Una remota guerra de los sexos

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Los ingleses que viajaron a la “India Inglesa” en el siglo XIX y se sumergieron en el océano lingüístico y mitográfico son sorprendentes. Además de sabios imprecisos pero serios, como “Arthur Avalon”, hay autores flacos en filología y tembleques en erudición pero de ojo afilado y aguzado oído, como el geógrafo Francis Wilford o el soldado Edward Moor, nutritivo autor de The Hindu pantheon, legible en la internet.

Una zona que suele ser divertida en sus libros es el combate entre su pudor y sus impulsos narrativos. ¿Cómo recorrer un mundo cuyas religiones, rituales y templos y artes, se hallan a tal grado impregnados de sexualidad, sin ofender la estricta etiqueta victoriana? Con metáforas inconspicuas y discretas alusiones, usando a la mitología griega y abrahámica como atenuantes y, desde luego, vistiendo al impúdico sánscrito con ropajes latinos: el lingam se pone una toga de membrum virile mientras que la vulva yoni se nubla como pudendum muliebre.

Leí una historia interesante que emparienta con los usos militares de la sexualidad femenina, similar a los de la Lisístrata del siempre joven Aristófanes. Según un libro titulado Servarasa (inencontrable) la tribu de los yavana defendía la preeminencia de la yoni sobre el lingam en materia de belleza y procreación, y de la mujer sobre el hombre en consecuencia.

El conflicto es teogónico: Narayana (“el que flota sobre las aguas”, como el Espíritu de Dios en el Génesis, anota Moor) es el primer hombre, el poder masculino que alumbra la oscuridad inicial. Pero Narayana sí se percata de que las “aguas” son el principio femenino, que se llama Iswara (¿una Eva de water?). Narayana con su lingam, el “principio vivificador”, e Iswara con su yoni, “el poder de la naturaleza”, se miran y se gustan: el poder de Brahma los pone inmediatamente en ídem y acontece coyunda cósmica.

Eones más tarde, a la sombra de aquellos genitores, se inicia una disputa entre la Gran Diosa Shakti y el Gran Dios Mahadeva (por medio de sus avatares, Parvati y Vishnu). La discusión es sobre cuál órgano genital tiene más relieve para la creación de vida. Como no logran acuerdo, optan por crear cada cual sus humanos. Los de Vishnu se llaman lingajos: son bobos de intelecto, de cuerpo débil, miembros chuecos y colores varios. Los de Parvati son los yonijas, monocromos y de formas elegantes y armoniosas.

Los grupos se hacen la guerra y no el amor hasta que ganan los yonijas. Entonces el iracundo Vishnu decide destruir a su grey, pero Parvati se opone y, para calmar a Vishnu, le muestra su divino yoni, loto primordial y origen de los lotos. La argucia es similar a la de Baubo, la romana diosa vaginal, para alegrar a la triste Ceres. Vishnu sonrió con deleite, contrajo nuevas nupcias con Parvati y engendraron humanos mejores.

Otra leyenda: Mahadeva se paseaba en cueros por el bosque cuando pasó cerca de unas santas mujeres que hacían sus oraciones. Mahadeva se burló de ellas y les hizo gestos obscenos. Las mujeres lo maldijeron tanto que a Mahadeva se le cayó el membrum virile. Ahora emparentado con Osiris, Palias, Quetzalcóatl y otros dioses emasculados, recorrió el mundo llorando su infortunio seguido de Shakti, que ululaba de pena. Privado Dios de su parte privada, carente del “principio vivificador”, se detuvo el tiempo. Todo mundo se puso entonces a buscar el lingam hasta encontrarlo: había adquirido un tamaño descomunal y tenía vida y voluntad autónoma.

Luego de las abluciones del caso, lo tomaron prisionero, y lo cortaron en treinta y un pedazos mensuales que se convirtieron, cada uno, en un lingam. Dejaron veintiuno en la tierra, llevaron nueve al cielo y uno al submundo. Uno de esos pedazos es el Himalaya; otro, según Moor y otros estudiosos, fue tallado en forma de cubo y trasladado a La Meca… ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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