En la planta baja de la Biblioteca Británica se exhibe una selección de lo más granado de su acervo. Vitrinas, mamparas y mesas dividen la sala por temas; los libros religiosos de Oriente rivalizan en imaginería con mapas antiquísimos, mientras que las partituras autógrafas van del Messiah de Handel a canciones garabateadas por Lennon y McCartney. Con tan sólo echar un vistazo es fácil comprender su colección como equivalente en papel a la del Museo Británico, del cual se independizó hace apenas unos años.
El área de literatura británica despliega en unos cuantos metros su historia mediante los originales de sus mejores momentos. La única cuartilla literaria de Shakespeare que sobrevive, Alicia en el país de las maravillas, Persuasión, Finnegans Wake, o unos versos garabateados de Seamus Heaney, entre muchos otros, nos entregan una instantánea del proceso creativo que les dio forma en la caligrafía emborronada de sus autores.
Hace poco más de dos años un benefactor anónimo entregó a esta biblioteca un legajo de papeles; se trataba del registro estenográfico del juicio que Oscar Wilde inició contra el marqués de Queensberry en 1895, y que lo precipitó a la ruina. Ahora se expone temporalmente por primera vez al público, junto con otros materiales relacionados. Es impresionante cómo apenas una docena de documentos distribuidos en dos vitrinas recrean vívidamente el evento, a sus protagonistas y las pasiones que lo desencadenaron.
La trascripción reproduce un interrogatorio que corresponde al segundo día del juicio. Deja ver el modo implacable en que Edward Carson, abogado de Queensberry, acosó a Wilde, el ingenio elocuente de éste y una cierta candidez que lo hizo caer en las trampas que Carson le tendió. En la página izquierda aparece uno de esos traspiés, cuando se le pregunta si había besado a un mozo, a lo que responde: “Oh no, jamás en la vida, era un muchacho bastante sin gracia”.
A unos centímetros hay una nota de Lord Alfred (Bosie) Douglas dirigida al marqués, su padre, pero el tono dista de ser filial. El texto corre horizontal y luego verticalmente, tachándose a sí mismo. Fue escrito el 15 de agosto de 1894 sobre una postal, porque las cartas que le enviaba le eran devueltas sin abrir. Douglas le dice a su padre que carga un revólver para defenderse de él, y que “si ow te demandara por difamación, recibirías varios años de condena por tu libelo infame.”
En 1895 Oscar Wilde se encontraba en su mejor momento público. Dos de sus obras teatrales se habían estrenado exitosamente durante ese año; el manuscrito de una de ellas, La importancia de llamarse Ernesto, forma parte de la exhibición. Para entonces su relación amorosa con Lord Alfred Douglas le había ganado el odio de Queensberry. Douglas llevaba tiempo presionando a Wilde para que demandara a su padre, como ayuda a demostrar la postal, pensando que así se lo quitaría de encima. Wilde cedió.
En el tercer día del juicio, Carson proporcionó suficiente evidencia sobre las relaciones de Wilde con “muchachos de renta” para detener este proceso e iniciar uno en su contra. En unos días se sucedieron su arresto, dos juicios penales y una sentencia de dos años de trabajos forzados que le estocaron de muerte la salud.
Oscar Wilde conoció a Douglas en 1891, mismo año en que El retrato de Dorian Gray salió publicado como libro. Es asombroso hasta qué punto la descripción que hace de Dorian Gray coincide con el papel que Douglas tuvo en la vida del autor. “No hay nada que el arte no pueda expresar, y sé que el trabajo que he hecho, desde que conocí a Dorian Gray, es bueno, el mejor de mi vida.” “De vez en cuando, no obstante, es espantosamente desconsiderado y parece gozar tanto al herirme.” “Mientras viva, la personalidad de Dorian Gray me dominará.” Wilde incluso utilizó términos semejantes para describirlos a ambos. Se refiere al personaje de su novela como “este joven Adonis, que parece hecho de marfil y pétalos de rosa”, mientras que en otra carta exhibida que también se utilizó en la corte comenta un soneto de Bosie y se maravilla de “esos labios de pétalos rojos, hechos no menos para la música de un poema que para el delirio de besar”. Edward Carson leyó fragmentos de El retrato de Dorian Gray durante el juicio como evidencia para condenarlo. Que haya servido para tal fin es aberrante, pero a más de cien años de distancia la obra de Wilde y los documentos del juicio se transforman en la vitrina que nos muestra la prueba de por qué el poder de invocación de la literatura jamás debe ser subestimado. –
(Ciudad de Mรฉxico, 1973) es autor de cinco libros de narrativa. Su libro mรกs reciente es la novela Nada me falta (Textofilia, 2014).