Videodrome: imágenes del futuro pasado

La cinta que hace cuatro décadas dirigió David Cronenberg pone de manifiesto la esencia de la comunicación digital a través de las pantallas.
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En la era del streaming, la virtualidad y las aplicaciones, la televisión ha dejado de ser el dispositivo favorito. Prácticamente, cualquier información o producto cultural (música, cine, literatura) se encuentra en las redes sociales y las nuevas generaciones tienen a su disposición una gran variedad de plataformas para entretenerse. Pero ¿qué sucede cuando una película de hace cuatro décadas pone de manifiesto la esencia de la comunicación digital a través de las pantallas, tal y como lo muestra Videodrome de David Cronenberg?

El contexto que dio origen a Videodrome permite ver cómo, a principios de los ochenta, la televisión había terminado de absorber a otros medios. Así nacía la intermedialidad. A través de la cultura del videotape, el cine llegó a millones de hogares. Filmes de bajo presupuesto o “serie B”, sobre todo los producidos en Estados Unidos, se volvieron accesibles en la televisión por medio del video. La distribución masiva gracias a las técnicas de diseño de cartel u otras herramientas publicitarias se intensificaron para incentivar audiencias que no se ajustaban a las convenciones tanto del cine comercial como del “cine de autor”. La proliferación de clubs de video, primero con la renta de cintas tipo Betamax y después mediante el formato VHS, exacerbó el interés del cine en video, no solo como un gran negocio, sino por su impacto sociocultural. Los mass media de esta época exploraron los vínculos y sentimientos más fieles entre la tecnología y la condición humana. Los centros de compra y renta de videos sacralizaron el narcisismo y la cultura pop. Estas dinámicas de interacción mejoraron con la invención del modelo blockbuster. Los debates políticos e intelectuales, espectáculos musicales o de otra naturaleza artística en vivo, además de espacios cercanos entre conductores y público, produjeron formas distintas de desear y acercarse a lo inalcanzable. Al recrear estas manifestaciones de un modo más íntimo, el video atrajo todo tipo de emociones, gracias a la posibilidad de repetir, regresar o adelantar un evento, cambió la forma de vivir la cotidianidad del espectador. La experiencia estética brindada por una película podía sentirse fuera de su zona habitual de proyección.

Esta situación contribuyó a la transformación de las salas de esparcimiento en casa. Los límites entre la señal de televisión y el cine se disiparon. Géneros tan disímiles en apariencia como el terror, la ciencia ficción, el drama, el softporn e incluso las action movies irrumpieron con mayor fuerza para fortalecer un imparable eclecticismo, producto de las exigencias del momento. A partir del desarrollo tecnológico se intentó eliminar la relativa independencia que hasta ese entonces existía entre ambos medios. La inclusión de contextos tecnificados en las historias de ciencia ficción y de horror vislumbraba los métodos de una sociedad del conocimiento en ascenso. El cuerpo se volvió el centro narrativo y el principal vehículo discursivo. Películas como The thing de John Carpenter, Robocop de Paul Verhoeven y Hellraiser de Clive Barker fueron vistas por legiones de televidentes.

Videodrome (1983) cuenta la historia de cómo emergen los fenómenos mediático-televisivos desde un punto de vista subjetivo, el de Max Renn (interpretado por James Woods), director de un canal que busca incrementar los niveles de audiencia mediante una programación donde rija la violencia. Todoinicia con un promocional que se transmite por un canal de uhf que difunde contenidos amarillistas: “Civic-TV, la que te llevas a la cama.” Enseguida aparece en la pantalla de TV la asistente de Max, como si mantuviera una conversación con él. Posteriormente, un técnico operador del canal le revelará a Max el acceso para ver el “Videodrome”, una grabación que muestra imágenes de tortura y asesinatos de mujeres. En uno de los momentos cruciales, Max sentado en un sofá se fundirá con el discurso videograbado de un teórico de la comunicación. Esto ocurre cuando se muestra al profesor O’Blivion hablando: “La batalla por la mente se llevará a cabo en video: el ‘Videodrome’. La pantalla de televisión es la retina del ojo de la mente, es parte de la estructura física del cerebro. Lo que aparezca surge como una experiencia real para quienes la miran. La televisión es la realidad y la realidad es menos que la televisión.” Lo que antes parecía una grabación por medio de un monólogo del teórico, terminará por presentarse como una interlocución: “Max… tu realidad ya es la mitad alucinación en video. Si no tienes cuidado, se convertirá todo en alucinación…” Max se sobresalta, como si despertara de un trance, sin quitar la mirada del televisor. En pleno estertor de muerte, el profesor le dice a Max: “Yo fui la primera víctima del Videodrome.” Debido a esta ambigüedad, el espectador no estará seguro de si el protagonista alucina o ha sido capaz de percibir otra realidad como resultado de fusionar la imagen con su cuerpo, llevándolo a un mundo de venganza, sexo y corrupción. Max cree reconocer sus alucinaciones. Barry, uno de los orquestadores de la empresa que supuestamente ha fabricado el “Videodrome”, le confiesa que han analizado sus visiones.

Más adelante en otra toma se observa a Max contra la pared tumbado con la fuerza de un aire sobrenatural. De su abdomen brotará una abertura con forma de labios vaginales en la que Barry le introduce un casete. Barry y el técnico operador desaparecen. Max se arrastra por la sala de edición mientras oye una voz que le sentencia: “Queremos el canal, Max. Mata a tus socios.” Tras ello, Max también inserta su mano en la abertura de la que saca una pistola. En esta escena vemos la fusión de Max entre su mano, su antebrazo y el arma. Nuevamente una voz lo amenazará para que aniquile a sus socios del canal. Así, el “Videodrome” controla la mente e invade el cuerpo de Max, que ahora forma parte de una imagen cibernética monstruosa, aleatoria, caótica. Esto luego de buscar su identidad en la repetición, en la acumulación de las grabaciones videográficas.

Max es una imagen que materializa la tortura y la violencia que le obsesionan y de las que ha formado parte: espejo de un cine de horror en el que Cronenberg utiliza lo fantástico como pretexto para llevar a cabo una férrea crítica al hombre moderno (The fly y eXistenZ son otros dos claros ejemplos). La pantalla del televisor forma parte del sistema nervioso central y las alucinaciones del protagonista son las nuevas imágenes ligadas al cuerpo. Videodrome apela a comprender la corporalidad como una estructura fragmentaria, pues lo monstruoso no es la carne en sí, sino su tecnificación. Reflejo de la hipermodernidad donde el cuerpo pierde su naturaleza o función, antes supeditada a lo cognitivo o lo psicológico.

Este filme retrata de manera alegórica la satanización de quienes detractan cualquier discurso que provenga de los medios de comunicación masiva, en particular, de la televisión o que dependan de los criterios fuera de la norma (violencia, sexo, control político). Lo que Videodrome da a entender es que la imagen es orgánica y el cuerpo una prótesis conectada a la subjetividad de Max, quien en el desenlace de la historia busca trascender hacia otra dimensión corporal, sentenciando su final: Long live to the new flesh (“Larga vida a la nueva carne”). La imagen-cuerpo de Max a través de la TV, ¿no es acaso una alegoría de la constante interactividad que estamos viviendo? Desde entonces Videodrome revelaba el simulacro al que se refería Baudrillard porque alude a las capacidades del individuo para construir su sentido de realidad, aunque fue McLuhan quien años atrás profetizara que la tecnología sería entendida como una extensión del cuerpo humano.

Videodrome es una prueba más de que la ciencia ficción y el horror son discursos que, como pocos, logran explicar hacia dónde vamos y qué hemos dejado de hacer, materializándose como un pretexto para acercarnos a lo más oscuro o brillante del ser humano (su influencia la podemos visualizar en series como Black mirror). Cronenberg creyó en esos instantes de la década de los ochenta que la televisión y los formatos de video provocaban una interconexión entre la imagen y el cuerpo sin precedentes, y muy probablemente, con ojos de prestidigitador, sentó las bases de lo que en la actualidad vivimos, sobre todo, mediante los teléfonos inteligentes. Hoy mismo esta debacle es parte de una hiperrealidad en la que todos somos Max. ~

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es ensayista, crítico de cine y
profesor en la Universidad Iberoamericana-
Puebla


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