El hijo del Che Guevara, Camilo, en conversaciรณn con William Westbrook. Abajo: Giselle Bacallao y Rachel Valdez en el Malecรณn.

El arte de revolucionar

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A estas alturas, para nadie es ya noticia que en la cruda realidad de las “sociedades sin clases”, la clase se distingue de la sociedad. Tras la caรญda del Muro de Berlรญn, por ejemplo, se encontraron en la mansiรณn del camarada Erich Honecker junto al lago Wandlitz a las afueras de Berlรญn, ademรกs de numerosos autos, un boliche y un cine privados, una colecciรณn de 4,864 pelรญculas importadas de Alemania Federal –en su mayorรญa, pornografรญa–, con un costo de 1.3 millones de marcos. Prebendas de la corrupciรณn.

Algo anรกlogo ocurre en –shhh…– Cuba.

En diciembre de 2009 viajรฉ a La Habana y me hospedรฉ como ilegal en la casa de una familia, en Vedado. Carecรญan de lo mรกs elemental: el refrigerador preservaba media papaya y la ducha habรญa sido sustituida hacรญa aรฑos por una olla con agua de la estufa y una taza: el autรฉntico  “baรฑo cubano”, me explicaron.

Por ahรญ, un local se anunciaba como panaderรญa, pero jamรกs encontrรฉ siquiera una miga. En la esquina, las altas ruinas del Hotel Capri –cuya “C” rota data de tiempos inmemoriales– sirven a lo mรกs como hito para el peatรณn. Al doblar la esquina, el panorama se transforma: los juegos del Salรณn Rojo, una agencia BMW y, al fondo, el majestuoso jardรญn del Hotel Nacional, que simboliza la sofisticada entrada a otra dimensiรณn: glamour,  cocteles, mujeres que se acercan a conversar, internet de banda ancha…

Visitรฉ a Wilfredo Prieto, uno de los artistas mรกs renombradosde la isla, y al fotรณgrafo Alejandro Gonzรกlez, nieto de Raรบl Castro. Mentirรญa si dijera que sus casas ostentan lujo, pero tampoco les falta lo necesario. La cava de Wilfredo estรก aprovisionada con las mejores etiquetas y Alejandro goza de conexiรณn rรกpida a internet (lo encontramos viendo un concierto de –si no me traiciona la memoria– R.E.M.). Con todo, el fotรณgrafo y sus amigos se quejaron de lo difรญcil que se habรญa tornado la situaciรณn porque, desde ese dรญa, las restricciones de viajes al extranjero habรญan empeorado para los artistas.

Alguien del corrillo me invitรณ a una fiesta. En lo alto del cรฉlebre Hotel Inglaterra vi departir a la clase: rostros afilados y cuerpos escultรณricos, vestidos de diseรฑador y alhajas, meseros, alcohol y comidas inimaginables para los transeรบntes cinco, seis pisos mรกs abajo. Esa realidad era por completo ajena a la de mis desdichados caseros, quienes con solo alojarme se jugaban el pellejo.

Por las mismas fechas llegรณ a una de esas cocktail parties el fotรณgrafo americano Michael Dweck; aunque su carrera fotogrรกfica es aรบn breve, sus proyectos The end: Montauk, N. Y.(2004) y Mermaids (2008) cobraron con rapidez sensual nombradรญa. Dweck se inmiscuyรณ en la clase y logrรณ uno de sus retratos mรกs perturbadores, justo por el ambiente despreocupado y tan alejado de la vida –real, nacional, cubana– que capturรณ. Publicรณ entonces el libro Habana Libre, que acompaรฑa una exposiciรณn itinerante homรณnima (las fotos estuvieron expuestas en San Francisco, y a partir de este mes darรกn la vuelta al mundo para exponerse en Toronto, Tokio, Nueva York, Sรฃo Paulo y –¡lacerante ironรญa!– tambiรฉn en la Fototeca de La Habana).

El libro muestra la vida de los cubanos privilegiados, despreocupadamente nocturna, en conciertos, en la calle y en salones. Y tambiรฉn sus distracciones diurnas, como un parque de diversiones, donaciรณn del gobierno chino, que la sagacidad de Dweck apoda “Coney Island”; tampoco faltan las pasarelas, ni los shows de moda, ni los artistas y sus pasatiempos. Particular interรฉs muestra el lente de Dweck por la sangre caribeรฑa de la mujer cubana, a la que retrata siempre sensual: en el mar y la cama, bailando o entregรกndose, en un auto o encendiendo un cigarrillo parapetada en unas inmensas gafas oscuras de importaciรณn.

En septiembre, Antonio Josรฉ Ponte errรณ al comentar Habana Libre (“En el รกrbol dinรกstico de la revoluciรณn”, El Paรญs): “En una imagen de promociรณn del libro, Alejandro Castro abraza a dos modelos negras.” Ponte leyรณ mal el pie de foto que acompaรฑaba una nota de The New York Times (“What would Che say?”), en la que se ve a Januaria y Jany, dos modelos, bailando con un diseรฑador de modas, segรบn me explicรณ Dweck (p. 229).

En su desatinado texto, Ponte insistรญa: “En otra [fotografรญa], Camilo Guevara pareciera estar sentado ante una mesa de juego.” Dweck piensa que nunca se le habรญa fotografiado para una publicaciรณn no cubana, pero una bรบsqueda en Google lo desmiente.

En la imagen aparece el hijo del Che muy concentrado, con la barbilla en la cuenca de la mano (p. 33). Pero, en realidad, atiende una entrevista, que el libro –junto con otras–  tambiรฉn recoge. Adopta un acentuado tono aleccionador, sin advertir lo aburrida que resulta su perorata; quizรก solo llegue a interesar la lรญnea รบltima: “En el corto plazo, estamos ciertos de cรณmo opera el paรญs; en el largo plazo, bueno, ahรญ habrรก cosas que discutir.”

¿Se discutirรก de verdad algo? ¿Se ha discutido cualquier cosa las รบltimas cinco dรฉcadas y pico? Gracias a Dweck, la clase (creativa) cubana –la รบnica con nociones, restringidas, de libertad: artistas, fotรณgrafos, cineastas, modelos, actrices, mรบsicos, bailarinas– se revela epidรฉrmica y superficial, vacรญa, falta de ideas y de autocrรญtica, atenta solo a la diversiรณn a pesar de su hermoso santo y seรฑa: “Por un mundo mejor”.

Dweck gusta delformato blanco y negro y de tenues desenfoques. Las fotos a color –en particular el dรญptico de la regadera del Club Habana  (pp. 135-136)– tienen, ademรกs, el toque cรกlido al que las รบltimas campaรฑas publicitarias de Michael Kors, brillantemente fotografiadas por Mario Testino, nos han ya acostumbrado. Tambiรฉn “El famoso malecรณn a las 7 de la maรฑana” (p. 230) recuerda de modo inexorable al atardecer abierto, templado y ya icรณnico en Arpoador, de MaRIO DE JANEIRO Testino.

Por su valor artรญstico y simbรณlico resulta emblemรกtica la imagen del estudio de Renรฉ Francisco, donde una serie de tubos de pintura, engarzados a la mesa de trabajo, queda completada por dos balas (p. 30). Arte y Revoluciรณn: vasos comunicantes: el arte de la Revoluciรณn: la Revoluciรณn a travรฉs del arte: la Revoluciรณn del arte…

En estas mismas pรกginas, Josรฉ Manuel Prieto recuerda un discurso de Fidel Castro en 1968:

 

Subsiste todavรญa una verdadera nata de privilegiados, que medra del trabajo de los demรกs y vive considerablemente mejor que los demรกs, viendo trabajar a los demรกs.

 

A estas palabras solo cabe sumar el lema ya clรกsico pintado en una barda de la Avenida de los Presidentes  (p. 16): “De estos hombres se hace un pueblo.” ~

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Doctor en Filosofรญa por la Humboldt-Universitรคt de Berlรญn.


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