A Javier Sicilia, que solo conoce el amor.
Amparada en el anonimato, la intolerancia polรญtica estรก muy presente en los correos electrรณnicos, los blogs y las redes sociales, tan prodigiosas por lo demรกs. Estรก en la polรญtica editorial de algunas publicaciones, en no pocos articulistas y en los comentarios a las noticias en lรญnea. Ha estado siempre en el discurso de un sector de la derecha clerical y caracteriza tambiรฉn a una corriente radical de la izquierda. Estรก en los conciliรกbulos del Yunque y los marchistas de siempre. En tiempos recientes, la intolerancia ha descendido un escalรณn: se ha convertido en odio.
Me atrevo a sostener que el odio no ha sido el motor principal en nuestros conflictos histรณricos. La Independencia no estallรณ debido al odio sino al resentimiento criollo, que es distinto. Si bien la Reforma tuvo en el inicio un elemento de odio por parte de la Iglesia, mientras la sangre no llegรณ al rรญo, permaneciรณ acotado a ese รกmbito. Los liberales y los conservadores no se odiaban, pero un solo hecho de sangre (la matanza de Tacubaya, el 11 de abril de 1858) borrรณ de la escena a los moderados y marcรณ el ascenso de los jacobinos. A raรญz de esos hechos, los versos de Ignacio Ramรญrez destilarรญan odio e Ignacio Manuel Altamirano pedirรญa la ejecuciรณn de los curas.
Porfirio Dรญaz fue objeto de recelo, rechazo, coraje, molestia, hartazgo, todo lo que se quiera pero no particularmente de odio. Aunque Huerta concitรณ el odio de muchos por derramar la sangre de un justo, a las fuerzas revolucionarias que disputaron el poder tras su caรญda no las movรญa el odio, ni siquiera la intolerancia, sino razones de toda รญndole, algunas elevadas, otras deleznables. A veces, se iban "a la bola" porque sรญ, o -como Demetrio, el personaje de Los de abajo– por motivos que รฉl mismo ha olvidado.
No creo que el reinado del PRI se haya caracterizado por el odio. Fue siempre autoritario, pero no encuentro odio en รฉl ni en sus opositores de izquierda, cuyos agravios eran, al fin y al cabo, terrenales y seculares. Entre la derecha cristera y sinarquista y el rรฉgimen revolucionario sรญ se reeditรณ, por momentos, el odio teolรณgico del siglo XIX, como genialmente expresรณ Lรณpez Velarde: Catรณlicos de Pedro el Ermitaรฑo / y jacobinos de la รฉpoca terciaria. / (Y se odian los unos a los otros con buena fe).
"El odio no ha nacido en mรญ", declarรณ ominosamente Dรญaz Ordaz el 1 de septiembre, como seรฑal clara del odio paranoico que lo llevarรญa a cometer el crimen de Tlatelolco. Ese hecho de sangre dejรณ una estela de profunda indignaciรณn que llevรณ a muchos jรณvenes a la desesperaciรณn y al gobierno a la Guerra Sucia. Con todo, en las polรฉmicas ideolรณgicas de los ochenta y aรบn en el Neo zapatismo tampoco percibo odio. Los mexicanos -con todas nuestras diferencias- supimos enfrentar y sortear las sucesivas crisis sexenales con una tolerancia admirable y sin atisbos de odio.
Las cosas han cambiado mucho desde el aรฑo 2006. Hemos reincidido en los dos componentes histรณricos del odio: las querellas polรญtico-ideolรณgicas (descendientes directas de las teolรณgicas) y los rรญos de sangre que han corrido y siguen corriendo por cuenta del crimen organizado. En el primer caso, el odio proviene directamente de la impugnaciรณn (injustificada, en mi opiniรณn) que se hizo al resultado de aquellas elecciones. En el segundo, el odio proviene del rechazo a la actual polรญtica de seguridad. Ambos odios se dirigen contra el gobierno pero tambiรฉn contra el vasto espectro que no comulga estrictamente con esas dos posiciones.
El odio es una pasiรณn que daรฑa y degrada sobre todo a quien lo siente. El odio es ciego, insondable, irracional, insaciable. Algo que compromete al alma entera. El odio es una forma extrema de la dependencia: vive fijo en su objeto. Por eso no crea, incendia. Y por eso importa desterrarlo de nuestra atmรณsfera moral. ¿Cรณmo?
En el caso del odio polรญtico-ideolรณgico, la soluciรณn es extremadamente difรญcil, pero no imposible. Quienes lo ejercen (y padecen) tendrรญan que tender puentes de diรกlogo civilizado y respetuoso con quienes no piensan como ellos, con quienes no ven a Mรฉxico como un paรญs dividido entre "puros" y "traidores". No bastan las abstractas declaraciones de amor. Tendrรญan que ponerlo en prรกctica con una propuesta de reconciliaciรณn nacional que llegue a las redes, a los blogs, a los sitios de internet, a las pรกginas editoriales, a las mesas de redacciรณn y a las conciencias.
Desterrar el odio generado por la violencia criminal es aรบn mรกs difรญcil. Quienes impugnan la polรญtica de seguridad en su esencia (no solo, como es mi caso, en su oportunidad y estrategia) han transferido hacia el gobierno el repudio que deberรญa dirigirse hacia los narcotraficantes (que son los verdaderos verdugos de esta historia). Ante la frustraciรณn, la impotencia, la tristeza que todos sentimos frente al poder del crimen sin rostro, muchos han buscado un responsable con rostro, un rostro a quien odiar, y lo encuentran en el gobierno. Es comprensible, por cuanto el gobierno deberรญa ser el garante de la seguridad. Pero no es admisible diluir, relativizar u obviar la culpa originaria, la de los criminales.
Cegar en sus fuentes los rรญos de sangre llevarรก mucho tiempo y una estrategia mรบltiple, complejรญsima y global. Pero aรบn en esa tarea, el odio (incluso hacia los criminales) es estรฉril. Toda nuestra atenciรณn debe centrarse en concebir ideas constructivas, inteligentes, novedosas para que en este paรญs que alguna vez caracterizรณ la cortesรญa y la convivencia, el patriotismo y el amor (al terruรฑo, a la Virgen, a la familia, a la bandera), se vuelva a respetar la vida humana.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.