Como un sรญmbolo de los inagotables recursos morales de Mรฉxico, la mejor biblioteca literaria del siglo XX se abre al pรบblico en un edificio que fue el emblema de la violencia artera y sediciosa. Ya hace mรกs de un siglo, la presencia en este recinto de Josรฉ Vasconcelos tuvo la misma significaciรณn: aquรญ donde se tramรณ la “Decena Trรกgica”, aquรญ donde se asesinรณ a la democracia, el Estado fundรณ la “Biblioteca de Mรฉxico” y designรณ como director al hombre que, luego de la tormenta revolucionaria, habรญa desatado la que รฉl mismo llamรณ “la primera inundaciรณn de libros de nuestra historia”. Generaciones de jรณvenes han cruzado a partir de entonces sus arcadas y sus patios para recorrer los estantes, para recogerse en la lectura o, simplemente, para escuchar el silencio. Y ahora, cuando las balas han vuelto a resonar en Mรฉxico, la vieja Ciudadela refrenda esa vocaciรณn y se vuelve una biblioteca de bibliotecas.
Junto a sus valiosรญsimos repositorios, un nuevo acervo vivirรก entre estos muros. Es la biblioteca que por casi tres cuartos de siglo construyรณ Josรฉ Luis Martรญnez. Recordemos al hombre. Desde sus aรฑos tempranos en Guadalajara, cuando junto con Alรญ Chumacero copiaba libros que no podรญan adquirir, hasta sus dรญas postreros en que puntualmente acudรญa a las subastas de libros antiguos, su vida transcurriรณ ante, para, por, desde, hacia… los libros. De joven aprendiรณ el arte tipogrรกfico para poder, รฉl mismo, hacerlos. Mรกs tarde los procurรณ, los comprรณ, los apreciรณ y los leyรณ. Autor de una vasta obra de crรญtica e historia literaria, biรณgrafo e historiador, editor y animador de la cultura, su biblioteca fue una de sus obras magnas, quizรก la mayor, porque, a diferencia de todas las que se llegaron a formar en el siglo XX, la suya estaba verdaderamente construida, no como una curiosa o รกvida agregaciรณn sino como una arquitectura editorial.
No es la suya una biblioteca de incunables -aunque contiene obras รบnicas o raras. Es una biblioteca de conjuntos que fue integrando, con infinita paciencia, para servir, en el espรญritu de educaciรณn vasconceliano, al lector mexicano interesado en la literatura, la historia y la historia literaria. No por casualidad, una de sus primeras adquisiciones en Guadalajara fueron algunos de los “tomos verdes” que Vasconcelos publicรณ entre 1922 y 1924 en la Universidad y la Secretarรญa de Educaciรณn. Al referirse a esa multiplicaciรณn de los libros como panes, Josรฉ Luis decรญa: “yo pienso en esa obra como la primavera cultural; Vasconcelos editaba los clรกsicos por miles y dejaba que los robaran, que se los llevaran [… confiaba en] que la gente querรญa los libros y los sabrรญa aprovechar”. En esta biblioteca todas las estaciones serรกn primavera pero las autoridades serรกn menos generosas: cada libro llegarรก a tener un chip para prevenir -no le llamemos robo- el atesoramiento individual de los libros.
Cuidaba su biblioteca como un organismo vivo. Su paciente empeรฑo era enriquecerla y mantenerla al dรญa. En sus รบltimos aรฑos adquiriรณ L’esprit de l’Encyclopรฉdie, quince o diecisรฉis tomos que disfrutรณ como niรฑo con un juguete nuevo. Pero sus pesquisas no eran sรณlo lรบdicas: quiso librar a nuestra historia literaria de desequilibrios, distorsiones, omisiones e injusticias. ยฟQuiรฉn si no รฉl -como ha seรฑalado Gabriel Zaid- podรญa advertir el olvido de la novela cristera? Para subsanarlo, la adquiriรณ toda, la leyรณ y la incorporรณ a esa prolongaciรณn reflexiva de sus estantes que eran sus propios textos. รse y otros cuidados eran caracterรญsticos de Josรฉ Luis.
Recibรญa a los investigadores como un diligente bibliotecario. Hace muchos aรฑos le preguntรฉ si tenรญa la revista La Antorcha en su primera รฉpoca. “La tengo toda, te espero a las 5”. Acudรญ por primera vez a aquel templo, no hexagonal como la borgiana “Biblioteca de Babel”, pero igualmente infinito y laberรญntico: libros de piso a techo en la sala, el comedor, el mezanine, en las recรกmaras y antecรกmaras. Luego de mostrarme la silla original de Altamirano y el librero circular de Justo Sierra, me guiรณ hasta un cuarto en la planta baja, me sentรณ en el escritorio de Torres Bodet y puso ante mรญ La Antorcha. ยฟCuรกntos escritores e investigadores vivieron esa misma escena? Nada era accidental: los objetos de los padres fundadores, las fotografรญas de sus escritores admirados -Gutiรฉrrez Nรกjera, Ramรณn Lรณpez Velarde, Alfonso Reyes, Octavio Paz- y el orden perfecto de los libros. Estaba preservando ese legado ancestral para beneficio del lector de entonces pero sobre todo para el lector del porvenir. Su hazaรฑa es paralela a la de Josรฉ Fernando Ramรญrez y Joaquรญn Garcรญa Icazbalceta en el siglo XIX: preservar la memoria de Mรฉxico en los libros.
La curiosidad intelectual, la inteligencia crรญtica, la pasiรณn literaria, el amor a los libros en cada estaciรณn de la vida -el arrebatado amor de la juventud, el inspirado amor de la edad madura, el estoico amor de la vejez- no explican suficientemente su vocaciรณn. Para comprenderla hace falta otro atributo. Octavio Paz lo expresรณ en una carta a Tomรกs Segovia, en 1964: “Josรฉ Luis Martรญnez es […] la bondad misma”. Esa bondad que, por serlo, no buscaba su recompensa en vida, la ha encontrado mรกs allรก de la vida: salvada del destierro, la desmembraciรณn o el olvido, alojada en un hogar que recuerda al suyo, acompaรฑada muy pronto de otras bibliotecas fraternas con las que podrรก convivir y dialogar, como la de su gran amigo Alรญ Chumacero, la biblioteca de Josรฉ Luis Martรญnez se ha mudado a vivir en el espacio que soรฑรณ: una ciudad de los libros.
– Enrique Krauze
Discurso leรญdo en la apertura del Fondo Josรฉ Luis Martรญnez en la Biblioteca de Mรฉxico Josรฉ Vasconcelos.
(Imagen tomada de aquรญ)
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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.