El 3 de febrero pasado se cumplieron dos años de la muerte de George Steiner. Desde entonces no he dejado de leer y consultar su obra y de estar atento a los ensayos y libros que se escriben sobre su figura de crítico y, más escasas, de creador de ficciones.
Considero a Steiner uno de los autores fundamentales de nuestro tiempo. No aportó en sus relatos y en su única novela personajes memorables. No se caracterizó por la construcción de un cuerpo de ideas originales sobre la literatura. Fue un escritor polémico por su apasionada defensa de la tradición y de los clásicos. Resumió su vida en Errata, entrañable libro de memorias. Cuatro pasiones colmaron su vida: el ajedrez (recomiendo ampliamente Campos de fuerza, su crónica sobre los encuentros que sostuvieron Bobby Fischer y Borís Spasski en Reikiavik a comienzos de los setenta), la música (Rafael Vargas reunió ejemplarmente en Necesidad de música sus artículos, reseñas y conferencias), la enseñanza (profesor de literatura comparada gran parte de su vida, reunió sus textos sobre la erótica de la pedagogía en Lecciones de los maestros) y, sobre todo, la literatura (pasión que él resumía en un verso de Paul Éluard: “el duro deseo de durar”).
De su vasta obra, cuatro de sus libros juzgo esenciales: su indispensable reflexión sobre el lenguaje y la traducción: Después de Babel (en magnífica versión de Adolfo Castañón y Aurelio Major); su extraordinario ejercicio de literatura comparada: Antígonas, en el que repasa todas las manifestaciones de esta tragedia de Sófocles –desde la antigüedad clásica hasta el surrealismo, incluyendo sus interpretaciones en teatro, filosofía y ballet– para legarnos una lúcida meditación sobre el individuo frente a la ley; su conmovedor y apabullante Tolstói o Dostoievski, en donde declara en sus primeras líneas que “la crítica literaria debería surgir de una deuda de amor”, frase que en su caso representa una auténtica profesión de fe; y En el castillo de Barba Azul, aproximación pesimista sobre el desolador estado de degradación de la cultura occidental.
Muy recomendables son, asimismo, las reuniones de sus reseñas (George Steiner en The New Yorker), de sus ensayos (Pasión intacta), de los libros que dejó en el tintero (Los libros que nunca he escrito) y de sus atormentadas reflexiones sobre el presente (Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento).
George Steiner es un autor imprescindible para conocer críticamente el estado de la cultura en el siglo XX. En México, Adolfo Castañón fue el primero en comentar su obra: ha escrito sobre él (Lectura y catarsis, de próxima reedición aumentada), lo ha traducido y, en correspondencia, Steiner lo convirtió en protagonista de una de sus ficciones (“A las cinco de la tarde”, en Letras Libres, diciembre de 2004). El segundo libro de un crítico mexicano sobre la obra y figura de Steiner acaba de publicarse en España: George Steiner: entrar en sentido. Cincuenta glosas y un epílogo, de Ronaldo González Valdés. Nacido en Culiacán, González Valdés es profesor e investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Volumen más de corte académico que propiamente ensayístico, Entrar en sentido realiza un pormenorizado examen de algunas de las líneas más frecuentadas por Steiner: la presencia de lo trascendente en las grandes obras literarias, la relación entre la creación y la crítica, la transmisión de la tradición, la reflexión crítica sobre lo que se ha dado en llamar poscultura y la compleja relación entre la sed de Absoluto y la verdad.
Para Steiner leer constituía una operación radical. Todo autor propone, pero el lector dispone, interpreta el texto según su bagaje cultural, que en el caso del autor de Después de Babel era inconmensurable. Interrogaba Steiner, en cada texto leído y descifrado, por su sentido. Toda gran obra, sostenía, lo es porque apunta más allá de su circunstancia, porque en ella podemos encontrar un sentido que la trasciende. Esa trascendencia convierte al creador en un sujeto que desafía a la divinidad. La misión del crítico es detectar en la obra analizada ese sentido trascendente, “transmitirlo y significarlo”. Con agudeza, González Valdés traza los vínculos entre la obra de ficción de Steiner (reunida en En lo profundo del mar) y su obra crítica.
A través de un conjunto bien estructurado de glosas (interpretaciones críticas), González Valdés se adentra en la obra compleja y densa de George Steiner. Para el autor de Tolstói o Dostoievski esa búsqueda de sentido era una forma de enfrentar un presente convulso en el que detectaba una poderosa inclinación hacia el nihilismo. Oponía el sentido a la tentación del abismo de la nada. Esta búsqueda no era, sin embargo, celebratoria. Sabía que el riesgo estaba siempre latente.
Siendo niño tuvo que abandonar París con su familia para instalarse en Estados Unidos. Se convirtió desde entonces en un exiliado perpetuo. Pudo transformar esa condición extraterritorial en una ventaja: se volvió políglota, experto tanto en la literatura clásica como en la moderna (ocupó durante muchos años el lugar de Edmund Wilson en The New Yorker como crítico de novedades), profesor en las más prestigiadas universidades del mundo: un hombre en busca de sentido. Encontró este en los libros. Hizo del texto, como buen autor judío, su patria. González Valdés con amoroso cuidado –propio de su pasión crítica– desanda para nosotros las rutas de su pensamiento. Ojalá este libro encuentre pronto un editor mexicano. ~