club de arte de su escuela y vive sus primeras experiencias amorosas junto a Yu, su amiga de la infancia. A pesar de tener sentimientos recíprocos les resulta difícil expresarlos debido a las emociones ocultas que cada uno vive con sus familias, lo que incluye los orígenes familiares de Yu.
Por su parte, Reiko está nuevamente embarazada; Taku, el padre, ahora es uno de los organizadores del Festival de Jizo y sostiene reuniones en su casa con otros integrantes del comité para planear el evento. La vida sigue para los Aso que parecen no recordar a Kei ni dar muestra del dolor ante la pérdida. A pesar de la actitud de sus padres, para Shun la tragedia se vuelve palpable y para lidiar con su corazón atormentado elabora pinturas en tamaño real de su hermano. En su interior siente que es culpa suya haber perdido a su hermano gemelo; de hecho, sigue recorriendo con paso firme los mismos lugares que cinco años atrás atravesó con la esperanza de encontrarlo. La falta de respuestas no es más que un recordatorio físico del incidente y no importa qué tan remoto sea el pasado, lo ocurrido sigue estando en su presente.
Dentro del ambiente doméstico, Kawase logra crear una sutil atmósfera donde la cámara sirve para construir una conexión con la audiencia por medio de la lente. Esta perspectiva favorece que los espectadores seamos testigos del sentir de los personajes dentro y fuera del hogar familiar; cuando conversan y se mueven por las calles somos sus compañeros silenciosos. Este manejo de la intimidad es una marca personal de la directora japonesa.
Una mañana Taku recibe la visita de la policía para informarle que habían encontrado el cuerpo sin vida de su hijo desaparecido. En esta escena Kawase opta por no enfocar la cámara en la visita para centrarse en el rostro de Shun mientras escucha atento desde su recámara la conversación entre su padre y el jefe de policía. Al salir de ahí, el joven sufre un ataque de ansiedad ante la mirada desesperada de sus padres que intentan tranquilizarlo. La causa del fallecimiento de Kei nunca es revelada y el funeral se excluye de la historia, algo común en la filmografía de la realizadora japonesa, quien prefiere retratar el duelo examinando el sufrimiento que arrastra la familia.
Otro de los elementos a los que recurre Kawase es al uso de simbolismos y alegorías de la cultura japonesa. Por ejemplo, en una de las escenas más emblemáticas vemos a Yu participando en el Festival de Jizo bailando en la calle junto a sus compañeros de comparsa. Es un día soleado, pero conforme se desarrolla la coreografía la lluvia moja a los presentes. El agua es símbolo de purificación mientras que el baile y la música se encargan de revitalizar el cuerpo y el espíritu. El embarazo y parto de Reiko son el renacimiento haciendo contraste con el inicio de la película, como una forma de reafirmar la vida ante la muerte de Kei.
El hogar de los Aso se transforma en un lugar de escape para cada uno de los miembros haciendo uso del sentir familiar transformándolo en un solo tiempo y espacio. La naturaleza, los árboles, las plantas, el viento, el sol del estío y el cielo manifiestan la vida. El jardín de los Aso es un elemento esencial en la historia, ya que es el lugar donde Reiko se refugia –en varias escenas la vemos dedicándose a la jardinería– de manera que este le aporta un poco de paz y serenidad tanto a ella como al bebé que espera. Un año después del estreno de Shara, Kawase se convirtió en madre, experiencia que la cambiaría por completo: “empecé a proyectar ese sentimiento a mi alrededor, con mi familia y equipo”, menciona en una entrevista.
Tal ha sido el buen acogimiento de Shara desde su estreno que ha logrado incluso proyectarse en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Si bien de un par de años a la fecha es poca la notoriedad que se le ha dado, Shara encarna la mirada poética y vanguardista de Kawase para retratar las tradiciones culturales y familiares niponas ante la vida y la muerte con una belleza enigmática, reformulando el trauma y el dolor con el fin de que sean interpretados por su audiencia. A través de su narrativa visual, Kawase refleja la sociedad nipona a la que pertenece y a su vez abraza sus raíces e identidad como mujer japonesa contemporánea y como madre en la ficción en la que Reiko, su personaje, revalora la vida y da luz a otra. Volver a ver Shara es conectarnos con una cultura distinta a la nuestra y valorarla, para descubrir que el tiempo pasa ante la tragedia, pero la armonía permanece. ~
Mérida, 1987) es crítica
de cine y diseñadora editorial. Colabora
frecuentemente en girlsatfilms.com.