Las novelas de Luis Landero resultan siempre sorprendentes porque cada una de ellas parece responder a un reto diferente. El conjunto de las trece novelas que ha publicado por el momento aparece como un abanico de posibilidades exploradas, de apuestas de autor. Y, sin embargo, hay un sello común que va más allá del peculiar y personal estilo de este novelista. Ese sello es un género literario: el testamento, un género que ha dado obras magistrales, desde Dante (Convivio) a Rousseau (Las confesiones). Una historia ridícula es un testamento de amor, una variedad poética de este género que floreció en etapas premodernas. “Testamentos de amor son los que otorgan los enamorados en trance de muerte, causada por el mal de amores.” Esta definición –muy certera– aparece en un estudio publicado por Pilar García de Diego en Revista de dialectología y tradiciones populares en 1954. Testamentos literarios son El huerto de Emerson, La vida negociable, Retrato de un hombre inmaduro, Absolución y, por supuesto, Una historia ridícula. Incluso Lluvia fina tiene algo de este género, precisamente por su desenlace. Que tiene algo es una forma de decir que es la otra cara de este género. Y, antes, Juegos de la edad tardía, Entre líneas: el cuento o la vida o El mágico aprendiz tuvieron también su vertiente testamentaria. Esta vertiente permite ese juego filosófico y fabulístico que aparece siempre como fundamento de estas obras.
De todas las novelas mencionadas, el vínculo más claro, el antecedente de Una historia ridícula, es Retrato de un hombre inmaduro, aparecida en 2009. La fórmula de esta novela es la misma que la de Una historia…: el relato de un hombre ridículo –inmaduro– que agoniza y que ofrece las enseñanzas y calamidades que ha experimentado. Retrato… alude, de forma semivelada, a Las nieves del Kilimanjaro, de Hemingway, modelo de novela didáctica agónica. En Absolución, en 2012, volvemos a encontrar esa fórmula de novela agónica, ahora en tercera persona. El personaje, Lino, es un fugitivo –el Marcial de Una historia… es más grotesco–. Ambas novelas se presentan como casos, casos de crímenes accidentales. En las últimas líneas, Lino es absuelto –el señor Levin lo nombra su albacea sentimental– y recibe como premio el reencuentro con Paula, la mujer de sus sueños. La vida negociable es una variación de estas novelas. Como en la anterior, la dimensión testamentaria queda parcialmente oculta tras una imagen de novela psicológica o novela de pruebas. El drama familiar toma la forma de una novela en la que las dudas, las sospechas, los presagios, el tiempo de espera, los temores… son los motivos sobre los que camina la novela. Pero esa dinámica novelística está al servicio de una figura que domina toda la obra de Landero: el hombre inútil. El hombre inútil es un ideólogo grotesco. Esa figura va radicalizándose en las sucesivas entregas novelísticas. Inútiles creativos, como Faroni y los personajes de las primeras novelas, dan paso a inmaduros, fugitivos, fracasados y, finalmente, maníacos como Marcial Pérez Armel, el personaje de Una historia ridícula. Todos tienen algo de filósofos y unas dotes retóricas que rayan en lo artístico, y van subrayando su dimensión grotesca. El grotesco es una estética primordial que reúne dos dimensiones extrañas para nuestro tiempo, que las ve contradictorias: la crueldad y la risa. Así es Marcial. Se siente agredido, ofendido por su entorno. Y responde agrediendo. El lector comprende la dimensión ridícula de esos sentimientos y de esas reacciones. La tensión violenta es la fuente de la risa. Estos personajes masculinos e inútiles tienen su reverso en personajes femeninos que pueden ser salvadores, pero que también pueden resultar fatales. La inocente e ingenua Pepita de Una historia… juega ese papel fatal.
El testamento de amor es un género tradicional que alcanzó una codificación poética en estadios premodernos. La tarea de Landero consiste en novelizar este género revitalizándolo. Para ello debe encontrar una forma novelística flexible que le permita acoger la representación grotesca de los personajes. Esa forma novelística es la novela psicológica, llamada también novela barroca, porque florece en el siglo xvii, aunque tiene un largo recorrido que llega hasta la actualidad. Esta serie novelística se caracteriza por un tiempo cuyos nudos son la duda, la vacilación y la espera. Esto es el tiempo psicológico o tiempo interior. Así es el tiempo del relato de Marcial, y su discurso mitad oral y mitad escrito, con sus digresiones o disertaciones y el carácter de réplica anticipatoria a las observaciones del impertinente lector y del doctor que le examina. Históricamente este subgénero novelístico –el psicológico– se orienta a la confirmación de los valores que precisa una época para regenerarse. Responde a la búsqueda de un nuevo heroísmo. En el caso de la novela que nos ocupa esta búsqueda tiene una dimensión grotesca, un humorismo extremado, violento, ridículo y, al mismo tiempo, sublime. El colofón del testamento es el discurso “Asalto a la casa de la mujer amada” en el que se denuncia la hipocresía que domina la sociedad actual, la sociedad de los individuos, que precisa de la diversión para sobrevivir. Se trata de un discurso a la vez trágico e hilarante, es decir, grotesco. El personaje, Marcial, atesora cualidades altamente antisociales, pero también es capaz de expresar profundas verdades. Y la manifestación última de esas verdades conlleva el precio de la destrucción del personaje.
Para alcanzar la explosión final, la novela debe irritar hasta el extremo la imagen de los personajes. Todo es una mascarada. Marcial se retrata como un ser inadaptado, profundamente antisocial. Solo puede manifestar empatía por los bichos, la pequeña fauna que aparece en su relato “Mi pequeña fauna”, algo especialmente cómico en un personaje cuya profesión es la de matarife. Hasta su nombre tiene ese matiz grotesco, Marcial, que contrasta con las tendencias de la sociedad del consumo y del espectáculo. También la representación del amor idealizado –la locura de amor– es un elemento grotesco. La figura de Pepita –ingenua y bella– aporta el convencionalismo que permite ridiculizar la idealización, realzar su irrealidad. Y permite también establecer una distancia abismal entre la realidad y el deseo.
Con esta novela, Landero ha elevado el listón del grotesco –su estética esencial, que él llamaría kafkiana– de las novelas anteriores y de sus figuras: el hombre inmaduro, el fugitivo y perpetuo buscador (Lino), el fracasado y reinventado (Hugo Bayo) y sus féminas soñadas, desde la señorita Marilín de Faroni a la Pepita de esta “historia ridícula”. El resultado está a la altura de su ópera prima, la ya clásica Juegos de la edad tardía. Esta es la faz más ácida de su estética, la testamentaria. La compensa y equilibra una segunda dimensión: la idílico-familiar, que culmina en El balcón en invierno y El huerto de Emerson. En esta la mirada del niño contrasta con la mirada testamentaria. Son los dos polos del grotesco y Landero los domina. ~
Luis Beltrán Almería es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza. En 2021 publicó 'Estética de la novela' (Cátedra).