En la antigua Atenas, Friné, una mujer bellísima que estaba a punto de ser condenada a muerte por impiedad (como Sócrates y tantos otros), se salvó (según la leyenda) mostrándose desnuda a los jueces. Quedaron estupefactos. No creyeron posible que tanta belleza pudiese ofender a los dioses. La absolvieron.
Esta vinculación entre lo bello y lo bueno prevalecía en el antiguo mundo griego (véase “Kalós kagathós” en la Wikipedia).
En el mundo moderno, surge una vinculación contraria: entre la belleza y el mal. Está implícita en el título de Las flores del mal de Baudelaire, y explícita en su “Himno a la belleza”:
“¿Vienes del hondo cielo o del abismo?, ¡oh belleza! Tu mirada infernal y divina funde lo bienhechor y el crimen” (Charles Baudelaire, Œuvres complètes, La Pléiade, 1975, Les fleurs du mal, “Hymne à la beauté”, pp. 24-25).
En esta vinculación hay algo retorcido: lo bello como pecaminoso, como peligro, como desliz que desvía del buen camino. Lleva a las posiciones de la literatura ascética, que desconfía de lo fácil, de lo que gusta, de lo bello; y llega al extremo de recomendar lo que disgusta.
Es monstruoso. Distorsiona el contacto con la realidad. Una cosa es educar la vista, el oído, el paladar, el tacto, para afinarlos; y otra, invalidarlos. Pero lo propuso un asceta moderno: “El poeta llega a ser vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos” (Arthur Rimbaud, Lettre du voyant, 15 V 1871, Wikisource).
La belleza femenina atrae, impone la contemplación, pero también despierta sentimientos de inseguridad y hasta de rechazo. Las bonitas pueden asumir todo eso como un poder o lamentarlo.
El psiquiatra Karl Stern (The flight from woman, 1965) estudia el miedo a la mujer en seis figuras influyentes en el pensamiento moderno: Descartes, Goethe, Schopenhauer, Kierkegaard, Tolstói y Sartre. Considera que el prestigio de la ciencia moderna ha devaluado lamentablemente otras formas de saber; y que esta jerarquización está montada sobre la polaridad de los géneros: los valores masculinos de lo racional y los femeninos de lo intuitivo, poético, sentimental.
Pero el miedo a la mujer tiene orígenes milenarios. Lo descubrió Johann Jakob Bachofen (1815-1887), un filólogo clásico que, atando cabos sueltos de las antigüedades grecorromanas, encontró que hubo un matriarcado antes del patriarcado. Fue sustituido gradualmente por cambios culturales o insurrecciones, como las hubo contra las Amazonas. En 1861 publicó Das Mutterrecht (El matriarcado, Akal, 1987).
El machismo parece un rencor arcaico contra la antigua dominación femenina. En los valientes que golpean a las mujeres o las asesinan, hay un pobre diablo resentido: ¡Tenemos que ponerlas en su lugar! La belleza es un peligro. Los hombres unidos jamás serán vencidos.
En sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, Kant presenta una larga lista de ejemplos contrastantes, como: “La noche es sublime, el día es bello.” Y dice que lo sublime puede ser “terrorífico” (edición bilingüe, trad. D. M. Granja C. y P. Storandt, FCE/UAM/UNAM, 2004, p. 5).
Además, su Crítica de la razón práctica dice en la “Conclusión”: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y veneración: […] el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí” (edición bilingüe, mismos traductores y editores, 2005, p. 162). En inglés, traducen Ehrfurcht por awe, que puede ser ‘veneración’, pero también ‘pavor’.
La belleza es una bendición, un asomo del más allá que está aquí. Eso es lo que impone, da miedo, suspende, transfigura.
Alguna vez, cuando Jesús oraba con tres discípulos, se transfiguró: su rostro resplandeció y sus vestidos se volvieron de una blancura fulgurante. Aparecieron en la gloria Moisés y Elías, conversando con él. Pedro, sobrecogido por la experiencia, le dice: “Es bueno estarnos aquí. Podríamos hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Biblia de Jerusalén, Lucas 9: 28-33). Como para quedarnos en el éxtasis.
En ese “Es bueno estarnos aquí”, hay algo profundamente contrario a la cultura del progreso, que tiene miedo del éxtasis, y exige, precisamente, lo contrario: No quedarnos aquí. No decir: ¿Qué más queremos? ¿A dónde más ir? Ya llegamos. ~