Entrevista con Daron Acemoglu

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Por qué fracasan los países (Deusto) ha sido uno de los libros de historia y pensamiento político más importantes de este año. A través del estudio de multitud de países y momentos históricos, sus autores, Daron Acemoglu y James A. Robinson, demuestran cómo la libertad, la prosperidad y la igualdad solo se han conseguido cuando las élites han decidido –casi siempre por la presión de la ciudadanía– desarrollar leyes justas en lugar de las que les benefician sobre todo a ellas. Acemoglu fue invitado a dar una conferencia por la Fundación BBVA, y gracias a esta pudimos entrevistarle.

 

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Su libro afirma que lo que explica por qué unas naciones fracasan y otras triunfan es la calidad de sus instituciones. Y eso va ligado a la calidad de las élites. ¿Por qué unas, por simplificarlo muchísimo, hacen el bien y otras no?

Cuando las élites hacen algo mal no es porque sean ignorantes. Hacen algo mal porque las beneficia, en materia de dinero o de poder político. Es un error pensar que las élites harán lo correcto porque son ilustradas o tienen asesores listos. Solo harán lo correcto si no tienen alternativa, si se les obliga, si hay exigencias bien articuladas.

 

¿Y qué es lo correcto?

Dar los incentivos y las oportunidades adecuados para una gran mayoría de la sociedad. En la época del apartheid, las instituciones sudafricanas daban incentivos y oportunidades a los blancos, pero no a los negros, casi el 80% de la población. Esa sociedad no va a funcionar, porque no está usando un 80% de sus recursos, y porque al eliminar ese 80% se crean muchas distorsiones.

 

Afirman que las élites tienden a amañar las reglas de juego en su propio beneficio. Sé que usted no lo es, pero suena un poquito marxista.

Todos hemos sido influidos por la historiografía marxista, pero hay una gran diferencia entre la teoría marxista y nuestra aproximación. La teoría marxista versa sobre la economía, la tecnología y la estructura de clase: eso determina todo lo demás. Es lo que llama la infraestructura. En cambio, si quieres simplificar lo que decimos nosotros, es al revés: las clases no existen, y la tecnología y las relaciones económicas son endógenas. Lo que importa es qué grupos son capaces de aliarse y dominar el poder político, y cómo las instituciones que conceden ese poder político dan forma a las clases, la tecnología y las relaciones económicas.

 

¿Qué incentivos tienen las élites para crear instituciones inclusivas, que probablemente limiten su poder?

Hay dos tipos de razones por las que esto sucede. Primero, porque se ven obligadas, y diría que es el caso más frecuente. Segundo, porque se dan cuenta de que se beneficiarán del desarrollo gradual de instituciones inclusivas. Ambos caminos son muy distintos, y las sociedades que toman uno u otro evolucionan de manera distinta. Históricamente, las élites han creado instituciones inclusivas bajo la amenaza de conflicto doméstico. La gente que no tiene poder exige más poder para protegerse o cambiar las reglas en su favor.

 

Además está lo que llaman en su libro “la ley de hierro de la oligarquía”. Es mucho más probable que una oligarquía sea sustituida por otra oligarquía que por un régimen abierto.

Tomemos una sociedad con instituciones muy débiles que, además, están diseñadas sobre todo para extraer recursos y permitir que los que llevan a cabo esa extracción controlen la sociedad por la fuerza. Un movimiento organiza protestas contra la élite existente. Vence y el líder del movimiento toma el poder. Continuar con las prácticas anteriores y convertirse en una nueva élite similar les resulta muy atractivo, porque todo está pensado para beneficiar a las élites, y la sociedad no tiene muchos recursos para impedirlo. Eso no significa que suceda necesariamente, pero hay incentivos para ello. Hay numerosos ejemplos históricos, desde la revolución bolchevique hasta muchas sociedades poscoloniales.

 

Una de las razones por las que algunos países no adoptan instituciones inclusivas, afirman, es el miedo a la destrucción creativa. Aunque sea un país desarrollado, creo que eso es lo que sucede en España. El miedo a cambiar el equilibrio de poder hace que prefiramos algo malo conocido que algo bueno por conocer.

No conozco la historia española tan bien como sus lectores, pero, al repasar periodos anteriores de la historia de España, lo que importa es la dominación del poder político, y todo lo que quite parte de ese poder encuentra resistencia aunque sea bueno para la sociedad. Ese patrón se ve en otros países que tuvieron regímenes absolutistas, como el Imperio otomano, China, Rusia o Austria-Hungría. Eran regímenes que se negaban a permitir cambios tecnológicos e institucionales, que rechazaban la introducción de ferrocarriles y prohibieron las fábricas, porque tenían miedo, no querían inestabilidad, no querían que nadie pusiera en duda su poder político. En España, después del siglo XVIII, mucha de la falta de desarrollo de las instituciones y de la economía tiene lugar porque la estructura institucional es muy débil. Es difícil saber hasta qué punto los problemas españoles se deben a la existencia de grupos de gente que bloquean el cambio, o solo a una dificultad genérica para hacer reformas. Pero, dicho esto, España tiene por lo general instituciones inclusivas y sus problemas son grandes pero perfectamente solucionables. No tiene la clase de problemas que tienen Libia o Pakistán. Debemos ser realistas.

 

En un artículo, se preguntaba si los bancos y los sindicatos son las nuevas grandes instituciones extractivas. Probablemente, la mitad de los españoles cree que son los bancos y, la otra mitad, los sindicatos.

No dudo de que los sindicatos tienen objetivos extractivos, especialmente ahora. Me gusta hacer una distinción entre el movimiento sindical del siglo XIX y XX, cuando los sindicatos luchaban por los derechos políticos, además de los económicos, y el de hoy, que lucha contra la tecnología y por sueldos más altos. Pero creo que, en general, los sindicatos no tienen fuerza para resistir demasiado tiempo.

 

¿Y los bancos? Ahora es común oír, al menos en España, que las finanzas han sustituido a la política en el gobierno del mundo.

Tienen razón. Las finanzas han desarrollado una influencia excesiva. En Estados Unidos no puedes entender las razones de la crisis económica sin comprender el papel de las finanzas, que fue clave, y no puedes entender la falta de regulación sin comprender el poder político de los grandes bancos. Pero lo mismo sucede en Europa: desde el principio se descartaron muchas soluciones razonables porque habrían perjudicado a los bancos.

 

La Unión Europea es una forma muy nueva de diseño institucional. Parecía funcionar muy bien, ahora parece que funciona francamente mal.

Es relativamente nueva, pero no del todo. Estados Unidos es un ejemplo de unión que pasó por las mismas fases. Naturalmente, lo distinto es que en Europa esto ha pasado contra un trasfondo que ponía las cosas muy difíciles: dos guerras mundiales, miles de años de guerras como política europea. En ese sentido, la Unión Europea es un gran éxito. Pero por supuesto tiene sus retos. También los tuvieron los Estados Unidos, que al principio intentaron lo mismo que intentó la Unión Europea, una unión con los Artículos de la Confederación, pero ocho años después estaba claro que no funcionaban y se produjo una transición hacia la Constitución estadounidense, que centralizó el poder; los estados conservaron algún poder con respecto a la economía, pero la política fiscal pasó en su mayor parte al centro y los estados endeudados podían ser rescatados. Europa tiene esta opción. Pero en todo caso esto sucede después de sesenta años de éxito. ~

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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