Fabricio Vanden Broeck
Ilustraciรณn: Fabricio Vanden Broeck

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El aclamado chef norteamericano revela en esta especie de confesiรณn personal algunas historias de cocina y arremete contra clichรฉs y mitos del universo culinario.
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La buena comida, el buen comer, es cosa de sangre y de vรญsceras, de crueldad y descomposiciรณn. Se trata de la grasa de cerdo cuajada en sodio, apestosos quesos de triple crema, de las tiernas mollejas y los hรญgados distendidos de animales jรณvenes. Es cosa de cuidado arriesgar las fuerzas oscuras y bacterianas de la res, el pollo, el queso o los mariscos. Puede que las primeras doscientas siete almejas Wellfleet lo hayan llevado a un estado de rapto, pero la doscientos ocho quizรก sea la que lo mande a la cama con sudores, escalofrรญos y vรณmitos.

La gastronomรญa es la ciencia del dolor. Los cocineros profesionales pertenecen a una sociedad secreta cuyos antiguos rituales surgen de los principios del estoicismo ante la humillaciรณn, la herida, el cansancio y las amenazas de la enfermedad. Los compactos miembros de una bien aceitada cocina se parecen mucho a la tripulaciรณn de un submarino. Confinados durante sus horas despiertas a espacios mal aireados y abrasadores, es comรบn que adquieran los rasgos de los pobres diablos que eran enrolados por la fuerza en las armadas reales de tiempos napoleรณnicos: supersticiรณn, desprecio por los intrusos y lealtad a ninguna bandera que no fuese la suya.

Mucho ha cambiado desde que Orwell publicara en Down and out in Paris and London sus memorias de los meses que pasรณ como lavaplatos. La cocina de gas y los ventiladores de escape han hecho mucho para alargar la vida de los jefes de cocina. Hoy dรญa los aspirantes a cocinero entran a este negocio porque quieren: han elegido esta vida, han estudiado para acceder a ella. Los mejores chefs son como estrellas deportivas. Van de cocina en cocina โ€“agentes libres en busca de mรกs acciรณn y mรกs dinero.

Yo he sido chef en Nueva York por mรกs de diez aรฑos, y diez aรฑos antes de eso fui lavaloza, ayudante, cocinero y sous-chef. Entrรฉ al negocio cuando los cocineros todavรญa fumaban en sus estaciones y usaban cintas en el pelo. Hace algunos aรฑos no me sorprendรญa escuchar el rumor que hablaba de un estudio de la poblaciรณn carcelaria que descubriรณ que la principal ocupaciรณn de los reos antes de ser detenidos era: cocinero. Como sabemos casi todos los que estamos en el negocio de los restaurantes, hay una potente variedad de criminalidad en la industria: desde el garrotero que vende mariguana por celular, hasta el restaurantero que tiene dos juegos distintos de libros contables. De hecho fue este lado oscuro de la cocina profesional lo que me atrajo en un principio. Al inicio de los setenta dejรฉ la universidad y me inscribรญ en The Culinary Institute of America. Lo querรญa todo: las cortadas y las quemaduras en las manos y muรฑecas, el humor macabro en la cocina, la comida gratis, el alcohol robado, la camaraderรญa que surge del orden estricto y un caos que acaba con los nervios. Treparรญa por la cadena de mando, desde mal carne

{{ En espaรฑol en el original. โ€“N. del T.}}

(que quiere decir, โ€œmala carneโ€ o โ€œnovatoโ€) hasta el trono del chef; harรญa lo que fuera necesario hasta tener mi propia cocina y mi propia tripulaciรณn de despiadados: el equivalente culinario de La pandilla salvaje.

Hace un aรฑo, mi mรกs reciente y fallida misiรณn โ€“un restaurante de alto perfil en la zona de Times Squareโ€“ quebrรณ. Los proveedores de carnes, pescados y demรกs productos recibieron la noticia de que habrรญan de sentir el cuchillo en el cuello por culpa de uno de tantos proyectos mal planeados. Cuando los clientes llamaban para reservar mesas, una grabadora les informaba que nuestras puertas estaban cerradas. Con esa experiencia todavรญa fresca en la mente, empecรฉ a considerar volverme un traidor a mi oficio.

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Digamos que hoy es una noche tranquila de lunes, que usted acaba de dejar su abrigo en el elegante y remodelado Art Deco en el distrito Flatiron y que estรก por hincarle el diente a un grueso trozo de atรบn aleta amarilla sellado con pimienta o a veintiuna onzas de carne Black Angus certificada, bien cocida. ยฟQuรฉ es lo que le espera?

El especial de pescado estรก a buen precio y el lugar recibiรณ dos estrellas del Times. ยฟPor quรฉ no pedirlo? Si lo que le gusta es el pescado guardado desde hace cuatro dรญas, entonces adelante, pรญdalo. Asรญ funciona esto. El chef pide sus pescados y mariscos el jueves por la noche. Llega el viernes en la maรฑana. Espera vender la mayorรญa esa noche y la del sรกbado, que es cuando sabe que el restaurante estarรก mรกs concurrido, y probablemente termine de sacar las รบltimas รณrdenes el domingo por la tarde. Muchos proveedores de pescado no entregan en sรกbado, asรญ que lo mรกs seguro es que el atรบn del lunes por la noche haya estado dando vueltas en la cocina desde el viernes temprano y quiรฉn sabe en quรฉ condiciones. Cuando una cocina estรก en pleno ajetreo, las condiciones ideales de refrigeraciรณn prรกcticamente no existen; en esa urgencia hay demasiadas aperturas de la puerta del refrigerador mientras los chefs hurgan frenรฉticos y mezclan el atรบn con el pollo, el cordero y los cortes de res. Aun cuando el chef haya ordenado la cantidad exacta para el fin de semana y haya tenido que volverlo a hacer el lunes por la maรฑana, la รบnica garantรญa de que el producto no se vuelva desecho es que haya un chef en extremo meticuloso que se asegure de que el proveedor estรฉ entregando pescado fresco del domingo.

Por lo general, el mejor dรญa es el martes: los mariscos estรกn frescos, las comidas preparadas estรกn reciรฉn hechas y el chef, uno espera, viene relajado de su dรญa libre. (La mayorรญa descansa el lunes.) Los chefs prefieren cocinar para la clientela de entresemana y no para la de fin de semana, y es mรกs probable que ofrezcan sus platillos mรกs creativos durante el inicio de esta. En Nueva York, los locales salen a cenar entresemana. Los fines de semana se consideran noches de amateurs: reservadas para turistas, tontos y las hordas en camino al teatro que todo lo piden bien cocido. El pescado puede que estรฉ tan fresco como una noche de viernes pero el martes tendrรก ademรกs la buena voluntad del personal.

Quienes piden sus cortes bien cocidos en realidad le estรกn haciendo un favor invaluable a aquellos en el negocio que nos preocupamos por los costos: pagan por el privilegio de comer nuestros desechos. En muchas cocinas se hace honor a la prรกctica antigua del โ€œguรกrdalo para el bien cocidoโ€. Cuando uno de los cocineros se topa con un filete particularmente desagradable โ€“correoso, lleno de nervaduras y tendones, salido de la parte mรกs baja del lomo y quizรก incluso un poco apestoso por los dรญas de almacenajeโ€“, lo agitarรก en el aire y preguntarรก: โ€œChef, ยฟquรฉ quiere que haga con esto?โ€ En ese momento, el chef tiene tres opciones. Puede decirle al cocinero que tire tan desagradable ejemplar a la basura, pero eso significa una pรฉrdida total, y en el negocio de los restaurantes cada pieza de comida preparada, cortada o fabricada debe producir por lo menos tres veces lo que costรณ originalmente para que el porcentaje de costo por alimento le cuadre al chef. O puede decidir servir ese filete a โ€œla familiaโ€ โ€“es decir, al personal de pisoโ€“ aunque, econรณmicamente, es lo mismo que tirarlo. Pero no, lo que harรก es repetir el mantra usado por chefs ahorrativos en todo el mundo: โ€œGuรกrdalo para el bien cocido.โ€ Para รฉl, el filisteo que pide su comida bien cocida no va a ser capaz de distinguir la diferencia entre comida y despojos.

Y luego estรก la gente afecta al brunch [desayuno o comida a deshoras]. Esta palabra con be es temida por todo cocinero dedicado. Odiamos los olores y las salpicaduras de los omelettes. Aborrecemos la salsa holandesa, las papas caseras, esas patรฉticas guarniciones de fruta y todos los demรกs acompaรฑamientos clichรฉs creados para inducir a un pรบblico crรฉdulo a pagar 12.95 dรณlares por un par de huevos. Nada desmoraliza mรกs a un aspirante a escoffier que exigirle preparar omelettes de claras o huevos fritos con tocino. Puede decorar el brunch con toda la focaccia, todo el salmรณn ahumado y todo el caviar del mundo, pero no dejarรก de ser un simple desayuno.

 Los vegetarianos, sin embargo, son mรกs despreciados incluso que la gente afecta al brunch. Los cocineros serios ven a estos comensales โ€“y a su facciรณn extremista al estilo Hezbolรก, los veganosโ€“ como enemigos de todo lo que hay de bueno y decente en el espรญritu humano. Vivir sin ternera o sin caldo de pollo, sin mejillas de pescado, embutidos, queso o vรญsceras es una traiciรณn.

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Como a muchos de los chefs que conozco, me da risa cuando escucho a la gente oponerse a comer cerdo por razones no religiosas. โ€œLos puercos son animales suciosโ€, dicen. Es obvio que estas personas jamรกs han ido a una granja avรญcola. El pollo โ€“el alimento favorito de los estadounidensesโ€“ se echa a perder muy rรกpido; si no se maneja adecuadamente, infecta a los demรกs alimentos con salmonela, y ademรกs aburre a muerte a todo chef. Ocupa su ubicuo sitio en los menรบs como una opciรณn para los clientes que no pueden decidir quรฉ quieren comer. Muchos cocineros opinan que los pollos de supermercado son escuรกlidos e insรญpidos en comparaciรณn con las variedades europeas. El puerco, en cambio, es la onda. Los granjeros los dejaron de alimentar con basura desde hace dรฉcadas, e incluso cuando come puerco crudo usted tiene mรกs posibilidades de ganarse la loterรญa que de contraer triquinosis. El puerco sabe distinto, dependiendo de lo que se haga con รฉl; el pollo, en cambio, siempre sabe a pollo.

Otro ingrediente muy difamado en estos tiempos es la mantequilla. En el mundo de los chefs, en cambio, la mantequilla estรก en todo. Incluso en restaurantes que no se especializan en comida francesa โ€“los de comida del norte de Italia, los de nueva cocina estadounidense o aquellos en que los chefs presumen que se estรกn โ€œalejando de la mantequilla y la cremaโ€โ€“ usan mantequilla a manos llenas. En casi cualquier restaurante que valga la pena visitar se usa mantequilla para emulsionar y estabilizar las salsas. Con ella se compactan las pastas. Las carnes y pescados se sellan con una mezcla de aceite y mantequilla. Los ajos chalote y el pollo se caramelizan con ella. Es el primer y รบltimo ingrediente en casi cualquier sartรฉn: a esa รบltima pizca se le llama monter au beurre. Esto quiere decir que al comer en un buen restaurante usted puede despacharse una barra completa de mantequilla.

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Si usted es una de esas personas que sienten asco al pensar en que manos extraรฑas tocarรกn su comida, no debe comer fuera. Como apuntรณ el exchef Nicolas Freeling en su fundamental libro The kitchen, entre mรกs alta la calidad del restaurante, mรกs pinchazos, picoteos, manoseos y probadas ha recibido su comida. Para cuando un equipo de tres estrellas ha terminado de cortar y transformar su rape ร  la nage con cerezas secas e infusiรณn de hiervas salvajes en un pequeรฑo Partenรณn o una mini Space Needle [Aguja Espacial], docenas de dedos sudorosos habrรกn tocado cada parte del platillo. ยฟGuantes? Hay una cajita de guantes de lรกtex โ€“en mi cocina los llamamos โ€œguantes para examen de prรณstataโ€โ€“ en cada estaciรณn de la lรญnea para aplacar a los inspectores de salubridad, pero ยฟhay alguien que los use realmente? Sรญ, de pronto un cocinero se pondrรก un par cuando estรฉ trabajando con algo de olor persistente como el salmรณn. Pero durante las horas de servicio los guantes entorpecen y son hasta peligrosos. Cuando usas las manos constantemente, el lรกtex harรก que tires cosas y eso es lo รบltimo que quieres.

Hallar un pelo en el platillo provoca arcadas en cualquiera. Pero el รบnico lugar en el que encontrarรก al equipo de cocina con una red en el pelo es en un restaurante de comida rรกpida. Para la mayorรญa de los chefs, usar cualquier cosa en la cabeza โ€“incluso esos pintorescos tocados de papel, conocidos tambiรฉn como โ€œfiltros de cafรฉโ€โ€“ es una pesadilla: se desintegran cuando sudas, chocan contra los extractores y arden con facilidad.

El hecho es que la mayorรญa de las buenas cocinas son mucho menos asรฉpticas que la cocina de su casa. Yo dirijo una cocina escrupulosamente limpia y ordenada, en la que la comida se rota, se almacena y se maneja con pulcritud. Pero si el Departamento de Salud local decidiera hacernos cumplir con cada una de sus ordenanzas, la mayorรญa de nosotros terminarรญamos en la calle. Recientemente hubo un reportaje sobre la prรกctica de reciclar pan. Por medio de una cรกmara escondida, el reportero se horrorizรณ al ver que el pan no utilizado en una mesa era enviado de vuelta a una mesa nueva. Esto, para mรญ, no es noticia: el reรบso de pan ha sido un secreto a voces โ€“y una prรกctica muy comรบnโ€“ en la industria desde hace aรฑos. Tiene mรกs sentido preocuparse por lo que sucede con la mantequilla que se queda en la mesa: muchos restaurantes la reutilizan para hacer salsa holandesa.

ยฟQuรฉ me gusta comer en mis horas libres? Cosas extraรฑas. Los ostiones son mis favoritos, especialmente a las tres de la maรฑana en compaรฑรญa de mi equipo. Tambiรฉn es buena la pizza focaccia con queso robiola y aceite de trufas blancas, especialmente en el patio de Le Madri las tardes de verano. Vodka congelado en el Siberia Bar, sobre todo si uno de los cocineros de los grandes hoteles llega con beluga. En el restaurante Indigo me encanta el estrudel de hongos y el guiso de res. En mi restaurante me gusta el boudin noir que escurre sangre en la boca, el hinojo braseado que prepara mi sous-chef, las sobras del pato confitado y los berberechos frescos cocidos con salchichas portuguesas grasosas.

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Me encanta la absoluta extraรฑeza de la vida de cocina: los soรฑadores y los enloquecidos, los refugiados y los sociรณpatas con los que continรบo trabajando; los constantes olores de huesos rostizรกndose, de pescado sellado y lรญquidos hirviendo; el ruido y el traqueteo, el silbido y el rocรญo, las flamas, el humo y el vapor. Hay que decirlo, es una vida que te machaca. Muchos de los que vivimos y trabajamos en el submundo culinario somos disfuncionales de algรบn modo fundamental. Hemos elegido darle la espalda al trabajo de nueve a cinco, a tener el viernes o el sรกbado libre, a lograr construir una relaciรณn normal con alguien no involucrado en la cocina.

Ser chef se parece mucho a ser un controlador de trรกfico aรฉreo: estรกs lidiando todo el tiempo con la amenaza de la catรกstrofe. Tienes que ser mamรก, papรก, sargento, detective, psiquiatra y confesor para un grupo de mercenarios y hooligans oportunistas, a quienes ademรกs debes proteger de las viles y muchas veces estรบpidas estrategias de los dueรฑos. Aรฑo tras aรฑo, los chefs tienen que batallar con cheques rebotados, proveedores iracundos, dueรฑos desesperados que estรกn buscando esa idea genial que cure a su restaurante de todos los males: ยกCabaret en vivo! ยกCamarones gratis! ยกBrunch al estilo Nueva Orleans!

En Estados Unidos, la cocina profesional es el รบltimo refugio para los inadaptados. Es un lugar para que las personas con pasados oscuros hallen una familia. Es un santuario para los extranjeros โ€“ecuatorianos, mexicanos, chinos, senegaleses, egipcios, polacos. En Nueva York, la especia lingรผรญstica mรกs comรบn es el espaรฑol. โ€œยกHey, maricรณn!, chupa mis huevosโ€

{{ En espaรฑol en el original. โ€“N. del T.}}

se traduce, a grandes rasgos, como โ€œยฟCรณmo estรกs, estimado compaรฑero? Espero que todo vaya bienโ€. Y uno escucha: โ€œยกHey, baboso, pon mรกs leche en el fuego y revisa tu mis antes de que el sous vaya para allรก y te coja por el culo!โ€, que quiere decir: โ€œPor favor reduce un poco mรกs de demi-glace, hermano, y revisa tu mise en place, porque el sous-chef estรก preocupado.โ€

Ya que trabajamos en espacios tan cerrados, y que hay tantos objetos contundentes y punzocortantes a la mano, uno pensarรญa que los cocineros se matan con frecuencia. He visto gente intercambiar golpes en la estaciรณn de meseros por quedarse con una mesa para seis. He visto a un chef morderle la nariz a un mesero. Y he visto volar platos โ€“yo mismo he lanzado algunosโ€“, pero nunca he escuchado que algรบn cocinero le haya clavado un cuchillo de deshuesar a otro en las costillas, o que le haya hundido un mazo de carne en el crรกneo. La lรญnea, cuando se hace bien, es una danza: una colaboraciรณn de alta velocidad digna de Balanchine.

Yo era un terror para mi equipo, en especial durante los meses finales en mi รบltimo restaurante. Pero ya no. A รบltimas fechas mi carrera dio un giro extraรฑamente apropiado: en estos dรญas, soy el chef de cuisine en una antigua brasserie/bistro francesa muy querida, donde los clientes comen sus cortes casi crudos, escasean los vegetarianos y cada parte del animal โ€“manos, trompa, cachetes, piel y vรญscerasโ€“ se preparan y consumen con esmero y avidez. Las manitas de cerdo, el cassoulet, las tripas y la charcuterรญa se venden como locos. Enriquecemos las salsas con foie gras y sangre de cerdo, y con orgullo embarramos cucharadas de manteca de pato y mantequilla y trozos gruesos de tocino. Preparรฉ un tradicional pot-au-feu hace algunas semanas y algunos de mis colegas franceses โ€“veteranos tozudos del negocioโ€“ entraron a la cocina a ver salir el primer plato. Mientras veรญan esa intimidante torre de costillas, cola de buey, espaldilla de res, col, nabos, zanahorias y papas, la expresiรณn en sus rostros era la de unos suplicantes religiosos. He llegado a casa. ~

Traducciรณn de Pablo Duarte

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