Argentina, la moral y la promesa

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Jorge Lanata, La década robada. Datos y hechos en los años de la Argentina kirchnerista, Buenos Aires, Planeta, 2014, 580 pp.

Tal es la cantidad de hechos y datos proporcionados en el libro más reciente de Jorge Lanata, el famoso y polémico periodista argentino, que parece haber hecho de la crítica al oficialismo kirchnerista una cruzada en la que el lector parece no tener espacio para el disentimiento. “Tanta precisión, tanta reportería de primera mano no pueden sino hablar de la verdad”, podría decirse a sí mismo el lector para, acto seguido, concluir que en Argentina lo que hay son más funcionarios públicos impunes que buenos ciudadanos. Y no es que necesariamente Lanata –y con él el equipo que lo ayudó a conjuntar la estimable verdad periodística contenida en el libro–mienta; lo que ocurre es que, de cara a la enconada disputa por “la Verdad” que se vive en aquel país, un ejercicio que intente comprender el fondo con brumas de la animadversión es lo que mínimamente debería imponerse.

En el centro de la postura del conductor del divertido, y exitoso en rating, programa televisivo Periodismo Para Todos se encuentra la feroz denuncia de la corrupción que –según pruebas testimoniales y documentales a su alcance– carcome a la función pública desde la llegada al poder de ese “vivillo provinciano” que fue Néstor Kirchner. A la fullera administración kirchnerista, prolongada con los dos períodos presidenciales de Cristina Fernández, la sostiene, esgrime Lanata, “el Relato”, esa reinvención de la realidad que acaba por trastocar el presente, por torcer el pasado y por volver equívoco el futuro de la sociedad argentina. Solo por “el Relato” se entiende “la Grieta”, el cisma que priva en un país donde ser progresista es lo de hoy y donde ser contrario al progresismo podría equivaler a un anatema. Por “la Grieta” –sugiere el también conductor del programa radial Lanata sin filtro– el lenguaje irreconciliable de los enemigos parece convertirse en lenguaje corriente, La Historia se vuelve un mito que habrá de servir a los propósitos oficiales y el reconocimiento de la verdad del otro –del opositor, del disidente– sencillamente desaparece. Lanata (Mar del Plata, 1960) escribe: “Era inevitable que quienes se vieron a sí mismos como propietarios del copyright de la verdad transformaran el Relato en una cuestión de fe.”

Ahora bien, con todo y que hay que reconocer la tarea ímproba del autor de ADN. Mapa Genético de los Defectos Argentinos (2004) para acometer  estas casi seiscientas páginas repletas de diálogos presuntamente veraces, de cifras, de anécdotas, de enumeraciones que evitan la adjetivación airada para concentrarse en una pormenorizada sucesión de hechos; con todo y la valentía que entraña encarar a la cerril maquinaria de un gobierno que a últimas fechas ha comenzado a experimentar las indeseables consecuencias de su propia estrategia económica –el default por el cese de pagos a un conjunto de tenedores de bonos en julio pasado es sólo una expresión del impasse por el que atraviesa el modelo de crecimiento adoptado en el país, particularmente a partir de la llegada del kirchnerismo–, con todo ello, las posturas de Lanata no escapan (ni tendrían por qué escapar) al escrutinio. Visto por muchos compatriotas suyos como el hombre que se atreve a mostrarle el dedo medio al kirchnerismo (e invitar, así, a tantos más a hacer lo mismo), repudiado por quienes creen que su defensa del grupo Clarín, ante el inusitado embate oficialista que supuso la Ley de Medios de 2009, es una obsecuencia oportunista, el periodista que entre los argentinos concita odios y adhesiones desde el ejercicio de un poder mediático acumulado con los años es, en definitiva, un exponente conspicuo de esa verdad periodística que ya sienta sus reales en el nuevo siglo. Se trata de una verdad que, montada comúnmente sobre la noción del espacio informativo como show, termina apartándose inexorablemente de la verdad como apego irrestricto a los hechos para concentrarse en la verdad como espectáculo y como escándalo redituable.

No son pocas las acusaciones que se hacen a Lanata desde distintos sectores del espectro político argentino (aun desde los opositores). “Agente de la doble moral”, “sicario mediático”. Tales son, apenas, dos de los apelativos que se han usado para hablar de quien contrapone al festejo por una “década ganada” de la que ha presumido la presidenta Cristina Fernández la idea de una “década perdida”, signada por el retroceso, la corrupción ilimitada y el enfrentamiento entre distintos agentes políticos y sociales. Y no hay modo de que Lanata anule semejantes descalificaciones, sino es con ese periodismo serio e investigativo –capaz de responder a quienes lo señalan de falsear testimonios (el caso de lo que él dominó en su momento “La ruta del dinero K”), torcer evidencias (las pruebas del enriquecimiento ilícito y desmesurado de los Kirchner y de muchos miembros de su camarilla) y someter la verdad informativa a los intereses del poderoso grupo multimedios para el cual trabaja (la farragosa defensa de Clarín por todas las vías posibles)– y del que con frecuencia se presenta a sí mismo como férreo exponente.

Hay valentía y arrojo en la escritura de un libro como La década robada. Hay una búsqueda en él por entender lo que ocurre en Argentina y por explicar a todo el mundo el por qué lo que acontece en ese país no puede quedar sin ser testimoniado. En uno de los capítulos “filosóficos” del volumen, Lanata cita a Ortega y Gasset cuando este se refiere a la “promesa constante” que late en cada argentino. El alma del argentino se encuentra frecuentemente –sostiene el filósofo en estas páginas que el periodista dedica a intentar desentrañar el ser de sus coetáneos– en un futuro que aún no ha llegado. El argentino es siempre la promesa de sí mismo y es esa obsesión por una realidad futura aún incumplida lo que lo lleva a desligarse constantemente del presente. Lanata debe saber que Borges, ese argentino contradictorio y luminoso, indagó también en su momento en la esencia de la argentinidad. Lo hizo, hacia 1968, en estos términos:

Más grave que la falta de imaginación es la falta de sentido moral. Un americano, imbuido de tradición protestante, se preguntará en primer término si la acción que le proponen es justa; un argentino, si es lucrativa. Se da, también, una suerte de picardía desinteresada; ante un reglamento, nuestro hombre se pone a conjeturar de qué manera podría burlarlo. Nos cuesta concebir la realidad de las relaciones impersonales. El Estado es impersonal; por consiguiente no debemos tratarlo con exceso de escrúpulos; por consiguiente el contrabando y la coima son operaciones que merecen el respeto y, sin duda, la envidia.

Promesa realizada y moral asumida. Esos son los grandes frentes que en La década robada aparecen como ideales de un periodismo que cuestiona y denuncia. ¿Será, verdaderamente, imposible comenzar a cumplirlos?

 

 

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