Ignacio PeyrĆ³
Comimos y bebimos
Barcelona, Libros del Asteroide, 2018, 264 pp.
En Comimos y bebimos, Ignacio PeyrĆ³ (Madrid, 1980) se declara hijo de la ucd y del primer Felipe GonzĆ”lez. Lo es, pues, de la EspaƱa de principios de los ochenta, que ya āhabĆa borrado la memoria del hambre para enfrentarnos a problemas propios de las sociedades de la abundanciaā, y donde el interĆ©s por la gastronomĆa era creciente. Los periĆ³dicos dedicaban mĆ”s espacio que nunca a la cocina: Xabier Domingo publicaba sus artĆculos en Cambio 16 y Diario 16, Luis BetĆ³nica en La Vanguardia y VĆctor de la Serna en El PaĆs; ademĆ”s, seguĆan escribiendo sobre gastronomĆa los ya clĆ”sicos NĆ©stor LujĆ”n o Ćlvaro Cunqueiro, y Manuel VĆ”zquez MontalbĆ”n lograba que incluso la izquierda aspirara a comer bien. TambiĆ©n entonces empezĆ³ a surgir un aficionado a la cocina que no encajaba en la categorĆa de gourmet, encarnada hasta ese momento por un hombre, no demasiado joven, de ingresos mĆ”s bien altos y cierta posiciĆ³n social; en esos aƱos, en el Reino Unido de los clubs y los restaurantes āantiguo rĆ©gimenā que aƱos despuĆ©s visitarĆ” PeyrĆ³, se popularizĆ³ la palabra foodie.
PasĆ³ aĆŗn bastante tiempo antes de que en EspaƱa hubiera foodies, y la figura del amante de la cocina continuĆ³ siendo el gastrĆ³nomo. Y un gastrĆ³nomo es PeyrĆ³ āperiodista, escritor, redactor de discursos para polĆticos y hoy director del Instituto Cervantes en Londresā, que se define como āun tradicionalista curioso o un conservador abiertoā.
Se muestra un tanto ajeno a las modas, pues recoge la tradiciĆ³n de la escritura gastronĆ³mica de los autores citados antes āademĆ”s de, entre otros, Juan Perucho, Josep Pla, Julio Camba o A. J. Lieblingā y la reivindica en este libro, en la medida en que encarna āuna estĆ©tica del gusto y una belleza de vivir que va mucho mĆ”s allĆ” de la crudeza del comerā.
AsĆ, Comimos y bebimos (y, se podrĆa aƱadir, fumamos, puesto que el tabaco tiene aquĆ su importancia) no se parece a los libros sobre cocina que se publican en la actualidad. Por supuesto, no contiene recetas, mucho menos dietas āāquizĆ” hoy cueste pensarlo, pero hubo un tiempo en que el sentido de la vida no era estar delgadoā, escribe PeyrĆ³ā y, aunque lo atraviesa una Ć”gil erudiciĆ³n que nos lleva de CrisĆ³stomo a Montaigne y de Apicio a M. K. Fisher o Foster Wallace, tampoco es un libro sobre su historia o literatura.
En realidad, los temas principales de Comimos y bebimos son el tiempo y la vida, las pasiones que la recorren y la belleza. TambiĆ©n la nostalgia, que es a veces irĆ³nica y provocativa, como cuando habla del desayuno: āĀ”Como va ser la comida mĆ”s importante del dĆa la Ćŗnica que no incluye vino!ā; o de los puros, que eran āuna de las formas de lo sublime y algo hemos perdido en el caminoā. En otras ocasiones cae en un cierto esteticismo, quizĆ” porque determinadas imĆ”genes, como las barras donde las rubias pestaƱean o las bebidas atribuidas a chicos y chicas, remiten a un mundo eminentemente masculino y antiguo que, mĆ”s allĆ” de la estĆ©tica, es difĆcil aƱorar. Su lenguaje, sin embargo, es elegante y no cae en los anacronismos tan habituales en los escritos sobre las cosas de comer. AquĆ, por suerte, los vinos no son caldos, la cocineras no son guisanderas y nadie llama a EspaƱa āpiel de toroā.
Es el tiempo el que estructura el libro. A lo largo de los meses de un aƱo, las naranjas de Reyes, los huevos de gaviota en la primavera inglesa, las gaseosas veraniegas del desarrollismo o la becada, que es āel rito del otoƱo como la llegada del vino nuevo [ā¦] un rito que mide el paso de los aƱosā, dan paso a las estaciones. Por ellas discurren las pasiones, como la del vino, que lleva al amor, la civilizaciĆ³n en forma de queso, la literatura y la memoria de lugares desaparecidos como el PrĆncipe de Viana o el Balmoral. Se rememoran la juventud y los primeros amores: el recuerdo del primer bar, con quince aƱos, que āsugerĆa secretos, peligros, adulterios, las insinuaciones de una vida adulta, con hombres con traje y mujeres que fumanā; los viajes a Toledo como āhito necesario en los usos amorosos del madrileƱo medioā, donde no se concibe āayuntamiento carnal sin haber pasado por una perdiz a la toledanaā; el descubrimiento de ParĆs a los veinte aƱos, mientras se agota una cava de vinos espaƱoles, y el regreso con una novia, aƱos despuĆ©s, a cenar a Lipp. Dice PeyrĆ³ en la introducciĆ³n del libro que ahora, cerca de los cuarenta, es el momento de enterrar esa parte de su educaciĆ³n sentimental.
En la vida, sin embargo, nos seguirĆ”n acompaƱando las digestiones, cuando a partir de la mediana edad aprendemos que āel primer mandamiento de la cocina es caer bien al estĆ³magoā, la amenaza de las dietas y el inevitable paso del tiempo. El tiempo que permite las diferencias de carĆ”cter entre el Burdeos y el BorgoƱa define la escala temporal del cognac, mĆ”s larga que la duraciĆ³n de una vida humana, y nos enseƱa, a travĆ©s del vino, que āpara las mejores cosas de la vida a veces hay que esperarā.
Y permanece el restaurante Cuenllas, que cierra el libro, en diciembre. El restaurante favorito evoca la felicidad y despierta la nostalgia, donde no hay modas y el comedor no cambia desde hace treinta aƱos. AllĆ se mantienen las costumbres, las cosas se llaman por su nombre y es ācomo un Dow Jones que nos indicarĆ” [ā¦] cuĆ”ndo es el momento de la alcachofa o el bonito del norteā. No es barato, pero sus orĆgenes como mantequerĆa le aportan la dignidad de la antigua burguesĆa comercial. Y, no menos importante, en materia de vinos todo es posible allĆ. Es el lugar donde uno se imagina que el gastrĆ³nomo PeyrĆ³ pasarĆa el resto de la vida. ~
es arquitecta y escritora. Ha colaborado en Tapas y El EspaƱol.