Habrá una vez. Antología de cuento joven norteamericano, selección, traducción y prólogo de Juan Fernando Merino, Alfaguara, Madrid, 2002, 540 pp.
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No parece casualidad que tras la publicación en España de la excelente Antología del cuento norteamericano de Richard Ford, comentada más arriba por Rolando Sánchez Mejías, se edite de inmediato esta otra antología del cuento joven norteamericano. Habrá una vez es un título significativo. Hay prisa por aprovechar la atracción que ejerce en estos momentos la sociedad norteamericana de a pie, ésa que despertó bruscamente de un sueño y se enfrenta moralmente a una pesadilla.
El escritor colombiano Juan Fernando Merino, residente en Nueva York, reúne en Habrá una vez 25 relatos cortos escritos en la década de los noventa. La selección de escritores en potencia, nacidos en los años sesenta y setenta, nos ofrece dos de las claves de la literatura norteamericana actual: por un lado, el multiculturalismo, pues incluye autores de origen chino (Gish Jen), haitiano (Edwidge Danticat), croata (Joseph Novakovich), hindú (Jhumpa Lahiri, Premio Pulitzer del año 2000), puertorriqueño (Judith Ortiz Cofer), apache (Brady Udall), canadiense (la excelente Diane Schoemperlein), y, por otro, la cada vez más afianzada perspectiva narrativa de la mujer, sea como autora o protagonista. Catorce de los 25 autores seleccionados son mujeres que ofrecen un testimonio implacable de lo enigmático, insólito y contradictorio que resulta lo que aún estaba por remover. En este sentido es muy significativa la interesante película rodada en California por el también colombiano Ricardo García, hijo de Gabriel García Márquez, titulada Cosas que diría con sólo mirarla y actualmente en las pantallas españolas.
Eso sí, el país de las barras y estrellas sigue siendo tierra de oportunidades. No hace falta ser escritor, con sólo quererlo opta uno a un generoso sistema de becas y talleres de escritura creativa allí donde haya una universidad. Los autores incluidos en Habrá una vez proceden de estos talleres que están en manos de los grandes maestros del género. A diferencia de lo ocurrido con los renovadores del relato corto en la década de los ochenta, Raymond Carver, Tobias Wolff, John Cheever, John Updike, estos chicos aprenden técnicamente a ser escritores en una especie, permítanme unos y otros la broma, de academia estilo Operación Triunfo, a cuya puerta esperan las editoriales más poderosas dispuestas a firmar suculentos contratos por un mero anticipo de novela. Es así. Pero también es cierto que de ahí viene la precoz madurez estilística que demuestran los autores incluidos en este volumen, su saber hacer con el lenguaje y con las estructuras narrativas a la hora de contar una historia. El sistema educativo, ya desde edades tempranas y de forma continuada, favorece esa fluidez que los norteamericanos siempre han demostrado para el arte de narrar. La reciente recopilación de Paul Auster Pensé que mi padre era Dios es una buena prueba de ello. Por otro lado, numerosas revistas (y no sólo literarias, incluso Playboy) apuestan decididamente por el relato corto de calidad y también se editan volúmenes anuales recopilatorios de los mejores relatos del año.
Si bien autores como los mencionados renovaban en los ochenta los planteamientos narrativos del género en la estela de sus maestros (Hemingway, Chejov, Faulkner, Chandler), los narradores que comienzan a escribir en los noventa dan la sensación de leer técnicamente, para escribir, con David Foster Wallace y Lorrie Moore como abanderados de unas referencias estilísticas rastreadas en los autores anteriores pero mucho menos contenidos a la hora de narrar. Sus influencias proceden en mayor medida de un aparato de televisión constantemente encendido (han visto la Guerra del Golfo, la desmitificación del despacho oval, las matanzas en institutos y hamburgueserías) y del cine más alejado de Hollywood. Reflejan no ya el desmoronamiento del american way of life sino las consecuencias de ese desmoronamiento, lo que se mueve bajo el derrumbe, el dolor subterráneo. La derelicción de los núcleos familiares desde el punto de vista del adolescente, el fracaso de la vida en pareja cuando la meta parecía alcanzada, la angustia de los accidentes de avión, el aturdimiento de los inmigrantes, las repercusiones de la guerra de Vietnam en las madres afectadas, la incomunicación entre padres e hijos, el tiempo encallado en las poblaciones rurales del sur, parejas maduras y sin hijos de visita en Disney World, la tragicomedia infantil de los yuppies cuando entran en contacto con la naturaleza, la violencia del sexo furtivo y el sadomasoquismo son algunos de los temas que discurren por las páginas de este volumen en el que, de momento, importa menos quedarse con los nombres que con los textos, 25 retratos de una sociedad que se agrieta por dentro. Individuos aislados con ansias incontenibles de contarle su vida a quien se siente con un libro al otro extremo del banco. Y aún no había comenzado septiembre. ~