Quien se asoma a la historia de la isla de Clipperton queda de tal modo asombrado por ella que ya nunca lo abandonará. Demasiadas cosas ocurrieron allí y seguirán ocurriendo, digo yo como para que alguna de ellas no engulla la imaginación. El misterio comienza con su nombre múltiple, evolutivo y siempre incierto. Ha sido nombrada Farallón Blanco, Médanos, Clipperton, Clipperton Rock, Passion Rock y también Isla de la Pasión. En seguida desconcierta su posición en los mapas, tan diversa en varios de ellos que la isla pareciera navegar en la inmensidad del Pacífico. Como se sabe, algunas islas navegan ”como un inmenso lagarto navega Cuba en su mapa”, escribió Guillén; aunque, en el caso, no como lagarto sino como un minúsculo ombligo primordial desprendido de la placenta oceánica.
Nada tiene de raro, así, que una escritora, colombiana por más señas, haya tomado los episodios ocurridos en la isla desde fines del siglo XIX hasta muy avanzado el siglo XX para ensayar con ellos una novela. El resultado es La isla de la pasión, crónica novelada de una saga histórica que atormenta el nacionalismo mexicano, y nos visita periódicamente desde que la perdimos en 1931, a causa de un sesgado laudo internacional que en mala hora se encargó al rey italiano Víctor Manuel iii.
Hace unos quince años leí la primera edición de esta non-fiction novel (Bogotá, Planeta, 1989), debo decir que un poco a la carrera, acuciado como estaba entonces por la construcción de mi propio libro sobre el tema. El texto mío se aboca a las cuestiones históricas, jurídicas y políticas del asunto,* de tal modo que leí la obra desde una perspectiva instrumental y utilitaria, ávido de encontrar cualquier dato verificable que ayudara a construir mi argumento. Y algo encontré, en efecto.
Hoy vuelvo al texto con ojos más prudentes de lector, aceptando el género de novela que el texto reclama para sí. Busco el deleite de la narración, la creación de la atmósfera, el dibujo de los personajes y la eficacia del lenguaje puesto a construir todo lo anterior. Y al terminar se confirma la impresión que siempre suscita esta historia: que si fuera ficción sería fácilmente creíble, pero como es verdad cuesta más trabajo.
El libro nació como una manera de agradecer a México el asilo que encontró la autora en tiempos de crisis política en su patria. Buscando un tema, de pronto dio con éste que le pareció adecuado para mostrar algunos rasgos positivos del carácter mexicano; pero sobre todo, y con mucho, de las mexicanas.
Los episodios relacionados con la isla Clipperton satisfacen los requisitos de la más desmelenada novela de aventuras. Éstos incluyen una tropical isla desierta, naufragios, codicia internacional, lucha de cancillerías, la Revolución Mexicana, el tierno amor de una muchacha provinciana y un pundonoroso militar que ofrenda su vida al cumplimiento de su deber, buques de guerra norteamericanos, un puñado de mujeres y niños que quedan a merced del único sobreviviente un macho soldado afrocolimense (¿así está bien?), que acaba declarándose irrisorio rey de la isla y hace con las cinco mujeres un forzado serrallo… Y no es todo.
La novela es también la búsqueda que hace la autora de los hechos que novela. Entrevistas a sobrevivientes, indagaciones en diarios y revistas de la época, testimonios y dichos de quienes estuvieron cerca de los hechos y los quieren contar. Crónica, pues, de la construcción de la novela misma y de lo contado en ella. El resultado es eficaz y en ocasiones se desposa francamente con la literatura. Tal, por ejemplo, la narración del huracán que el 28 de febrero de 1914 barrió la isla y acabó con los barruntos de civilización que el capitán Ramón Arnaud y su esposa Alicia habían logrado introducir en el espacio reducido y agreste de aquel islote.
Igual eficacia narrativa tienen las páginas que relatan la apresurada muerte que sus víctimas dieron al espantoso soldado mulato y rey de Clipperton. E igualmente, las tierna páginas que cuentan el rescate de las mujeres y los niños por el capitán H.P. Perril, comandante del cañonero USS Yorktown, en 1916.
Poco o nada importan las inexactitudes relativas a quién descubrió la isla, en qué año, dónde están sus coordenadas geográficas precisas, y cuánto dista de Acapulco, cuestiones que tanto me distrajeron en la primera lectura. Ahora sólo importa la capacidad de la autora para recrear las circunstancias de una historia apasionante y muy nuestra; y esto, a fe mía, lo consigue.
Si la primera edición es obra del exilio, tanto que en la solapa figura una foto de la autora, aun más periodista que novelista, con la mirada desafiante y la melena leonada; esta segunda es producto del éxito autoral que proporciona Alfaguara. Tal vez por esto, en el mismo sitio hay hoy una fotografía “hollywoodesca” de Laura Restrepo, de perfil y muy elegante. –
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