Una nota liberal contra el liberalismo

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La imaginaciรณn de los polรญticos vuela tan alto como los cocodrilos. Hay que agradecer a Enrique Krauze y Javier Sicilia el ejemplo de una discusiรณn en el nivel de las ideas.

Krauze ha escrito un libro de gran calado: Redentores. Sicilia no solo explica su importancia, sino que cuestiona su punto de partida liberal. Magnรญfico: nada mejor que el liberalismo cuestione su fundamento. Su crรญtica me recuerda la mรกs importante hecha a Una teorรญa de la justicia de Rawls por Robert Nozick: la cuestiรณn fundamental no es la forma de concebir la justicia en el estado, sino si debe existir el estado –en tanto que su conformaciรณn misma implica una injusticia.

El espรญritu anarquista estรก presente como bajo continuo en una buena parte de la izquierda liberal, verde y cristiana sin que parezca un tema central, aunque lo es. Ni el cuestionamiento ni el rechazo del estado pueden hacerlo desaparecer, pero pueden y deben mantenerlo bajo escrutinio y azuzar la imaginaciรณn prรกctica. Y eso han hecho Krauze, el historiador que interroga a doce redentores, y Sicilia, el poeta que sueรฑa en sociedades justas. Deshilachando el liberalismo, todos los hilos cuelgan de una misma alcayata: limitar el poder.

Dice Sicilia que

 

ese liberalismo, que se expresa a travรฉs del nosotros democrรกtico, tiene un doble fondo que oculta una forma totalitaria disfrazada de libertad. En primer lugar […] la bรบsqueda de instalar al individuo dentro de un plan y un programa, no son solo el fruto de los Estados totalitarios, sino tambiรฉn, y antes, el producto de la situaciรณn objetiva de la tรฉcnica y del mercado que estรกn en el fondo de la sociedad liberal y que, bajo el peso de la producciรณn, el consumo, la publicidad y la manipulaciรณn ideolรณgica de la tรฉcnica, han ido destruyendo el esqueleto espiritual y moral del hombre.

 

Pero, histรณricamente, el liberalismo ha sido todo lo contrario: el intento de limitar el poder polรญtico, sujetรกndolo al derecho (primero y fundante) de las personas fรญsicas. Los liberalismos latinoamericanos han fallado porque consideran al estado como la primera persona: la que otorga los derechos individuales. Es un liberalismo secuestrado jurรญdicamente y, por tanto, susceptible de caer en las fauces de ese segundo monstruo que perfila Sicilia: tรฉcnica, mercado, producciรณn, consumo, publicidad, manipulaciรณn del estado y las grandes corporaciones. Pero esto no es el liberalismo, sino su traiciรณn.

Puede haber sociedades sin estado –como han mostrado Pierre Clastres en tรฉrminos polรญticos y Marshall Sahlins en tรฉrminos econรณmicos–, pero la idea de un estado sin sociedad es un disparate. El principio original, bรกsico, de los derechos humanos (el que invoca Antรญgona contra la ley) no puede residir en la abstracciรณn de las instituciones sino en la concreciรณn humana. Y es eso lo mรกs emocionante del movimiento encabezado por Sicilia: no es corporaciรณn, ni militancia, ni gremio, sino una manifestaciรณn de personas fรญsicas que han sufrido crรญmenes desatendidos o cometidos por las autoridades.

Es verdad que de las tripas de las sociedades liberales, cuando no han sabido frenar la voluntad de dominio, han surgido monstruos totalitarios. Es un peligro. Pero no hay que confundir las libertades con su perversiรณn. Los liberalismos pueden parir tiranos; otros sistemas los producen necesariamente.

Sicilia seรฑala, con razรณn, que el liberalismo superficial transforma el juego democrรกtico en abuso y opresiรณn. Y, de hecho, concuerda con la crรญtica que ha venido haciendo Krauze. Mientras nuestra constituciรณn polรญtica –como todas las latinoamericanas– siga considerando que los derechos humanos no son anteriores al estado, sino concedidos por el estado, no podemos decir que es liberal; es un estatismo con maquillaje liberal.

El disgusto con los resultados de la democracia no solo es mexicano, ya se ve. Parece globalizarse una constante sensaciรณn de insuficiencia del estado democrรกtico: no va a ningรบn lado. Se ha olvidado que esa es su funciรณn, porque la democracia no tiene un punto final o definitivo de arribo: es un recurso para avanzar.

El liberalismo es un principio (el de la libertad); la democracia, un recurso (el de la igualdad). Limitados e insuficientes, pero al menos permiten que la sustancia y valores de la vida polรญtica queden en manos de una sociedad libre, sin ser dictados desde arriba. Y esa es la labor de la relectura histรณrica de Krauze: no la propuesta de una ideologรญa, ni el encandilamiento con una democracia o un liberalismo, sino el escudriรฑamiento de personas histรณricas y la advertencia ante el verdadero mal: el poder. En eso coinciden ambos.

Sin embargo, para que democracia y liberalismo adquieran sentido, para evitar la vacuidad en su funcionamiento, requerimos de algunas formas de la tecnologรญa –que Sicilia detesta de modo muy particular y con razones poderosas. Sin embargo, propongo dos ejemplos de uso adecuado de la tecnologรญa, uno antiguo y otro contemporรกneo. Primero, el de las dos especies sagradas de la cristiandad: ni el pan ni el vino se dan en la naturaleza. Sus materias primas requieren trabajo y cuidado, y su elaboraciรณn, tecnologรญa. Lo sabe Javier Sicilia, que tambiรฉn ha sido panadero.

El segundo lo hallo en el movimiento de Paz con Justicia y Dignidad, que fue comprendido, compartido, extendido por las vรญas de la tecnologรญa sin perder su profunda raigambre humana. No solo eso: merced a la tecnologรญa, mucha gente pudo redescubrir, en sรญ misma, una dimensiรณn espiritual que tenรญa adormecida. La tecnologรญa no es enemiga de la esencia humana; de hecho, la lengua y su escritura son tecnologรญa tambiรฉn. El horror consiste en invertir los fines y los medios. La persona no es un medio de producciรณn; la democracia no es un fin; el liberalismo no es una vรญa de salvaciรณn. Dice Sicilia:

 

La verdadera democracia, la democracia en su sentido real, no es el voto ni las elecciones libres –aunque la apoyen–, no es una cuestiรณn de administraciones institucionales ni de arreglos entre ellas y sus consejos especializados llamados partidos, cรกmaras y secretarรญas, mucho menos el libre mercado o el asalto al poder de los redentores; no es, en suma, un sistema, “sino –dice Douglas Lummis– un proyecto histรณrico que la gente manifiesta luchando por รฉl”. O mejor, una experiencia que repentinamente aparece, en medio del invierno que produce el Estado, “el mรกs frรญo de los monstruos frรญos”, dice Nietzsche, y las fracturas de la historia, como una breve primavera.

 

Es un despropรณsito suponer que el estado, organizado para el poder, se harรก cargo, solito, de limitar su poder. Por eso, el liberalismo (la limitaciรณn del poder) requiere de recursos operativos que impidan la acumulaciรณn o la perpetuidad del poder. ¿Infalibles? Ni por asomo. Necesariamente mejorables, y siempre perfectibles. De hecho, podemos apostar oro y moro a que ni el liberalismo ni sus democracias serรกn, jamรกs, la utopรญa cumplida. Pero es polรญtica. Tampoco es sensato suponer que la felicidad humana podrรก residir en esa constante tensiรณn entre ciudadanos y estado que llamamos polรญtica. Por eso es mejor pensar que la sociedad –responsable de darse a sรญ misma proyecto, valores, leyes– puede quedar en posiciรณn de regular y dirigir la cosa pรบblica. Eso requiere labor constante y reparaciones continuas: “primaveras”, las llama Sicilia, “momentos dichosos en los que la igualdad, la libertad y la fraternidad se realizan en las fracturas del poder y de la historia” –esos momentos que derrumban malos gobiernos, pero fortalecen a las sociedades abiertas.

Celebro los acuerdos, pero quizรกs celebro mรกs los disensos entre Krauze y Sicilia: de ellos seguirรก una conversaciรณn que, sin llegar a conclusiones, deje el camino sembrado con ideas y hombres capaces de creer en el otro como prรณjimo. Y a nosotros, sus lectores, con una luz prendida sobre el fangal de las cosas pรบblicas. ~

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(ciudad de Mรฉxico, 1962) es poeta y ensayista.


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