Byung-Chul Han
El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse
Traducción de Paula Kuffer Barcelona, Herder, 2015, 168 pp.
Es curioso que Byung-Chul Han (Seúl, 1959) se haya vuelto popular escribiendo sobre una disciplina que en la actualidad goza de poco interés, la filosofía. Sin embargo, su fama no es fortuita y sus palabras encuentran un amplio público de lectores fuera de la academia, pero también dentro del cubículo universitario. Byung-Chul Han tuvo la astucia de escribir sobre un asunto que concierne al hombre de la época, supo descifrar el desgaste del siglo. Uno que según el filósofo se sintetiza en un “exceso de positividad”, en la obstinación de aspirar a la perfección laboral, emocional y corporal, sacrificando cualquier “negatividad” que se atraviese en el camino e impida llegar a la cúspide, no de la satisfacción, pero sí de un cierto grado de éxito.
Un ejemplo claro lo encontramos en el libro que lo catapultó a la fama, La sociedad del cansancio, en el cual describe al individuo replegado en el trabajo, confinado a la autoexplotación, que abandona cualquier interés ajeno en aras de conseguir el triunfo profesional. Este animal laborans reprimido y esclavo de sus ambiciones está confinado a ser un engranaje más de la maquinaria neoliberal. Así, la idea de coerción a un jefe desaparece y el sacrificio laboral se encuentra dirigido por la superación individual y la autorrealización.
En su ensayo El aroma del tiempo, Byung-Chul Han retoma esas primeras ideas. Se pregunta cómo este ser atareado y autoexplotado comprende y administra su tiempo. Para el pensador coreano, la crisis del siglo está arraigada en la disincronía, en la pérdida de un hilo conductor o, mejor dicho, de una comprensión lineal y progresista del tiempo, que tuviera la intención de ir hacia alguna meta, y que apostara, como antaño, a la asimilación de un pasado y un presente proyectados hacia un futuro alentador.
Desde las primeras páginas, Han anuncia el propósito de su opúsculo: encontrar las raíces de la disincronía, describir sus síntomas y polemizar con los posibles daños que esta acarrea al hombre contemporáneo. Solo así, diagnosticando la patología posmoderna de un tiempo que se desperdiga sin ningún propósito, de una fantasía que no logra construir nada duradero –sean relaciones afectivas estables, una carrera profesional célebre, o cualquier plan que no se derrumbe con el vendaval de una nueva ilusión efímera–, se podrá también sugerir un paliativo. Una cura que solo se suministra en la solitaria morada interior, a partir de una reconciliación con la vita contemplativa.
El aroma del tiempo hila –a partir de una escritura densa, que no apunta a un orden lineal– un diálogo constante con Nietzsche y Heidegger. Byung-Chul Han recuerda la lección del Zaratustra de Nietzsche: “quien tiene una meta y un heredero quiere la muerte en el momento justo para la meta y para el heredero”. El individuo actual, concentrado en sobrevivir, no parece acumular una experiencia profunda. Transita errabundo por el momento que acaece. No consigue meta y heredero. Aunque sea viejo, muere prematuramente.
El filósofo recuerda que Heidegger también muestra, desde su propio camino, a morir a tiempo. La sugerencia es descubrir lo más originario de nuestro ser, que no es otra cosa que tener en cuenta la constante amenaza de que feneceremos, para así adueñarnos de nosotros mismos y no despilfarrar eso que solo acaece existiendo: el tiempo.
Byung-Chul Han retoma el concepto de instante heideggeriano y nietzscheano. Quien se adueña de su tiempo se adueña del instante y, en el mismo respiro, del devenir. La concepción auténtica del tiempo radica en la resolución que se lanza hacia lo que se quiere llegar a ser, sin olvidarse de lo que se ha venido siendo.
La sugerencia de Byung-Chul Han es doble. En primer lugar, es necesario volverse un espíritu creativo, que permanezca abierto a lo que sigue, indefinido y altivo frente a cualquier fatídico porvenir, pero no por ello resignado e indiferente a trazar planes y cumplir metas. Pero también hay que evitar degradarse a homo laborans, anteponiendo la vita activa a la vita contemplativa. Para el filósofo coreano, “la demora contemplativa concede tiempo, da amplitud al Ser, que es algo más que estar activo”.
Nietzsche pensaba que habría que devolver la dignidad a los segundos de vida. Como crítico de la modernidad, el autor del Zaratustra pugna contra la pérdida de serenidad y de reflexión que el hombre de su época comenzaba ya a sufrir, cuestiona la explotación humana y el automatismo de la vida. Un siglo más tarde, Byung-Chul Han nos sugiere reconquistar los momentos de calma, del ocio lanzado al pensamiento prolongado, al disfrute del instante, a la renuncia de volvernos meros animales de trabajo. Pero esto solo se conseguirá al integrar la dimensión meditativa a nuestras vidas.
Construir en granito nuestras moradas, así sean las moradas de una noche, recomendaba Gómez Dávila. Esto mismo significa devolverle el aroma al tiempo, comprometerse con el instante como si fuera el último que nos tocara vivir, con el momento fugaz que metafóricamente desearíamos desplazar al infinito. Y aquí recordamos una vez más a Nietzsche, el eterno retorno como un imperativo para la vida feliz: ¿quieres esto otra vez, infinitas veces? De la respuesta dependerá el valor y el sentido que se conceda a la vida. ~
Es ensayista y estudia el doctorado en filosofía en la UNAM.