Optimizar

Lo óptimo es lo que no puede mejorarse, una cuestión más profunda de lo que parece a primera vista. Entre otros pensadores, Leibniz y Pareto reflexionaron sobre lo óptimo desde la filosofía y la economía. El estudio de las decisiones humanas, sin embargo, también nos ha enseñado que no siempre la mejor opción es la más satisfactoria.
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En el habla común, bueno se opone a malomejor a peor y óptimo a pésimo. De estos seis adjetivos, óptimo es el menos usado.

Hay aumentativos para bueno y malo (buenísimo y malísimo), no para los otros pares, que son aumentativos de por sí. No se dice mejorísimopeorísimooptimísimo ni pesimísimo.

El diccionario de la Real Academia Española (DRAE) dice que óptimo es un adjetivo que significa: “Sumamente bueno, que no puede ser mejor.” Y que tanto optimar como optimizar significan: “Buscar la mejor manera de realizar una actividad.”

Es de suponerse que, cuando llegó optimizing del inglés, se pensó en castellanizarlo como optimar, en vez de calcarlo como optimizar. Pero el calco se impuso en la práctica, como puede verse en el Corpus del Español del Siglo XXI de la Real Academia. La frecuencia absoluta de optimar es sesenta veces, la de optimizar 4,109, casi setenta veces más. Esto se refleja en que el DRAE de 1970 subordinaba optimizar a optimar, mientras que en 2014 hace lo contrario.

En la antigua Roma se llamó optimates a los personajes eminentes. Y existía el adagio “Corruptio optimi pessima”. La corrupción de los mejores es lo peor.

Un óptimo de Pareto es una distribución del ingreso social donde nadie puede mejorar a costa de los demás.

Leibniz llevó la cuestión de lo óptimo a un nivel cósmico. En 1710, en Ámsterdam, publicó en francés Ensayos de teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal. Supone que, antes de la Creación, Dios consideró varios universos posibles y optó por el óptimo (sección 168).

Cuando se trata de cantidades, no se habla de mejor o peor, sino de mayor o menor. Sin embargo, un criterio simplón puede suponer que una cantidad mayor de algo bueno es siempre mejor. Es obvio, por ejemplo, que un medicamento, bueno en la dosis correcta, puede hacer daño en dosis excesivas.

Las cosas se complican cuando, por ejemplo: aumentar la publicidad aumenta las ventas y las utilidades, pero hasta cierto punto; a partir del cual un aumento en publicidad puede costar más que el beneficio. El nivel óptimo se puede calcular.

Herbert A. Simon se especializó en el estudio de las decisiones racionales en condiciones de incertidumbre; cuyos precursores fueron el análisis de las apuestas de Pascal y la estrategia militar de Clausewitz. Recibió el Nobel de economía 1978.

Propuso que, dadas las limitaciones de maximizar y las complicaciones de optimizar, lo racional era optar por una opción satisfactoria, aunque no fuera la óptima. Como se hace, de hecho, en la práctica.

Quizá para hacer más respetable esa decisión, publicó un artículo aparatosamente matemático: “Rational choice and the structure of the environment”, Psychological Review, vol. 63, núm. 2, 1956, pp. 129-138.

The encyclopedia of philosophy de Paul Edwards incluye un largo artículo sobre “Pessimism and optimism” como temperamento personal y como visión de la historia, desde san Agustín hasta Schopenhauer y Unamuno, entre los pesimistas; más Descartes, Leibniz, Kant y otros entre los optimistas.

El primer cristianismo fue optimista, hasta que se produjo el integrismo con el emperador Constantino (313) y luego el derrumbe del Imperio romano (476). El optimismo renace en la Edad Media y se transforma en la idea del progreso con Joaquín de Fiore (1135-1202). ~


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